Se levantó del sofá. Tenía hambre, pero también suficientes remordimientos por la comilona del mediodía como para censurarse la merienda. Así que se decidió por un cortado, con poco azúcar, sólo la medida justa para que la amargura del café no le resultara desagradable. Como ya no le quedaban vasos pequeños, se decidió por una taza. La llenaría hasta un poco menos de la mitad, la medida más o menos justa de lo que hubiera ocupado la leche en el caso de que hubiera dispuesto del recipiente adecuado. Sin embargo, se le fue la mano. Por un momento pensó en verter de nuevo el líquido en el brick, pero finalmente desistió: de haberlo hecho, se le hubiera desparramado la mitad por el mármol de la cocina. No merecía la pena. Además, era leche semidesnatada, un cincuenta por ciento era agua. Como tampoco tenía cafetera –de la misma manera que no tenía plancha, pero sí una lavadora con una opción antiarrugas- bajó del armario el pote de café soluble. Descafeinado. Se echó una cucharadita exacta, la medida justa para que el color de la leche se tornara lo suficientemente negro y lo suficientemente blanco para que su sabor, con la cantidad de azúcar que tenía pensada, no le resultara desagradable al paladar. En esta ocasión acertó en la proporción, o eso creía, si hubiera podido probarlo. Pero no pudo. Al bajar el azucarero, que ella pacientemente iba llenando con el contenido de los sobres que su madre recogía de los bares –pues la mujer siempre tomaba café sólo y amargo-, se le resbaló de las manos. Cayó con la fuerza necesaria y en el punto justo de la taza para romperla en mil pedazos. La leche medio tiznada se desparramó por el mármol. Ahora no sólo debería limpiarlo sino que además tendría que recoger los trozos desmenuzados de cerámica. Y comprar otra taza, a no ser que quisiera tomarse su próximo cortado en la olla a presión, que por cierto no había utilizado nunca. Seguro que se cortaría. Siempre le pasaba lo mismo. Con lo fácil que hubiera sido verter de nuevo la leche en el brick, o mejor, tirarla, sin más, en el fregadero o, directamente, bebérsela de un trago, sin azúcar, sin medir la amargura, sin controlar el dulzor, sólo engullirla con los ojos cerrados, sin pensar en las estúpidas proporciones de edulcorante y café que, al igual que en sus parcas meriendas, también regían su vida, descafeinada y frágil, dispuesta a volatilizarse de golpe con el impacto de un azucarero a rebosar cayéndole del cielo, en mitad de las narices.
Ese ai, Vate que liza
6 comentarios:
Ya sabéis que siempre he sentido inclinación por la literatura de lo infraordinario. Y este relato no es una excepción: me ha gustado de manera inversamente proporcional a lo que me gusta el café, la leche desparramada y los trozos de tazas rotas. Por cierto: ¿quién se esconde tras tan barroco anagrama? Diríase de la quilla, pero no me salen las cuentas...
Por cierto, MUY guapo el dibujo ese que habéis puesto de las piezas de ajedrez... ¿Quién ha sido el iluminao y de dónde lo ha sacao?
aquí leli surfeadora fue la encontradora. a veure si ens enroquem d'una vegada amb el tema escacs, una variant del proxeo, no?
com va la competició?
...sì, yo tampoco salgo de cuentas...pero tambièn me gusta el desparrame y los trozos...
Supongo, Leli, que la variante del "proxeo" es el "escaqueo", no? Doncs per a que vagis fent boca, aquí tens un problemet escaquístic ben xulo, a veure si t'inspira un relat, tipus "El rey suicida" o "El monarca que iba a su puta bola". Y dice asín:
Las cuatro primeras jugadas de las blancas son, obligatoriamente: 1.f3... 2.Rf2 ... 3.Rg3 ... 4.Rh4. Las negras deben darle mate tras su último movimiento (4.Rh4), teniendo en cuenta que todas las jugadas tienen que ser "legales" (es decir, por ejemplo, que la casilla g3 no puede estar amenazada por las negras en el momento en que al rey blanco le toca pasar por allí...). Capito? Pues ándale, amantes del escaqueo!
nuevo enigma ha caído en nuestro espacio, quién se esconderá tras esa nueva máscara que firma tal exploración de lo cotidiano?
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