lunes, 1 de agosto de 2011

Pequeñas historias de un niño llamado Max

El pequeño Max juega en el patio del colegio al arranca-cebollas con los demás niños. A Max le gusta ese juego porque no hay equipos, así que no le escogen el último. El pequeño Max no tiene muchos amigos porque a los otros niños les da asco y miedo pensar que en cualquier momento morirá. Le toca que tiren de él y ya hay varios niños desgajados de la fila dispuestos a hacer lo que a ellos les han hecho. El niño de atrás le agarra como una madre a quien quieren quitar a sus hijos mientras otro niño tira de él como un soldado sin escrúpulos y el dolor se hace en seguida insoportable. Max empieza a gritar, pero eso sólo incentiva la natural crueldad infantil, así que tras un chispeo en los ojos, el niño de atrás lo suelta, cosa que hace que que el pequeño Max salga disparado contra los sonrientes dientes del estirador, que se clavan en su occipital y hacen de su cabeza una manzana mordida cuyos jugos tiñen de carmín la cara del infame Caín-Adán.

Pequeñas historias de un niño llamado Max

El pequeño Max corre hacia el huerto para recoger unos tomates y arrancar unas cebollas y una lechuga para la comida. Hay cuatro tomates grandes y muy maduros que huelen a azufre y a verde oscuro. Los pone en la cesta y mira las lechugas. Estan muy tersas, estirándose hacia el sol. El pequeño Max recoje la más tupida antes de que se espigue y la pone también en la cesta. Por último, salta el bancal para llegar hasta las cebollas. Max agarra fuerte el tallo de una de ellas y tira con fuerza. La tierra cede ante el ímpetu del niño, pero el impulso ha sido excesivo y Max cae de espaldas al tiempo que la hazada perfora su yugular como semilla plantada en su tierno cerebro. La sangre empapa la tierra, cada vez más roja, que la absorbe sedienta bajo el tórrido sol de mediodía.


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