lunes, 18 de enero de 2010
lunes, 30 de junio de 2008
Escribano analfabeto.
Cap VII (de cuando el narrador de la vida del Escribano se retracta del último capítulo y lo reescribe)
Consorte: aquel que comparte tu suerte.
Nada más pisar la ciudad, una conocida le ofreció una habitación que alquilar a un precio más que moderado en el centro así que se trasladó aquel mismo día.
La casa tenía un recibidor oscuro que se abría a un largo pasillo del que emergían las habitaciones. Una de esas casa tan grandes como mal distribuidas. Al entrar, al fondo del pasillo y a contraluz, vio una silueta de mujer. Era una figura alta y delgada que al acercarse se descubrió completamente vestida de negro excepto por los zapatos de tacón que eran de un granate escarlata con los talones desgastados.
No tardaría en aprender su nombre, su rostro, sus manos, su enfermedad.
Al día siguiente bastó una breve conversación en el pasillo para que ella le invitara a compartir el sofá que desde su habitación permitía ver la actividad diaria del mercado municipal. Allí, de forma sencilla y abierta le contó el terrible secreto de su adicción.
Mónica, ese era su nombre, había empezado a fumar heroína diez años atrás con tres amigos viendo las películas de Warhol y la Velvet Underground. Lo que empezó como un juego intelectual acabó con cuatro amigos sometidos a la más totalitaria de las enfermedades. Cuando se conocieron, Mónica hacía tiempo que luchaba desesperadamente contra el hábito, pero la equación de la Enfermedad es muy exacta, muy compleja (o tal vez incomprensiblemente sencilla), cada pieza debe ser substituida cuidadosamente.
Si la situación de Mónica era angustiosa y angustiante para el observador, su persona estaba limpia, sus afectos permanecían limpios, era un alma límpida arrollada por un infierno químico.
Después de esa conversación no tardó en llegar el primer beso, la primera cama compartida. Pasaron los meses y, como siempre ocurre, el secreto empezó a hacerse evidente en la casa, así que perturbados por las miradas entre compasivas, angustiadas y condenatorias de sus compañeros decidieron mudarse a un piso con dos pequeñas habitaciones en uno de los barrios más conflictivos y ruidosos de la ciudad. Había una doblez en aquella sufriente mujer que Escribano adoraba; un pliegue que, extendido, abarcaba toda su ternura.
Ella necesitaba la droga día y noche, su cuerpo, sus células aullaban la ausencia. Extremadamente delgada se debatía entre la rabia más irracional y una tristeza hecha del abatimiento más completo que Escribano hubiera observado. En muchas ocasiones, era él quien tomaba el metro hacia la zona alta de la ciudad para encontrarse con el negro de las bolas blancas a cincuenta euros.
Proporcionarle la droga era darle una tregua, aliviarle un sufrimiento, conseguir que reflexionara sobre la naturaleza de la Enfermedad al menos durante la primera media hora, después el poder analgésico de la heroína la transportaba a una suerte de útero en el que flotaba lejos de toda materia.
Escribano vivía abrumado por un rosario de sentimientos contradictorios. Escribano padre, Escribano sanador, Escribano todas las tareas del hogar, Escribano angustia, ternura, rabia, tristeza, algo parecido a la demencia, esperanza, pluma de belleza esperando manotazos.
Proporcionarle la droga era participar de un abismo hecho de la más baja desmotivación. Mónica era un pelele, un ratón de laboratorio lanzándose una y otra vez contra la portezuela electrificada que le proporcionaba alimento.
Escribano se iba cada mañana a trabajar en un bar con la angustia del que sabe algo terrible puede ocurrir en su ausencia. Las horas que le proporcionaban el salario se le hacían angustiosamente interminables. Llegó un momento en el que Escribano prefería que Mónica estuviera sumergida que luchando en la superficie. A veces, al despertar se la encontraba dormida, abatida con la frente sobre el teclado del ordenador: la mano derecha sobre la mesa con el mechero y el brazo izquierdo colgando inerte sosteniendo un trozo de papel de plata con los recorridos acaramelados de la heroína. La imagen entre patética y cómica de las teclas marcadas en la frente cuando la despertaba.
Escribano seguía día tras día cuidando de ella con la inercia esperanzada de un cambio,una salida, una crisis que desembocara en algo mejor. Toda aquella situación era demasiado oscura. La naturaleza de la desgana, la nausea continua a flor de piel, el abismo del primer llanto de la criatura primera. Escribano lloraba la pena insondable del amante tierno expuesto al garrote vil del acantilado de la desgracia.
Aquello duró un año hasta que Escribano, exhausto y habitando algún tipo de fondo sin nombre, animó a ciegas a su compañera a internarse en un centro de desintoxicación.
El piso quedó en silencio y Escribano con él. Durante una o dos semanas su cuerpo y sus pensamientos quedaron suspendidos. Escribano sabía que estaba reflexionando pero se le escapaba la naturaleza de sus reflexiones. Sentía como la bolita rebotaba entre los resortes generando conclusiones, preguntas, respuestas y no le inquietaba desconocerlas por completo, entendía que aquello era de lo más normal. El tiempo no cura pero piensa mucho mejor que nosotros.
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lunes, 16 de junio de 2008
Escribano analfabeto.
Cap VII (la pesadilla y el pinball)
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martes, 3 de junio de 2008
Escribano analfabeto.
Cap VI
...paisajes que le dejaban sin escapatoria; encuentros forzosos con la nada, el espacio entre dos sentimientos, la suspensión por un segundo del trapecista de su cabeza.
Escribano era feliz en el país de las brumas, aquel cielo bajo e inmenso y ese sol que el Mediterráneo anhela en cada atardecer. Andaba la mañana, andaba la tarde y por las noches se refugiaba al calor de los banjos y la cerveza negra.
Puede que este capítulo suene muy idílico a ojos lector pero fue exactamente así y todavía más delicado, añejo y lírico. Escribano melancólico, Escribano bajo la lluvia; Escribano con la mirada detenida en los rápidos del río, los cisnes, las barcas negras: Escribano fumador, conmovido con su verdad en la mano y el horizonte ancho.
Hubo amigos. Olof, sueco de sonrisa en la mirada, pelo atolondrado y variación musical de un alma muy parecida a la de Ascher. Olof recogía mejillones cuando bajaba la marea, tocaba la mandolina, saltaba por la playa, el campo, la casa.
Y si en un principio escribano socializó e incluso trabajó en lugares públicos, con los meses se fue retirando de la vida social para pasar los días en su diminuta casa a pie de jardín. Entregado a su oficio, hacía una diaria salida nocturna a su pub preferido con una puntualidad religiosa. Allí, los mayores le hablaban del cielo irlandés: “there’s no sky like irish sky...” bebían con él y él con ellos caldeando y dulcificando las noches al amparo de una paredes tan negras como su cerveza.
Pasaron los meses, y los días del Escribano eran planos, carentes de las tripas que evocaban sus letras. Progresivamente se fue sumiendo en una plácida tristeza que lo empujaría a dar paseos todavía más largos. Escribano se deshacía como una piedra de sal bajo la lluvia. Escribano solitario, Escribano aullando entre sábanas, Escribano en un avión, Escribano enfermo.
La vuelta a España fue fácil de no ser por la pneumonía que se trajo de Irlanda y que supuso un retiro de un mes en la casa familiar donde reposo y comida lo dejaron como nuevo. Una vez recuperado, Escribano volvía a Barcelona donde le esperaba la experiencia más real, peligrosa y brutal de su vida.
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domingo, 18 de mayo de 2008
El escribano analfabeto.
Cap. V La aparición de Franja Reza.
Por entonces, escribano trabajaba compulsivamente por las mañanas. Su sistema era éste: al despertar bajaba a la tienda más cercana y se proveía de zumos con azúcar, zumos y más zumos; una vez en casa se sentaba frente a la máquina de escribir con el propósito de acumular tantos poemas como fuera posible, uno por folio. Y ahí se quedaba hasta las cuatro o cinco de la tarde con los zumos y unos cuantos cigarros de haschis como único sustento. Una de aquellas tardes recibió la llamada de su amigo Franja Reza. Pretendía trasladarse a Barcelona y nuestro escribano no dudó en ofrecerle un camarote en la nave.
Con esta nueva compañía empieza el tercer nacimiento del escribano.
Como con todo buen y viejo amigo, con Franja sobraban las palabras en los aspectos domésticos. Ambos se movían por el piso como una bandada de pájaros, como egipcios capaces de situar piedras en posiciones imposibles, al unísono. Trabajando lo justo fuera de casa, pasaban los días cada uno en su camarote y en mutua compañía. La nave surcaba mares poderosos y benévolos; los folios se acumulaban escritos y la mayoría de los días veían amanecer envueltos en el salvaje graznido de las gaviotas.
Un buen día, los cambios son siempre producto de un buen día, su casera les subió el alquiler y nuestro escribano, abrumado por el próximo proceso de buscar piso abandona la nave para viajar a Irlanda. Iba en busca de un invierno de vientos y lluvia; cuervos, musgo, cementerios como jardines escondidos y eso es exactamente lo que encontró pero aún hubo más...
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jueves, 8 de mayo de 2008
Escribano o lector.
Cap IV
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jueves, 1 de mayo de 2008
La Zozobra presenta: escribano o lector.
Nuestro escribano vivió desde los siete años en un pueblo costero, y aunque a simple vista parezcan aireados conjuntos arquitectónicos de cara al mar y a la costa, hay algo denso en esos pueblos. Los veranos están llenos de cuerpos y los inviernos son playas de ramas, frías y precintadas calles, edificios deshabitados y bares muertos.
Los amigos iban y venían con las estaciones. Los de verano no siempre eran los de semana santa y a su vez, éstos variaban de los de navidad. Muchos aspectos del día a día del escribano era discontinuos.
Queda el paisaje del puerto siempre con ese aspecto abandonado. Las escasas tiendas inamovibles y el, probablemente, mercado municipal más caro de Catalunya. Calles de hojas de plátano como nieve virgen. Fines de semana en el mar y en la habitación, un mundo latente a la espera de un fogonazo de eclosión.
LLegó la universidad y con ella la ausencia de padres y horarios. Aparecieron las primeras drogas: bellos y suculentos sueños diurnos; partidos de tenis sin raquetas ni pelota; amor; dolor. Una a una las primeras lecciones y los primeros poemas doloridos; uno a uno un rosario de folios escritos sobre un soporte vivo; carpaccio de tripas, razones, inspiración.
"No hay poesía, sino poesía dolorida
no hay dolor
tan sólo tu no compañía.
Este manoseado órgano sólo sabe llorar vinos y drogas.
Dicen que con eso basta,
despertares grises al amanecer,
dicen que con eso basta.
No hay poesía,
poesía dolorida."
Once asignaturas en segunda y tercera convocatoria al tercer año de carrera: derecho, derecho tumbado. Abandonó la ciudad de Pamplona como lo hace la sombra de un perro y fue a dar con Barcelona, humanidades y dos cursos donde pudo vivir solo y escribir. Escribano en plenas facultades, escribano loco, disoluto, trepado al tejado, alguien cualquiera salvándose.
De aquello salieron folios, más folios vencidos al silencio, a las tardes rotas por la mañana, a las urnas. Hubieron errores tipográficos, aciertos lingüísticos, cajas de vino tinto.. En casa tenía el espacio dividido con alfombras: a un lado la cama, la música; al otro, sobre una banqueta máquina de escribir, folios, botellas de vino y un cenicero. Una larga serie de esperanzas. Largos paseos bajo el mal tiempo y esa casa de los vapores. Semanas sin señales de vida. Un único día repetido sin cesar: escribir. La noche, la distancia, el sonido de una guitarra silenciosa, los tejados urdidos por las manos de Penélope, los edificios convertidos en árboles, locura, ira, amor desangrándose sin remedio.
Cayó entonces la universidad, el piso, el dinero de los padres y empezó el segundo nacimiento del escribano.
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viernes, 18 de abril de 2008
La Zozobra presenta: huevo o gallina. Escribano o lector.
Cap II
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sábado, 12 de abril de 2008
La Zozobra presenta: Escribano y lector analfabeto. Huevo o gallina.
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