lunes, 3 de marzo de 2008

Pasapisos (y 3), por Mónica Copérnica

[En la línea de lo dicho en la entrada precedente por nuestra querida Leli Vorratxes, este texto no forma parte del recién (y bienvenido) restaurado decretazo hebdomadario, ni pretende hacer sombra al excelente texto del Burrot Català. Mónica Copérnica apareció en un momento de indolencia por parte de los miembros del Colectivo Autobombo y sirvió de acicate o advertimiento de la dejadez en la que estábamos cayendo todos nosotros. Ahora, tal vez, cuando la ruleta de la creatividad impositiva ha vuelto felizmente a rodar, su misión se haya visto ya cumplida y la huidiza Copérnica pueda volverse a ocultar... ¡hasta que volvamos a dormirnos! Así, en agradecimiento y para que su lección no caiga en saco roto, publicamos ahora la tercera y última parte de su relato "Pasapisos". ¡Gracias y hasta pronto, Mónica Copérnica!]

[...] "Él viene a verme todos los días. No lo reconozco, pero hago como que sí. Por complacerle. Parece que el reiki me está haciendo bien, que me está ayudando a recuperarme. Me ayuda a recordar, dicen el médico y las enfermeras. Pero ¿recuerdo de verdad, o lo que ellos quieren que recuerde? Me son extraños. Todos. Él, mi marido aparentemente, César. Me regala flores, me mima, me acompaña. No me incordia. Está presente, me controla. Dice que se siente culpable, que no me tenía que haber dejado conducir todavía, ir yo sola. Hay algo en su mirada que me inquieta, una mirada que no consigo apresar, que se me escapa. Huidiza a ratos, cuando piensa que no le miro. Hay momentos en que pienso que me estoy volviendo loca y que imagino lo que no es. ¿Cuándo he vivido yo en Argentina? En mi otra vida, supongo. ¿Cuándo y por qué decidimos venirnos? Alexandra y Paolo, nombres que me producen extrañeza. ¿Yo les puse esos nombres a mis hijos? Entre todos reconstruyen mi pasado, me reconstruyen. César me enseña algunas fotos de ellos en las que nunca estoy. 'Tú eras la artista que las hacía', dice respondiendo a mi pregunta, sin mirarme. He creído percibir un ligero temblor de duda en su voz. Parecen dos niños alegres, vitales. ¿Y por qué no vinieron con nosotros? No entiendo muy bien sus explicaciones: 'Pronto vendrán, es lo que habíamos decidido antes de venirnos para acá'.

He recibido una postal de Paolo y Alexandra desde Buenos Aires. Me la trajo César. Letra infantil con dibujos de flores. Buenos Aires no me dice nada, la letra y las palabras de mis hijos tampoco.

Hoy ha venido un inspector de policía a la casa-residencia en la que paso mi recuperación desde la salida del hospital. Sólo quería hacerme algunas preguntas. Tendrá que esperar a que un día se haga la luz en mi cerebro desportillado y a que mis neuronas se conecten. Preguntas sobre el accidente, quién era la persona que conducía, a dónde íbamos..., preguntas sobre César y sobre mí, dónde nos conocimos, cuándo..., preguntas sobre Alexandra y Paolo. Preguntas desesperadamente sin respuesta. César no estaba. Cuando ha venido a verme, ya al anochecer, ha insistido en saber qué me había preguntado el inspector y cuáles habían sido mis respuestas. Parecía inquieto, nervioso. 'Eso sí lo puedes recordar, ¿no?', me ha dicho con su cara muy cerca de la mía y gritando sin levantar la voz. Luego se ha incorporado con esfuerzo y me ha pedido perdón. Su boca sonreía de nuevo, pero no sus ojos. Al rato, con una excusa, ha dicho que tenía que salir. Al quedarme sola, he tenido un sobresalto: ¿Iba sola, conducía yo? ¿O era otra persona la que conducía, como ha insinuado el inspector?

Hace varios días que César no ha venido a verme. No me importa, ni me duele. Tampoco tengo manera de comunicarme con él. No recuerdo nuestro número de teléfono y sólo sé que vivimos en El Borne. Quien sí viene algunos días es el inspector. Me acompaña y me hace reír. Sé que continúa trabajando en lo que él llama 'mi caso'. Dice que ya lo tiene bastante adelantado. '¿Así que ahora soy un caso?', le digo medio en broma, pero angustiada por lo que todavía voy a tener que descubrir. Nunca había pensado que la niebla fuera tan espesa y tan poco quebradiza.

Parece ser que el puzzle se ha reconstruido. Ya sé quién soy, siempre según la ficha que me ha enseñado el inspector: Elena Lázaro Vernès, 35 años, nacida en Barcelona, pintora de cierto éxito, divorciada, sin hijos. También sé quién es César: César Pesco, 42 años, nacido en Buenos Aires de padres italianos, casado, dos hijos. Su último trabajo conocido, vendedor de pisos. Desaparecido."

6 comentarios:

Anónimo dijo...

creo que monica nos ha despistado mucho a todos, que hemos apuntado erróneamente, hacia Madrid, hacia Poble Nou. Monica, ya sé quien eres. Mil gracias

Anónimo dijo...

el cierre ni que ver con los anteriores, marvelous, también te doy las gracias Copérnica y lágrimas... enganchado al serial estaba y con afán de despistar, autoapuntándome un error, también te lo agradezco a ti.

Anónimo dijo...

perdón por el retraso en el disparo: sea el Sargento Pioje. Mónica, estarás siempre en nuestros corazones.

Anónimo dijo...

Sí. Gracias a Mónica por estar ahí. Dijeron que vino en un momento de dejadez, que su papel está cumplido ahora que la crisis se redime, pero yo siento sin querer evitarlo que Mónica debe volver, que debe estar siempre ahí así como el colectivo está en perpetua crisis. Aunque su anagrama no se corresponda con ningún nombre real,aunque haya sumido a todos en una profunda investigación y un mareo de caracteres, aunque se me haya adjudicado su obra, que yo acepto gustoso ilustrar a pesar de todo, aunque jamás lleguemos a saber de quién se trata realmente y sólo podamos hacer vanas acusaciones de Pedro entre los lobos, porque querámoslo o no, llámese Mónica o Elena, esta fantástica narradora continuará escondida dentro de nuestra zozobra. Sí, gracias a Mónica por continuar ahí.

Anónimo dijo...

Entiendo que el disparo tardío del Burrot se refiere a que el próximo publicante ha de ser el Sargento (y no puede sino escamarme más que la ruleta haya tardado en girar hasta la copernicana publicación, por lo que intuyo una entente o una autorría colectiva detrás de ésta, pero bueno ese es o será otro texto). Siento ser insistente pero no puedo dejar de apuntar que yo aquel verano yo también estuve en el camping la Ardilla Roja

Anónimo dijo...

Vayan también mis gracias y mis elogios a la "tapada" Copérnica, parece que nos ha dejado un poco intrigados a todos/as, lo cual siempre viene bien para mantener el espíritu de este fantástico Colectivo...
Ogro, me dejas también intrigado con lo de La ardilla roja: yo sí que estuve allí aquel verano, atiborrándome a langostinos, y no te vi por ningún lado...
Y para acabar: no tardes Sargento, que tengo ganas de leerte!

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