jueves, 31 de diciembre de 2009

...el tiempo se acaba...una cabeza, un tòrax, un sentimiento...

Somos restos mortales, cosas irreversibles...La elección del cuerpo...no quiero distracciones. Encontrar a alguien que no conozca a nadie. Alguien como yo.

jueves, 24 de diciembre de 2009

A vivir en Nueva York uno se acostumbra, como a todo. Llega el día en que la autóctona zancada lenta de unos amigos de visita contrasta con tu trotar adaptado a los cruces y horarios de Manhattan. Si al principio era objeto de asombro y ocasional chanza, uno acaba esperando, aún más, demandando, la amable atención al cliente de estos profesionales con sentido de la profesionalidad. En esta ciudad que son mil ciudades uno acaba tomando cada día el mismo metro, y ya no ve el apasionante repertorio de personalidades, sino la misma rutina en las mismas caras que en cualquier metro de cualquier ciudad. Pero de repente un día descubres, en el largo abrigo blanco de un hombre sentado a escasos asientos, una mancha, redonda y parduzca. Y ves que el tipo lleva también pantalón y jersey blancos. Ves que está leyendo un recorte de periódico y que la noticia habla sobre el 11/S. Y te das cuenta que debajo del asiento tiene una bolsa enorme, llena de recortes de periódico y que todos hablan del ataque a las torres. Ahora dobla con cuidado el trozo de periódico, lo deja en la bolsa y saca otro, que se pone a leer con el mismo cuidado y atención que el anterior. Y al cabo, igual que apareció, el hombre del abrigo blanco con una mancha se convierte de nuevo en uno más, se difumina entre las caras inexpresivas que sólo quieren llegar a casa, o a yoga, o al bar.

Leli, tras la idea de Mar Armonía Chora (bienvenida Mar)

miércoles, 23 de diciembre de 2009




domingo, 6 de diciembre de 2009

'll bekommen oder ich werde nicht bekommen



"nosotros estamos en la posiciòn eterna del vencido" (michel houellebecq)

Estas paredes no se me dan muy bien.
Oyò dar la hora màs allà de las puertas cerradas y las paredes contiguas.
Menos mal que la noche acaba.
Siete y media la noche se acaba.
El hambre de pàrpado le vence con la vigilia nocturna recièn.
El cortejo de pensamientos por fin
pasa de largo en este valle anegado.
Los hombros siguen tensos como si mantuvieran todavìa el peso del cuerpo.
Ahora a solas con el cuerpo.
Ya no es lo mismo.
Los hombros.
Ya no vierten, ya no tiemblan.
Gimen. Sòlo gimen. Sòlo cubren.
Por una vez cada dìa unos hombros dèbiles apisonando la noche.

sábado, 5 de diciembre de 2009

El autor III

No fueron prótesis sino baños de asiento, lo que le había recomendado el médico para las molestias lumbares; y eran aquellos momentos, sentado con el trasero hundido en agua helada, rasguños al tiempo que aprovechaba para relajarse con algún clásico y, leyendo en voz alta, tratar de absorber su pátina, el ritmo, la epifanía. Notábase eso mucho en su prosa, y cuanto más dolorido, más retrógado se tornaba; pero no ocurría lo mismo con la lírica, tanto es así que de una mala lumbalgia nacieron unos versos cuya rima se encontraba en las terceras sílabas de cada vocablo, lo que infundía a la frase la extrañeza de un eco, como si todos ellos no fueran más que la repetición de los primeros y, las palabras rimadas, sonidos vacuos que se rieran del sentido.
Era, el autor, un ser extraño y confortable que, a despecho de su pasión por las letras, no gustaba en absoluto de la poesía, y que impedía a toda costa la conjunción de dos palabras aunque sólo ligeramente homófonas en sus párrafos. Es por eso que cuando un buen amigo le hizo notar la asonancia de sus terceras palabras, sacó sin pensarlo la pluma del bolsillo y bebió su contenido. No contento con eso, al llegar a casa ingirió también todo el tintero, dos onzas y media que hicieron de su sangre, oscura tinta con la que escribir su enajenado epitafio:

Quiz: Leerá mi valor. En Voraz Lira, Rizar Novela, Era Vil Razón.

jueves, 3 de diciembre de 2009

El autor II

Era tal su empeño, sin embargo, que pasaba gran parte de su tiempo entre diccionarios enciclopédicos, a la pesquisa de una palabra o de un nuevo hilo para su última novela, que a esas horas era ya una madeja indescifrable escrita casi por entero en subjuntivo. Confiaba, como se ve, en la renovación de las formas y la fuerza del lenguaje para la creación de un clima total, de una atmósfera capaz de envolver al lector y conducirle a una experiencia trastornadora. Pocos, sin embargo, se sometían a tal tortura, y entre los pocos, todos, amigos suyos. Si bien no tenía nuestro autor suerte con las letras, sí la tenía con los compañeros, de quiénes recibía una cariño afable y protector, y a quiénes sometía asiduamente al duro trance de criticar sus textos; y, diremos, les había convertido, con el tiempo, en avezados eufemistas.
Tenía, nuestro autor, un carácter amable y humilde; sin embargo, tal era su voluntad de convertirse en un buen escritor, que las pocas críticas que recibía de sus amigos, le servían únicamente para abrir nuevos caminos, o, si acaso, para renovar los ya andados; pues jamás desistía de una idea. Podía, eso sí, transformarla mediante otra para acatar, aunque parcialmente, el juicio de sus estimados y, digámoslo de nuevo, muy sacrificados lectores. Confiaba en que el mucho trabajo, los sabios consejos recibidos y una atenta reformulación de sus lecturas, le proporcionarían el talento necesario para crear una obra imperecedera. Por el momento, sin embargo, sólo le habían suministrado unos centenares de páginas que ningún extraño había querido leer, y un intenso dolor lumbar que no parecía querer desaparecer a pesar de los muchos cambios de asiento.

martes, 1 de diciembre de 2009

El autor

No fueron tantos, ni nunca tan pocos como ahora, aquellos que pensaron que una novela era la historia de un fracaso, la crónica desencantada de una imposibilidad, de un desengaño, de una decisión cuyas consecuencias muestran el fatal destino que cualquier otra hubiera, también, traído consigo. No fueron tantos, pero fueron aquellos que ahora recordamos, los que sometieron la alegría y la inocencia del lector a la confrontación desencantada con la dolorosa experiencia de la existencia, con el engaño que sustenta al optimismo. Y entre ellos, fueron aún menos los que hicieron de la gramática y el léxico su ciencia y respondieron, sabiendo que mentían, a las preguntas que su tiempo les formulaba. No fueron tantos, porque además, muchos de los que lo intentaron alcanzaron, únicamente, el fracaso.
Fue, nuestro personaje, uno de estos últimos. Muy a su pesar, y a despecho de las muchas horas dedicadas a la escritura, sus frases no mostraban la clarividencia de una mente brillante, o si lo hacían, era a despecho de la musicalidad de su prosa, anteponiendo entonces el sentido a la cadencia. En otras ocasiones y muy al contrario, uno podía dejarse mecer por sus palabras en una combinación perfecta de vocales frías, palatales y líquidas, o por ejemplo, de vocales cálidas, sibilantes y fricativas, pero en esas ocasiones, al llegar al destino desembarcaba de la frase con una angustiosa sensación de sin sentido, tal si hubiera estado navegando por la superficie de la idea sin que la quilla hubiera hecho en ella ni siquiera el surco del recorrido. Era un mal escritor, pero, sin duda, un buen personaje. El suyo era un fracaso total, pero un fracaso burgués, en modo alguno uno trágico; era, incluso como fracaso, un fracaso.

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