martes, 2 de abril de 2013

Centón autobombástico elegíaco y cadavérico (o exquisito)

A continuación, la contribución de Leli al encuentro luctuoso, pero sumamente agradable, que tuvo lugar en la guarida del Ogro el pasado sábado. pensándolo bien, publicar esto es un enorme contrasentido, pero a estas alturas, por otro más...
En los comentarios, encontraréis las soluciones.

“No es tarea fácil sumergirse, con ojos críticos, en el terreno ilimitado—y muchas veces sobrecogedor—de la literatura autobombástica. Me había transportado a regiones del sueño nunca antes visitadas, y aùn asì no se extinguen las irrefrenables ganas de masturbarme. Y tú no eres precisamente de los que se miran en el primer espejo que encuentran. Mis aspiraciones literarias sufren periódicamente vaivenes y zozobras, más motivadas por elementos externos que por mis propias aptitudes o inventiva. Yo veía, o más bien atisbaba —apuntó en un giro lleno de complicidad—, todo ese conjunto de conceptos como un juego con unas reglas inventadas por nosotros mismos, ¿entiende? El juego solo existe si alguien quiere seguir unas reglas ¿comprende? Y si no seguimos las reglas pues ya se trata de otro juego ¿no?

Mis únicas armas eran dos porros preparados con mucho amor, y seis latas de cerveza. ¿Sería suficiente? Todo me sonreía, sin embargo mi familia nunca me aceptó, me dijeron que no supe ver la tragedia del artificio y que había cruzado la barrera de forma antinatural. Dicen que soy un monstruo, y tal vez tengan razón. Lo que ninguno de ellos dice es que la mayoría ha tenido, cuanto menos una sola vez en su vida, el deseo inconfesable de hacer realidad aquello que Dios ha posibilitado a mi persona. Y les digo sin ningún género de dudas que por más cadenas perpetuas a las que me pudieran condenar volvería a hacer lo mismo que hice una y otra vez, pues así estaba escrito y así debía ser.  Mis pies una vez mercúricos, zozobran; ya no recuerdan por dónde deambularon y sin quilla mis manos se resquebrajan, arena entre los dedos. Me doy asco, quería estar enfermo, enloquecer levemente, pensaba que eso me haría mejor escritor; mentira, ya no necesito mentir más, pensaba que eso me haría escritor  Tal vez sean los cegadores ojos de la muerte los que ahora me iluminan e impulsan a escribir, no lo sé…”

Aquí la nota acaba abruptamente. El resto de la historia, camaradas, ya muchos la habéis contado de insuperable manera. Algunos de los obituarios son muy buenos, como el de David Gates (excelente narrador y periodista), quien teoriza acerca de las particulares y decisivas diferencias entre escritores geniales (Shakespeare) y genios escritores (Wallace, quien le pidió prestado a Shakespeare y a su Hamlet la línea esa donde se le habla a la calavera de un bufón y se dice aquello de “Alas, poor Yorick! I knew him, Horatio: a fellow of infinite jest...”) ¡Mierda!¡Esto no es más que una mierda!¿Pero dónde estabas cuando se impartieron las clases de cohesión de texto? ¿Dónde cuando enseñaron a los demás a explicarse correctamente? No basta con saber decir algunas palabrillas inteligentes. No basta con latinajos. No, niña no. No, no y no. Los excursus tienen el peligro de desviarnos y si, como meandros, perdiéramos el rumbo de este río del relato bélico, perderíamos también el fin último que es el mar que es el morir que es el fin de este juego, va dicho: fatal.  

Ahora que las señales se han roto, ahora entro en miles de cabezas a las pocas horas de entregar un texto y ahí llega otra tentación: la del arma cargada de pasado. Marta Polbín había publicado un novelón rosa en forma de cómic y firmaba todos sus ejemplares en el Corte Inglés. De aquí he deducido que la susodicha ha llevado el autobombo, como concepto y como modus vivendi, a su extremo más radical. No vamos a comentar ahora el extraño género literario que Marta Polbín había resucitado en el sueño. Lo chungo es lo del Corte Inglés. Ahí ha estado Bustamante. Era tal su empeño, sin embargo, que pasaba gran parte de su tiempo entre diccionarios enciclopédicos, a la pesquisa de una palabra o de un nuevo hilo para su última novela, que a esas horas era ya una madeja indescifrable escrita casi por entero en subjuntivo. “¿Cayó?”, dice el hijo. “Sí, se calló”, responde el padre. La monotonía de un mismo esfuerzo y unas mismas palabras de aliento y una única e ingraduable sensación de agotamiento, y otro paso. Mire, los hombres postmodernos somos muy tontos: cuando vemos que algo no funciona rápido lo dejamos de usar  Tranquilo, nos lo harán todo ellos y nadie se enterará. Venderemos una exclusiva del divorcio como siempre y aquí no ha pasado nada.
   
"Oh, Proxeo, dios de los manotazos/ y de las hostias bien dadas en el ring de la página en blanco .Yo te rindo el homenaje del verdugo, escondiéndote bajo una hoja que ayer pinté de azul y juntando tu cabeza y tu cola con mi goma de cabello. La sangre empapa la tierra, cada vez más roja, que la absorbe sedienta bajo el tórrido sol de mediodía. ¡Combatid con las huestes venecianas contra el caliente desamor! Si no atajamos pronto este atentado/ Agita el cóctel bien… ¡y que arda todo! Inexorablemente expirar. 
   
¿? Será el paso del ¿ al ¿? La transición clave de la historia del pensamiento occidental, verdadero momento de inflexión epistemológica¿¡  Esperemos que no lo sean y también, y a poder ser, morir naciendo en el intento.



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