domingo, 6 de febrero de 2011

WG Episodio 15, por El Ogro del Sí

Es cierto que sobreactuaba. Hasta ese momento no sabía que le hubiera cogido tanto aprecio a aquel animalejo. Y en realidad supongo que no lo había hecho, pero la escena me parecía tan dramática, había visto tantas como esa en las películas, que imaginaba que era así como debía reaccionar. Tuve que perseguir al doctor Hoffmann durante un rato por toda la sección de Microbacteriología de la Clínica Koch y después por las diferentes plantas del hospital para darme cuenta de que mi reacción era desaforada y que debía entrar en razón. Aquel maldito vejestorio era todo un atleta, corría como un chaval de quince años y saltaba los obstáculos como si de un acróbata se tratara. Me llevó escaleras arriba y abajo. A nuestro encuentro salieron todas las modalidades de vallas olímpicas y paralímpicas posibles. Sobrepasaba las camas con soltura y vigorosidad. Hacía lo propio con los celadores, apoyando las manos sobre sus cabezas para propulsarse hasta el techo y limpiarlo con su media melena teñida de blanco. Saltaba todos los carros que aparecían por el pasillo como si estuviera pasando la pantalla de un videojuegos mil veces superado: carros con bandejas de la comida, carros de instrumental quirúrgico, carros de curas, carros de la basura, carros de la limpieza, de ropa de cama maloliente. Precisamente al ver que se cruzaba en nuestro camino el carro con la ropa de cama sucia, con su característico y cálido olor a bebé recién enfaenado, pensé que sería mejor imitar la técnica de salto del viejo en lugar de tropezar con cada uno de esos vehículos en mi torpe parodia de carrera de obstáculos. Di un brinco impulsándome con la pierna izquierda para alzar la derecha al máximo hasta sorprenderme sobrevolando el carro con la pierna. Sonreí a la enfermera y me dispuse a recoger la pierna izquierda con elegancia, tal y come le había visto hacer al viejo, al estilo del celebérrimo Edwin Moses. Si la enfermera hubiera tenido una cámara de fotos y hubiera querido retratar mi heroico momento habría reparado en que los ángulos de mis piernas hacían el dibujo de una escalera perfecta por la que daban ganas de ascender. No obstante, a pesar de la elegancia del salto, mi afán competitivo había hecho que olvidara que aquella pierna mía estaba todavía maltrecha, algo que recordé al momento cuando no quiso responder y se enganchó a la barra de aluminio de esa peculiar valla, de modo que fui a dar de lleno al saco de los detritos. Nada sorprendente si se repasa mi historia. Aturdido y vencido, salí como pude del fétido contenedor, arrastrándome a cuatro patas. El doctor me esperaba al pie del mismo con Georg en las manos, sonriendo como un sádico. Me dio el peluche de nuevo, no sin antes burlarse de mí haciendo varios amagos en los que lo acercaba y apartaba acompasando su gesto con una oscilación de la cabeza y una media sonrisa tonta que me ponía más enfermo de lo que ya estaba. Parecía empeñado en mostrarme y demostrarme que todo estaba bajo su control y que yo no era más que un pelele.

—¿Lo hacemos? —dijo el viejo atleta solo para que yo rabiara. Supongo que sería deformación profesional—. ¿Lo hacemos? —repitió—. ¿Lo hacemos? —insistía en insistir.

—Sí —contesté al fin—. Haga lo que sea.

—¿En serio? Vaya, no pensé que se diera usted por vencido tan pronto. Hagamos una cosa. Si revivo a su peluche estaré en deuda con usted para siempre. Podrá pedirme lo que quiera.

—Pero eso no tiene ningún sentido. En todo caso tendría que ser al revés. Es usted quien me hace el favor.

—¿Al revés? ¿Cuántas personas conoce usted que hayan resucitado a un peluche?

—Ninguna, cierto. Pero…

—Me hará usted famoso. ¿No se da cuenta? Walter Hoffmann, el hombre que descubrió cómo funciona el sistema nervioso de los peluches. Venga acá. Es más, le invitaré a que pruebe mi cóctel favorito. ¿Lo quiere ahora o después?

—Después, a ser posible —dije vencido por su ridículo sentido de la realidad.

Sabía ya que jamás reviviría al pobre Hans-Georg. De hecho empezaba a pensar que jamás había tenido vida, que mis aventuras con él no habían sido más que una serie de alucinaciones a consecuencia de mi cansancio físico y los golpes recibidos en el interior de aquel refugio de murciélagos. A decir verdad, ni tan siquiera creía que lo que me estaba sucediendo en ese momento con el doctor Hoffmann, ni su propia persona misma pudieran ser reales, tal era mi estado de incredulidad. Solo quería salir de allí cuanto antes y escapar de ese estado lisérgico en el que me encontraba. Volver a mi refugio. El mayor problema era que ese refugio permanecería inaccesible hasta el día siguiente por la noche cuanto menos.

—Pues nada. Manos a la obra —anunció el doctor con aire decidido y jovial. Déme, hombre déme el peluche. Cualquiera diría que se lo quiero quitar.

—Se llama Hans-Georg —dije con toda mi dignidad.

—¡Ja! ¡Hans-Georg, qué ocurrencia! No se puede negar que tiene usted sentido del humor, señor Amor.

Le ofrecí el cuerpo exangüe de mi compañero a regañadientes, deseoso ya de que hiciera lo que hubiera de hacer con él. El doctor Hoffmann lo tomó con cuidado entre sus manos y lo depositó en un pequeño cubículo de metacrilato. Su cuerpecito cayó desplomado sin peso alguno, sin hacer ruido, como si realmente hubiera perdido toda gravedad y estuviera completamente hueco. Después el doctor se dio la vuelta, abrió uno de sus esterilizados cajones y sacó de él lo que me pareció primero un máquina de afeitar y después una linterna, solo que en lugar de cuchillas o una bombilla tenía un filamento desnudo bastante grueso. El doctor lo puso en alto, accionó un botón y el aparato emitió una pequeña chispa. Después lo puso sobre el cuerpo de Hans-Georg y este se elevó unos centímetros de golpe para después volver a quedarse en el sitio.

—¡Pero qué hace! —dije aterrado—. ¡Va a matarlo!

—¡Ja! Eso ya sería un principio Como mucho lo tostaré un poco.

Efectivamente, ya olía a pelusa quemado. El pelamen del abdomen del pequeño animalito se veía chamuscado, pero aparte de esto no pareció surtir efecto alguno. El doctor Hoffmann no se amilanó y arremetió de nuevo con su juguetito. Y cuando vio que no sucedía nada extraordinario se lo puso una y otra vez encima como un auténtico maníaco, al tiempo que reía con unos aullidos dignos de un frenopático a media noche.

—¡Déjelo! ¡Déjelo! Acabará por quemar el maldito peluche. Tenía usted razón. Es cierto. Lo que usted quiera. Pero por favor, deje de maltratarlo ya. Saldremos todos ardiendo.

—¿Ahora qué, se da ya usted por vencido, estúpido perturbado?

—Yo, yo… —acerté a balbucear.

Estaba en estado de conmoción absoluta. No sabía si llorar o pedirle que me invitara a un trago de etanol. No era exactamente pena lo que sentía, sino la impotencia de no alcanzar a comprender mi propia situación.

—¡Salga de aquí ahora mismo, fantoche! ¡O se piensa que un científico como yo tiene tiempo para perderlo con escorias de las sociedad como usted! ¡Fuera, hombre, fuera!

Me hubiera gustado contestar algo, pero la verdad es que no se me ocurría nada y lo peor de todo es que tenía razón. No era más que un trastornado al que se le iba la cabeza y no sabía de dónde le venían las ideas. Di media vuelta para marcharme. Me dirigía ya a la puerta cuando el propio doctor me detuvo.

—¿A dónde va idiota?

—Yo, me iba, es que…

—¡Pero llévese el maldito peluche, hombre! ¿O lo deja aquí como legado a la posteridad?

Volví sobre mis pasos y me encaminé hacía la urna de metacrilato para recoger el peluche al que llamaba Hans-Georg. Cuando mis dedos se pusieron en contacto con su supuesta piel de felpa sentí un calambre. Quedé sobresaltado, pero no solo por eso.

—¿Podéis dejar de gritar de una vez? Tengo un dolor de cabeza horrible. Mejor será que no me pongáis rabioso —dijo Hans-Georg dándose la vuelta para mirarnos con sus oscuros ojillos.

El doctor Hoffmann se quedó lívido. Se frotó los ojos y me miró para comprobar que no tenía alucinaciones. Después dio media vuelta, abrió de nuevo el cajón del que había sacado el aparato de las descargas eléctricas, lo volvió a poner en su sitio y cogió una petaca. Le dio un largo trago y volvió a mirar hacia la urna ya dispuesto a esperar cualquier cosa.

—Doctor Hoffmann, le presento a Hans-Georg, mi amiga la rata erudita. Como ve —dije con aire triunfal— no se trata de ningún peluche. Así que creo que está usted en deuda conmigo.

—En todo caso es usted, y toda la humanidad, los que están en deuda conmigo, por haber encontrado la forma, hasta este momento impensable de dar vida a un peluche, de ínfima calidad, por cierto.

—Bueno, sí, lo que usted diga, pero creo que me había prometido algo.

—Eso no puedo negarlo. Soy un hombre de palabra. ¿Qué le había prometido?

—Que me invitaría a una copa.

—Pues tome, tome. No sea tímido —dijo haciéndome llegar la petaca.

—Eso déjelo para sus experimentos perturbados. Yo quiero un Hendricks con pepino. En una buena coctelería.

—Yo me conformaré con un Sewer Rat —dijo Hans-Georg.

—Demonios. ¿Además de hablar también bebe?

—Sí, espero que no le moleste —contestó indolente—. Como buen europeo, tiendo a la autodestrucción, y no digo al nihilismo porque no quiero entrar a valorar términos nietzscheanos antes de tomar una copa.

—Así se habla —dijo el doctor Hoffmann—. ¡Menudo fenómeno!

Cogí a Hans-Georg y me lo puse al hombro. Estuve a punto de darle un beso, pero la infección de ese ojo que si bien atornillado, campaba a sus anchas fuera de su cuenca solo momentos antes, hizo que me detuviera a tiempo.

—No sabes lo que me alegro de que vuelvas a estar con nosotros —dije en cambio.

—Menos monsergas y vamos a lo que vamos, que me muero por quitarme este dolor de cabeza.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Ufff!

leli dijo...

pues a mi me ha gustado

lelishop japo dijo...

por cierto, un poco de autobombo, hombre! Esta portada es, para mi gusto, una de las más bonitas de los últimos tiempos...

el ogro en Fujiyama dijo...

Yo diría más: es la más bonita de los últimos tiempos. Felicidades, Leli san.

Zorra cada vez más enganchada dijo...

Joder, me encanta, menos mal que Hans-Georg no nos ha abandonado, empezaba a temer por su Dasein -zzz-.

Habría que hacer también unas instrucciones para subir por la pierna de Amor.

Maravilloso, yo también me prepararé un Hendricks con pepino en tu honor.

Ares Quella dijo...

Marchando un Sewer Rat... Queremos más!!!

Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.