sábado, 28 de noviembre de 2009

El apagón. Capítulo II

Tras hacer un esfuerzo titánico de concentración y varias respiraciones profundas para calmarme, decidí salir por la ventana. En ese momento me agradecí a mí mismo el haber alquilado ese lúgubre tercero en un edificio de treinta plantas. Había permanecido varios minutos tumbado en el suelo, medio soñando. La sensación de claustrofobia traía a mi mente las más terribles ilusiones. Imaginaba la ciudad en ruinas, como en esas fotografías de posguerra. Recordaba todos y cada uno de los libros que había leído sobre sociedades utópicas, todas esas películas catastróficas en las que solo se salvan dos, y me horrorizaba al pensar que yo estaba siendo víctima de uno de esos posibles mundos. Como esos héroes de ficción, yo estaba solo, ya me había acostumbrado, y no echaba de menos a nadie.
Aliviado por este último pensamiento, reuní las fuerzas suficientes para levantarme y llenar una mochila de cosas que intuí que podría necesitar en mi incursión a la vida real. Fue incluso divertido –jamás se plantea uno qué forma material tienen sus necesidades primarias. Cogí un buen cuchillo, pan, agua, chaqueta, cigarrillos, libreta y bolígrafo. Por un momento creí que exageraba, pero como no salía apenas de casa, decidí que eso era casi una tarde de ocio y no tan sólo ir, ver y volver.
Con uno de los cabos de la liana de sábanas que me fabriqué bajo la lavadora –necesitaba algo que aguantara bien el peso-, me fui deslizando más o menos sin problemas hacia la calle. Al final tuve que saltar tan sólo unos dos metros, puesto que mi invento no había podido ser más largo. Le pegué un susto tremendo a un vecino que se había sentado delante de la puerta a esperar, al no poder insertar el código de entrada. -Vaya qué inteligente -me dijo con aprobación. -Sí, es que me he agobiado y no podía salir por la maldita puerta. Oye, ¿qué narices ha pasado? -Ni idea tío, pero parece que el país entero está sin electricidad y sin conexión inalámbrica. No funciona nada.
Un par de manzanas más allá, una ambulancia fugaz y estruendosa hacía que me percatara de que la ciudad parecía estar rugiendo. Se distinguían miles de sonidos aquí y allá, ladridos,
choques, mazazos,
bocinas, sirenas y gritos.
Jamás había visto el cielo así. Estaba anocheciendo y ya se podían percibir las estrellas más brillantes del firmamento. Me pregunté cuán oscura iba a ser aquella noche.

martes, 24 de noviembre de 2009

Diccionario (auto)bombástico de emergencia



(sin comentarios)

lunes, 23 de noviembre de 2009

Hijo de puta más

Me apetece salir a la calle y gritarle hijodeputa a todo gilipollas que se me cruce por la calle.
¿Cómo distinguir a los gilipollas a los que gritar hijodeputa de los demás?
Simplemente no es posible. Así que tildaré de gilipollas susceptibles de ser gritados hijodeputa a todos los tipos que se me crucen en el camino.

Simple.

viernes, 20 de noviembre de 2009

El apagón: nota

En el suelo, a mi lado, caído en uno de los bandazos que había repartido en mi angustia, me encontré un viejo reloj analógico, redondo, un despertador que repicaba las horas y que, como la maza, había conseguido en alguna subasta virtual en una hora de hastío y nostalgia. Funcionaba. Curioso. Miré la hora. Era difícil de decir en la ambigüedad de las agujas. Decidí que la aguja larga estaba más cerca del 11 que del 10: eran las cinco y cincuenta y cinco. Me di cuenta de que eso, en un reloj normal, serían las 5:55. Pensé que en un espejo esos números digitales marcarían las 2:22, con lo que era una hora que bien podrían ser dos, las dos. En fin, una tontería, pero por eso me acuerdo.

jueves, 19 de noviembre de 2009

EL APAGÓN

Ni en la cabeza del más descerebrado de los vates populares, ni tan siquiera en la de Noam Chomsky, podría haberse fraguado la pesadilla que estábamos viviendo. Y es que nadie, por más intuitivo o conspiranoico que fuera, podía imaginarse un escenario como este. Que todas las operaciones, desde las financieras hasta las que antes eran manuales y domésticas pasaran a hacerse a través de la red era algo que todos vimos como el curso natural de las cosas. Era lo más pragmático. ¿Pero quién podía pensar que ese sistema iba a caer por su propio peso? ¿Quién me podía asegurar entonces que no era tan solo un engaño, un asalto previo a una actuación en contra de la población, tal vez para reducirla drásticamente para una mejor repartición de los recursos? ¿Qué pasaría si por una vez no estaba del lado de los buenos? Sin el control de la información no podía saber a qué bando pertenecía. No tenía nadie ni nada que me orientara. ¿Quién era yo?

Empecé a pensar que tal vez hubieran destruido las torres de conexión inalámbricas y las centrales del cable. No me importaba mucho cómo, lo que más me inquietaba era quién. Estaba claro que aquel que lo hubiera hecho se había convertido en mi enemigo. Necesitaba conocerlo a toda costa.

Intenté salir a la calle pero, como la conexión había caído, el sistema del servidor no me permitía abrir la puerta. La pantallita junto a la cerradura decía system failure-open manually. Resultaba gracioso, porque ¿cómo demonios se abre manualmente una puerta digital? Sí, el marco estaba allí, su blanco metalizado impoluto resplandeciendo como una hoja de afeitar, la puerta también estaba allí, claro está, no era ningún holograma. Pero la cerradura no tenía bombín. Era, pueden apostarlo, totalmente digital. Yo jamás había oído que se pudiera abrir manualmente. Tampoco es que lo hubiera necesitado, cierto. Hasta ahora ninguna queja con el servidor de internet. ¡Bueno, tendría que haber alguna forma de hacerlo!

La examiné de abajo arriba por el lateral comprobando la ínfima ranura entre el marco, la puerta y la cerradura digital. Intentaba encontrar algún punto de unión por el que se viera el mecanismo que permitiera accionar manualmente el resorte. El problema era que por esa rácana hendidura no se veía nada en absoluto. Revolví el cajón de las herramientas en busca de una pequeña linterna láser con haz graduable y dirigido. Una vez con ella pude ver el fondo de la muesca. No había nada, ni el botón más pequeño que pudiera ser accionado. Empecé a desesperarme bastante. Di unas cuantas pataletas al suelo y grité «hijo de puta» unas cuantas veces para calmar mis nervios y poder pensar con claridad. Yo ya sabía que probablemente serían varios los hijos de puta, pero dirigir mi ira contra un solo individuo me rearmaba de valor y me daba fuerzas para seguir hacia delante. Tras unos minutos de deliberación contemplativa decidí emprender la aventura de revisar todo el reborde de la puerta en busca de algún saliente que invitara a apretar. El dibujo del marco interior hacía un ángulo que me llamó la atención, así que apreté con la esperanza de que se abriera cual compartimento secreto. Tampoco hubo suerte. Resolví darle uso a una maza de goma que había comprado como curiosidad y que había pasado años de hastío como adorno en la pared en que tenía la pantalla táctil central. En su momento me pareció gracioso el gesto iconoclasta de colocarla ahí, ahora veía en la incongruencia una broma de mal gusto, pero esperaba que mi instinto irreverente me brindara ahora la oportunidad de sacarme de aquel agujero. Lo curioso es que hacía dos meses que no salía de casa más que para hablar con el portero. Me había hecho mi espacio propio en mi hogar y al haber optado por el celibato voluntario también me parecía lo más lógico optar por el encierro voluntario. Trabajaba desde casa, así que no tenía necesidad de salir como la tienen algunos otros. Me traían la compra a casa. La comida me la hacía yo siempre, ese era uno de mis pasatiempos. Después, la lectura y las relaciones virtuales colmaban toda mi necesidad de socialización. Con la puerta abierta no había necesitado salir en ninguna ocasión y ahora que me moría de claustrofobia no había manera de ingeniárselas para escapar a la ratonera. Puse todas mis esperanzas en esa mágica maza, espíritu del pasado, símbolo de la destrucción del presente. Empecé de nuevo a golpeando desde abajo en una prospección vertical. Golpeé toda la superficie del marco de la puerta, los cuadros interiores, el pomo, la cerradura, el visor, las bisagras, cada maldito milímetro de la puerta y del umbral hasta que empezó a agarrarme una ataque de furia y la emprendí a mazazos cada vez más fuertes, con lo que los rebotes de la goma en mi cabeza empezaban a hacer mella en mis sentidos. Cuando me di cuenta de esto salí completamente de mí y me dirigí hacia el salón, arrasando con todos los objetos que encontraba a mi paso y cebándome especialmente en las pantallas táctiles en forma de manzanita que poblaban el piso y le daban su aspecto de huerto cibernético. Me coloque frente a la pantalla central pero para mi sorpresa esta me devolvió el golpe. Tuve que tocarme en la sien para comprobar que no llevaba las gafas de realidad virtual, y también para verificar que esta vez el golpe recibido me había hecho sangrar. Me tambaleé y volví ante la puerta como pude. Con mis últimas fuerzas ya nubladas, grité socorro aún con miedo de que alguien viniera en mi ayuda. Me di de bruces contra la puerta. Sentí como mi labio y parte de mi cara, en contacto con el frío metal, se estiraban hacia arriba y besaban el objeto de mi infortunio mientras el peso de mi cuerpo sucumbía a la gravedad. Me escurrí zigzagueando hasta el suelo.

¿Continuará?

miércoles, 18 de noviembre de 2009

...Despertè con la sangre cocida sobre mi cabeza. No habìa luz. No habìa luz de ningùn tipo. De cojones, todo se ha ido a la mierda. Cojonudo. Y ahora y ahora y ahora...vaya puta mierda. Las ventanas de la casa eran pantallas de plasma apagadas. Yo mismo estaba dentro de una de esas pantallas de plasma. No se veìa absolutamente nada. Creo que casi todo en mi vida me la ha sudado. Silencio. Un grito desesperado. Tres, cuatro, cinco, seis: otro grito desesperado, hijos de puta tal vez, me quereis joder tal vez. Silencio. Decidì volver a concentrarme en mi casa. En mi habitaciòn. En mì.
-Necesito ver...
No funciona nada. Aunque sea un poco de penumbra. Un poco de penumbra. No funciona nada. Joder. Me duele la cabeza. Con cuidado me incorporè. Casi de inmediato algo me rozò la pierna izquierda a la altura de la espinilla. No pisar al gato no pisar al gato no pisar al gato. Era lo màs parecido a ver por el momento. Lo màs parecido a un cuerpo a parte del mìo en los dos ùltimos meses. Què puedo hacer. Me entraron unas ganas terribles de fumar. En los ùltimos momentos antes de algo inminente las ganas de fumar es uno de los sentimientos màs grandes a los que somos capaces de llegar a sentir. Fumar. Despuès dejarse llevar.
-Soy tonto, de lo màs tonto que hay.
C-E-R-I-L-L-A-S.
Pasè la mano por la frente y pequeñas costras de sangre saltaron en la negrura.






PD. Por una vez el gato està vivo y vive en mi casa.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Von Tobi Streifen betet der anständigen Bruch...
anständigen Bruch...
què bonito

lunes, 9 de noviembre de 2009

¿Que tienen en común una piedra, un armario raro con una cara dorada y un coche verde?




Bueno, mirénlo otra vez: en realidad se trata de un Crevrolet, un juego y una roca con forma de algo.

...


¿No?

Pistas: la primera foto es en Cayafate. La segunda en La Plata. La tercera en Avellaneda.

...


¿Aún no?

Más pistas: los tres lugares están en Argentina.



...


Ahora sí, ¿no?


...

tras un día de pobres deliberaciones, ahí va la respuesta:

foto 1: El Sapo de Cayafate
foto 2: el juego del sapo
foto 3: Chevrolet modelo Sapo

¡¡¡¡Un beso fuerte, mucha suerte y bife al Sapo Treze en su aventura argentina!!!!

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