Escribano o lector.
Cap IV
Para renacer necesitaba una nueva casa, un nuevo hogar. Así que removió amigos y conocidos y fue a dar con una casa de luz en la que vivía Ascher. Ni un minuto se sintió extraño entre aquellas paredes; tanto el piso como Ascher exhalaban una vitalidad que escribano sólo había sentido en aquellos sueños diurnos que le proporcionó la primera ausencia de padres en el día a día.
Aquello era una segunda oportunidad, un segundo trago al elixir de la juventud. Escribano vivió mucho, trabajó poco y acumuló más y más canciones, más y más letras en folios. Las musas no hacían visitas, las musas vivían allí; los objetos se transformaban, la comida se multiplicaba y el tiempo era un único lago del que extraían todo lo que necesitaban.
Años... años duró aquel estado: se metían en contenedores, acumulaban tesoros en casa, pintaban en las paredes, cantaban, comían arroz con arroz toda una semana; reían, reían como chorlito, se hacían mutuos préstamos de dinero, fumaban más de la cuenta amanecía y el sol los encontraba encendidos. Pero todo llega a su fin. Ascher, enamorado y resuelto abandona la nave dejando el timón en manos de nuestro escribano.
Con el timón a rumbo perdido, a rumbo fijo, la mirada en un punto indeterminado, vivió años tranquilos de compromiso con el día. Vida extrovertida con episodios de soledad crónica. Salidas pasadas las tres de la mañana a sentarse en un punto franco de las Ramblas a observar la actividad trasnochada de la ciudad.
Una brisa cualquiera, suave. Una brisa lenta y un soñar con un parque.
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