jueves, 30 de agosto de 2007

Fem pinya


Me gustaría por un momento interrumpir este momento tan prolífico para recordaros que en el Primer Congreso Internacional del Autobombismo, celebrado en el Faristol altafullense, se habló de una segunda edición, a realizar en Barcelona durante el mes de setiembre.


¿Y pues?


Por favor, los bombines que no vivan en la Ciudad Condal que digan que fecha les convendría.

miércoles, 29 de agosto de 2007

Primera crónica porteña de una mujer calva

Pocos bombines he podido descubrir hasta ahora en Buenos Aires, ciudad del tango, los señores con bigote y las medias luna. Después de escasos días en este país, puedo decir que he llegado a una conclusión contundente y fundamentada: el bombín argentino es puro mito. La razón la encontré en una perspicaz observación de un compañero de aulas y farras (y que, por cierto, está ya medio calvo):

"aquí los hombres son peludos de pies a cabeza; tal es así que es cosa bien extraña adivinar en boliches y museos calvicies totales o incipientes".

A este apunte, posible después de que dicho amigo realizara un exhaustivo trabajo de campo en la terminal de autobuses de Rosario -trazó dos columnas en una libretita (una para los calvos, otra para los peludos) y estuvo dibujando palitos en una u otra segun la pelumbrera de quienes transitaban por ese lugar (sobra decir que la columna de los peludos parecía un frondoso campo de maíz y la de los calvos un lamentable orinal con un solitario sorete)-, le siguió su subsiguiente explicación, en esta ocasión proveniente de la madre de otra compinche de almiralls y frankfurtecas:

"aquí el agua es mucho mejor que en España y eso, parece que no, pero a la larga afecta al cuero cabelludo".

Así que, ágil como soy, deduje que:

1. Hay pocos calvos en Argentina que sean argentinos.
2. El agua en Barcelona terminará arruinando el negocio peluquero.

Teniendo esto bien claro (tuve que escribirlo yo también en una libretita cuadriculada, porque si no me tuerzo), fui un poco más allá y logré saltar del pelo y el agua al Bombín. La conexión se dio, seré sincera, por mi tozudo interés en autorretratarme -sin que se me viera la cara- con la prenda símbolo de nuestro patrio y amado colectivo. Fue imposible, pues no hallé a nadie que amablemente pudiera prestarme para tal acción su sombrerito de fieltro. Así que, entrecerrando los ojos -porque dicen que haciéndolo se piensa mejor-, alcancé el tercer punto de mi tesis:

3. Si el agua es buena, no hay calvos; si no hay calvos, no hay bombines.
o
3b: Si no hay bombines, no hay calvos; si no hay calvos, el agua es buena.

Y de este modo estuve elucubrando hasta pulirme todas las letras del abecedario. Segundos después -todavía fruncía el ceño-, me dirigí sin pensarlo a unos grandes almacenes, pues, sea en Argentina o en España, en esos lugares siempre tienen de todo:

"Voy a comprarme una boina porteña. Ultimamente se me está cayendo mucho el pelo".

Eza Calva II

martes, 28 de agosto de 2007

El tendón G de Aquiles (El Sargento P)

(Me asaltó una cuestión familiar: la capacidad que tenemos los humanos de matar y gozar sin escrúpulos. Aunque dicen que a veces nuestra empatía, condescendiente, llega a límites sospechosamente estúpidos.)

Empiece finalmente, me dijo. ¿A qué se refería? ¿Querría saber el desenlace de todo para así psicojuzgarme de manera trivial, sin haber hecho un estudio previo, sin conocerme? [que me apeteció golpearle la cabeza contra el espejo, que lo hice y que mientras la olía por detrás le arranqué la cola de caballo para fustigarla y perfumarme, una vez muerta] no se lo pondría tan fácil, en tal caso que leyera A sangre fría. ¿Le molestaban los preámbulos? o tal vez se refería a que no contase detalle a detalle hilvanando lo que sucedió y fuera directo, sin desgranar. En realidad no tenía ni idea que quería decir con ello y, molesto, decidí contárselo tal cual me viniera. Volver a aquella mañana orgásmica y fatídica sin apresurarme era primordial pues hay un antes y un después, eso sin duda, y en el transcurso, mientras pensaba lo que se escondía en sus palabras, buscaría respuestas para saber dónde me quería llevar, con estos tipos ya se sabe, te encuentran si les dejas que te busquen y yo intentaría, cómo decirlo, parecer normal, nublarle, divertirnos sin entender porqué, quizá por eso mismo: por diversión, como cuando uno es pequeño.

Me llamo Ed, dije. Y me inventé un sueño:

“Mis cuatro sentidos me decían que iba a haber un tsunami, tal vez lo escuchara en la tele pero el recuerdo se mantenía presente. Rato después, el augurio se desvaneció y me encontraba de forma plena en el cielo, un blanco ebúrneo empañaba mis ojos y apenas veía el oasis del fondo, me aposté en la taza intentando saber que era lo último que habría comido, pues no reconocía el olor (la mierda huele siempre diferente, y sabe) y todavía dudaba si acercarme. Fue entonces cuando abrieron el grifo que una gota límpida cayó sobre mi, la noté en abundancia pero no me importó, era un tanto refrescante y siempre es necesario en estos sitios donde uno no para de agitarse; y atrapado aunque pataleara no habría podido liberarme. Me quedé unos segundos regocijándome cuando vi que un enorme trozo de papel de doble capa y blanco se acercaba sobre mi, creí ver el principio del fin pero en lugar de eso me empujó hacia el abismo, hacia el fondo, allí me esperaban, supe que se trataba de heces de espinacas, lo había intuido pero ya se sabe que a veces las apariencias... No pude más que alambicarme inútilmente entre aquellos enormes icebergs flotantes y luchar para no dejarme arrastrar por la marea, por el torbellino rumbo al Averno. Fue en vano, una vez allí recubierto de mierda y hasta el cuello de cerote me perdonaron la vida, un Sapo supremo, con su espeluznante trecenazgo, entre llamas me sugirió la idea de cambiar de identidad pues no había sabido captar lo esencial del individuo e intuí que no iba a perder el tiempo torturándome, supongo que simplemente no creía en el insecticidio. Me prometió que al despertar lo haría reencarnado en Aquiles, el farmacéutico, y pasé de esta forma a ser uno de los camellos más conocidos del barrio. Todo me sonreía, sin embargo mi familia nunca me aceptó, me dijeron que no supe ver la tragedia del artificio y que había cruzado la barrera de forma antinatural (¿!). Escapé, recogí unas cuantas perras gordas y me fui a venderlas al chino de la esquina, cuando hube contado las monedillas me compré un billete de tren de la bruja y me di lo que sería mi último tango. No había pasado todavía un segundo me dieron tal escobazo que terminé, craneoencefálicamente hablando, tocado. Vi unas cuantas lucecitas de colores como seis o más y recordé mis años mozos cuando, colocado, pasaba horas mirando el enorme edificio coronado por una luz roja que avistaban los aviones a punto de tomar tierra. En aquella colina solíamos hacer muchas pellas, nos escondíamos entre los matorrales intentando que el viejo del caserío no nos viera tras haberle partido el espinazo en dos a Alfredo, su espantapájaros. Las cosas nos iban muy bien entonces, nos divertíamos como niños hasta que aquella mañana la señorita de naturales, Patricia, me gritó que nunca llegaría a nada, que era un deshecho molesto y que Siempre revolotearía entre la mierda.”

Pero no pude, supe que su frase había sido capciosa y adrede… me preguntó si era anósmico!
Nunca he entendido a estos tipos, soberbios petimetres, encorbatados y deleznables que en realidad me repelen tanto que los quiero, como otros que dicen haber leído mucho. Como si todo estuviera en las palabras. Lo único que hacen los libros, todos, es decir lo mismo en diferente modo y bien es sabido que las ideas propias provienen de los hechos, las acciones, con todos los sentidos, y eso es, su señoría, lo que me encanta: Gozar de la vida.

¿Ha leído usted mucho, señoría? Yo sí, en el instituto. Siempre recordaré el primer día que me corrí, diseccionando una rana, pobrecita.

viernes, 24 de agosto de 2007

Pagoditas viscerales

La luna se refleja en el lago, destella al encontrar la superficie pulida de las tres pagoditas, tan cerca la una de la otra, triángulo mágico, insomnes sirenas. Si alguien se acerca remando de noche, verá destellos incluso en la noche más negra; quien pasee por la orilla mirando la caída de los sauces en la orilla, oirá al viento llamar su nombre y sin duda levantará la mirada para encontrarse con tres pequeñas construcciones flotantes, de ventanas redondas y punta puntiaguda, coronadas por tres esferas decrecientes y un pirulo. Yo siento hambre y miedo, simultánea sensación extraña, sólo de escribirlas, de deciros que en el Lago de Oeste de Hangzhou hay tres pagoditas y que la luna se desvía y que los cormoranes pescadores se lanzan cual kamikace al agua para ya no más salir.

Le Li

martes, 21 de agosto de 2007

"La Autoinvención", por El Sapo Treze

Hoy en la isla ha ocurrido un milagro, el autobombo se adelantó. En una botella, cifrado el mensaje y encriptado el holograma de manera beligerante, parecían exculparse de no saber falecios, nicárqueos o rispettos los que parecían ser viscerales y realistas. Los que creemos en el bombo y en el auto, no podíamos más que transmigrar nuestras partículas de un lado a otro de la isla, mientras las imágenes del I believe recorrían nuestras retinas a través de nuestras conexiones, en búsqueda de alguna respuesta a todo esto.

Estas pesquisas convirtieron nuestros cuerpos salvajemente detectivescos en algo más que informe materia corruptible, para que nuestras mentes nómadas renegaran del tecno-hermetismo y reivindicaran su naturaleza cyborg, el placer de la carne y la heurística de la red, ya que como bien saben todos los autobombásticos, no hay nada como el orgasmo cibernético.

Volviéndonos a las pesquisas iniciáticas de estos verborrosos recuerdos, el mensaje de la botella continuaba siendo un enigma. Gracias a nuestro disco duro, visualizamos aquella foto que hiciéramos bañándonos en la pileta mientras se escuchaba “Té para dos”, y recordamos que junto a ella estaba el Museo. Precisamente en este templo o manicomio, o como nosotros quisimos believe, Museo, había una biblioteca en la que alguien había oído que alguno habría visto, en alguna década del pasado o del futuro, cierta Tesis doctoral de una tal Quilla que podría aclararnos algunos puntos, términos, ideas, conceptos o interrogantes (esto no lo sabríamos hasta encontrar el libro, si es que es que tal objeto existiera). Sin tomar ni una birra más, nos teletransportamos hasta las coordenadas calculadas por el Burrot (nunca dudamos de sus aptitudes físicas), y una vez allí todos pudimos contemplar la última obra del Sargento Pioje, al que recordaremos entre otras cosas por sus magníficos grabados ─de hecho es bien conocida la admiración que Escher le profesaba al maestro. Pero sin divagar más, aunque a veces es dificultoso bajo los efectos del Can-di, la verdadera anécdota comenzó al entrar en la biblioteca…

(Continuará.)


P.S.: Por decreto ley, le paso la bola al Pioje.

domingo, 19 de agosto de 2007

Trazas autobombásticas.

El diario británico The Times ha difundido una antología estival de 25 de las leyes más absurdas del mundo, que nadie se ha tomado la molestia de abolir y que van desde la prohibición en Francia de llamar Napoléon a un cerdo a la de emborrachar a un pez en el estado norteamericano de Ohio.
La antología, verdadero tributo a la imaginación de los legisladores, permite saber que en el Reino Unido es un acto de traición colocar un sello con la imagen del monarca boca abajo, y que todos los barcos de la Armada Real que entren por el puerto de la capital de Inglaterra deben entregar un barril de ron a la policía de la Torre de Londres.
Además, cualquier mujer embarazada tiene derecho a hacer sus necesidades donde le plazca, incluso, si así lo demanda, en el casco de un policía. No existe la misma tolerancia con quienes contraen enfermedades especialmente contagiosas y, seguramente por esa razón, es completamente ilegal montar en un taxi cuando se ha contraído la peste.
Por lo que se refiere a Estados Unidos, en Vermont una mujer debe obtener el permiso del marido para llevar dentadura postiza, en Kentucky va contra la ley portar escondida un arma de más de seis pies (casi dos metros), en Alabama es ilegal que un automovilista conduzca con los ojos vendados y en Miami montar en patinete dentro de una comisaría de policía.
Algunas leyes dan testimonio de viejos odios fraternales. En la ciudad inglesa de York es legal matar a un escocés, pero sólo si lleva arco y flecha, mientras que en la también inglesa localidad de Chester los galeses no pueden entrar antes de que amanezca ni permanecer tras el anochecer.
Un lector galés de la edición electrónica de The Times se puso en contacto con el periódico para aclarar que la pena por no salir a tiempo de la ciudad era la muerte, pero que "desgraciadamente" esa ley fue abolida en 1979.
Otro lector, estadounidense, hace una aportación que debe ser conocida para que nadie se llame a engaño si pretende dedicarse a la agricultura en Carolina del Norte: allí es ilegal arar campos de algodón con elefantes.


SERVIMEDIA - Madrid - 17/08/2007.

Burrot.

viernes, 17 de agosto de 2007


Consigue la taza (modelo Le li) con tu próxima publicación!!!



AB: Preocúpate si no te gusta, es irrompible.




lunes, 13 de agosto de 2007

Historia del papagayo, por Dora Tree (Conversaciones con Galeano)

Esa pequeña criatura, nacida de la nada, sollozaba mientras alguien contaminaba sus sensibles oídos con palabras extrañas nacidas de todos y cada uno de ellos.

Sus ojos se abrían poco a poco, entre telarañas de hilos pegajosos cuando de repente, ese alguien se deshizo en lloros, suplicando al bienaventurado nacido, un aliento de libertad.


Ese bienaventurado sacó (de la manga) la escalera que conduciría al perdido, al más alto vuelo. Lo que no sabía ese alguien era que, para ello, tenía que dejar de sentir para dejar así de tener miedo.

“...el papagayo que brotó de la pena, tuvo plumas rojas del fuego
y plumas azules del cielo
y plumas verdes de las alas del árbol
y un pico duro de piedra y dorado de naranja
y tuvo palabras humanas para decir
y agua de lágrimas para beber y refrescarse
y tuvo una ventana abierta para escaparse
y voló en la ráfaga del viento...”

Esta es la historia del papagayo, el recién nacido y la escalera de caracol.

viernes, 10 de agosto de 2007


Acció Altafullenca (I Congrés Internacional), 2007.
IBAB

self-bombastic action: Donosti 2007




para leer el mensaje cifrado sólo tenéis que darle a la foto.


domingo, 5 de agosto de 2007


¿¡A modo de preámbulo!?[1]

A Don Florencio, porque me enseñó a leer


No es tarea fácil sumergirse, con ojos críticos, en el terreno ilimitado –y muchas veces sobrecogedor- de la literatura autobombástica, especialmente de aquella surgida durante la primera etapa de gestación del colectivo. Casi seis siglos han pasado (volando) desde la publicación de ese decálogo –hoy mundialmente famoso, sobre todo entre los adolescentes conflictivos y los ecologistas catellianos - que dio pie a un río de antologías, convocatorias, epístolas y exabruptos. El largo tiempo transcurrido desde la producción de esos textos y la ambigüedad que los caracteriza hace que hoy en día resulte más que considerable la dificultad de delimitar tanto los fundamentos teóricos que los sustentan como de interpretar con éxito el sentido último de los mismos.

Por estos motivos, y por tantos otros que merecerían una segunda tesis doctoral, nos hemos visto obligados a tratar aquí sólo algunos de los textos y autores que conforman la babélica –y subrayada- producción literaria del colectivo de Autobombo. Otros estudiosos de la materia trataron en su tiempo de abarcarlos todos y la desesperación terminó con sus carreras (y sus vidas): unos acabaron acurrucados de inactividad en un psiquiátrico de mala muerte (como Vila-Matas, en el de Sant Boi, después de publicar un único ejemplar sin dedicatoria de Aproximaciones completas (y otros ensayos) a Autobombo. O me cago en el amor y los profesores sustitutos)[2]; y otros se quedaron sordamente postergados -hasta la momificación- en la silla central de una librería –también de mala muerte- (como Luci Llovet, hija del hijo del hijo adoptado por un catedrático de Teoría de la Literatura, que trató de sacar infructuosamente al mercado Mi bisabuelo y Adorno: después de Autobombo ya no puede haber poesía. Después de Llovet, tampoco crítica). Con la intención, pues, en nuestro caso, de fallecer durmiendo con placidez y con los dos hígados intactos, el trabajo que sigue a continuación se presenta como una humilde y concisa –aunque rigurosa- lectura de una pequeña parte de las ciento una antologías autobombásticas publicadas hasta la fecha.

Teniendo en cuenta que, según conversaciones registradas en los encuentros alcohólicos del colectivo[3], el nacimiento de esta anti-escuela tuvo lugar en un coche conducido por el Ogro del Sí, Leli Vorratxes y el Sargento Pioje[4], dedicaremos el primer capítulo de la investigación a la obra –y a los actos delincuentes- de estos tres autores. A pesar de que eran de estilos (en la escritura y en el vestir) completamente contrapuestos y de influencias infinitamente contrarias –el Ogro era, sin saberlo ni él, profundamente bartlebiano, Vorratxes tenía un algo de caligráfico y Pioje no era más (que es mucho) que crípticamente unamuniano-, por contra a menudo se desdoblaban entre sí de un modo más que admirable: el Ogro encontró trabajo bajo la identidad de Pioje, y éste –que parecía chino-, se metamorfoseó en Vorratxes al subirse en un triciclo pequinés. Basándonos, pues, en esta alter ególatra conexión, intentaremos desarrollar en este apartado los vasos y las cañas comunicantes entre esta tríada de talentos desalentados.
El segundo capítulo, titulado “Los polvines de Marta y las catalanadas del Burro” trata de poner por primera vez en relación los cuentos y poemas métricos de dos de los integrantes más Defectuosos –por feos- del grupo: Marta Polbín y El Burrot Català, artífices ambos de un corpus metaliterario y palindrómico que creó y sigue creando escuela aquí y en Saturno. Influido el primero por el irreverente, pero francés, grupo Olipoiano, y el segundo por lo que actualmente se conoce como Alpinismo Paratexto-Samurai, salta a la vista que la tercera etapa –y última- de la producción literaria del Burrot es, como veremos, poesía métrica pura, dura y subterránea; mientras que, paralelamente, el postrer texto de Polbín es, todo él, una infinita nota al pie de una dedicatoria (que curiosamente reza “A Paula”).

Finalmente, el tercer capítulo, “Los olvidados”, está dedicado a todos los integrantes del colectivo que nunca llegaron a publicar nada y que, no sabemos si por ello (porque las cuotas las pagaban religiosamente y con creces), fueron injustamente marginados. Es el caso de Pere Rovira, que malgastó sus años limpiando con prisa los aseos de una multinacional mientras trataba de demostrar (en sus horas libres, que no eran muchas), que lo que oficialmente había publicado su padre (también Pere Rovira) lo había escrito él bajo su pseudónimo anagramático (de nuevo, Pere Rovira); el colectivo nunca aceptó sus argumentos (que además de verdaderos, eran verosímiles y que, por ello, hacían que la causa fuera totalmente convincente) y Pere Rovira tuvo que ceder su nombre a su progenitor (Premio Nobel 2020 y Doctor Honoris Causa de la Universidad Rovira i Virgili) para que pudiera iniciarse a la escritura. O también el de Eza Quilla I, a quien no sólo la degradaron al nivel de plebeya hurtándole ese I que la convertía en la primera reina de una nueva dinastía, sino que ella misma se vio obligada a robar –en venganza y porque le dio la gana- un ejemplar de la primera antología autobombástica -en la que, para más INRI, no había ninguno de los textos que, para más INRI todavía, todavía no había escrito. En este sentido, algunas de las feministas más prestigiosas (y radicales, por agresivas) de la tercera ola sostienen que la ideología y el modus vivendi de Autobombo eran fundamentalmente patriarcales:

“Autobombo sería hoy inaceptable en nuestra sociedad (afortunadamente) matriarcal. No sólo los autobombines machos subsistían –miserablemente, eso sí- gracias a las aportaciones pecuniarias de las autobombinas –que cedían sus restaurantes y sus sueldos a tan degradante asociación-, sino que además los editores del colectivo –no por casualidad, autobombines machos- las obliteraron de modo insultante en prácticamente todas las antologías. Por el contrario, y no es necesario especificar el por qué, las invitaban a todas las fiestas animalarias que periódicamente organizaban en sus varias sedes centrales. Tal es el caso de El Sapo Treze y de Eza Quilla I, lamentablemente ausentes en la primera antología, y de Lenyn Timar, a quien los autobombines machos sólo destinaron 200 caracteres (con espacios) en la misma para disimular (sin éxito) su marcada misoginia lacaniana” (Fresa Rodrigo: 2034: 13).

Así pues, también al Sapo y a Lenyn –y a todas las mujeres infravaloradas del mundo- va dedicada esta última parte del trabajo. Para alcanzar con éxito el final de esta travesía crítica –y también para tomar aliento (y unas copas) y proseguir con más firmeza (y con los órganos intactos) nuestra ruta-, debemos agradecer –por avanzado- las aportaciones y subrayados de la Bella Catelli, el camarero invisible del Frankfurt y Eza Quilla V. Sin su futura ayuda el desarrollo de los fracasos, comas etílicos y eructos teóricos que hemos planteado en estas líneas nunca serán del todo posibles.Esperemos que no lo sean y también, y a poder ser, morir naciendo en el intento.

L. Q., Berlín no es Pekín, un día nublado de 2666


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[1] El texto que aquí transcribo corresponde a la parte introductoria de la tesis doctoral de L. Q., que debía leerse el 11 de diciembre de 2666. La autora me hizo llegar el preámbulo un año antes, rogándome que, como quilla que era (yo, no ella), le diera mi opinión sobre la estructura del trabajo. En una nota holográfica que acompañaba el manuscrito, se comprometía a enviarme en unos meses el documento completo. Desgraciadamente, nunca me llegaron los capítulos que ella describe en este apartado, aunque sí uno de sus hígados marchitado por el alcohol. Como bien puede suponer el lector analfabeto, me fue imposible retomar cualquier tipo de contacto con ella. El resto de su cuerpo sigue desaparecido y la academia jamás ha vuelto a tener noticias de su labor investigadora. Nota del editor.
(Todo lo que a partir de ahora aparezca en cursiva, lo he escrito yo). Nota del mismo editor.


[2] Por desgracia, el en su tiempo conocido –y hoy justamente olvidado- escritor español nunca pudo evitar leer literalmente uno de los textos del colectivo: “A Paula”, de Ogro del Sí. El comentario de esa confesión onírica, y por otra parte completamente autobiográfica, viene desarrollado en el primer capítulo.

[3] Este sería uno de los pocos puntos que tendrían en común los integrantes del grupo: todos eran unos borrachos. Así lo corrobora en sus memorias “Con bombos y platillos” E. Zaplana: “Paseábame yo en mi BMW por la Ciudad de las Artes y las Ciencias, cuando una avalancha de delincuentes empezó a tirarme latas de cerveza en los vidrios (tintados). Don Florencio, mi chofer literato, apuntó discretamente que se trataba de los integrantes de un desconocido colectivo anti-literal y anti-literario. En mi opinión (modesta) creo que Don Florencio sabía menos de anti-literatura de lo que presumía en los bares: aquello no era ni un colectivo ni era nada, simplemente se trataba de un grupo de borrachos comunistas”. (Zaplana: 2018: 567). O bien se trata de una errata, o L. Q. comete en esta nota aclaratoria un error bibliográfico, pues Zaplana, que no tenía ni puta idea de lo que era la filosofía dao, murió accidentalmente en sus vacaciones estivales de 2007, atropellado en Pekín por una bicicleta china. Su entorno más directo afirmó en su momento que con seguridad hubiera salvado la vida si no hubiera despreciado a Autobombo y hubiera leído sus textos (al menos, la primera antología) (Acebes: 2009: 54; Aznar: 2012: 10; Mayol: 2014: 69). En todo caso, sin embargo, esto hubiera sido del todo imposible, pues Eduardo, como Florencio, no sabía leer –aunque sí escribir.

[4] El hecho de que fueran estos tres personajes y no otros los que ocupaban el auto, explica, como luego se adivina en el punto 10 del decálogo, que la idea no terminara en bombo. Sin embargo, este mismo punto no da cuenta del por qué no se estrellaron, pues nadie sabía conducir (sólo Leli Vorratxes, y únicamente bicicletas chinas –en relación a esta información, es intrascendente añadir que hoy se sigue especulando sobre la posibilidad de que fuera precisamente Vorratxes quien atropellara, accidentalmente y como occidental (y comunista) que era, a Eduardo Zaplana).

miércoles, 1 de agosto de 2007


¿Qué le parece mi chapita?

¿Quieres una?

Pues ya sabe/s: CREE.

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