El Peruano
A El Burrot Català
“Aquello que no vemos es lo que nos impide el paso”
Andrés Neuman
Debe haber pocas cosas menos irritantes que intentar comprender el desvarío de mis accidentados amaneceres. De todas formas lo hago, lo intento. Necesito saber que fue lo que hice las horas previas a mi desvanecimiento. Los pasos caminados hasta alcanzar el catre[1] donde ocasionalmente haya depositado mis huesos.
“Aquello que no vemos es lo que nos impide el paso”
Andrés Neuman
Debe haber pocas cosas menos irritantes que intentar comprender el desvarío de mis accidentados amaneceres. De todas formas lo hago, lo intento. Necesito saber que fue lo que hice las horas previas a mi desvanecimiento. Los pasos caminados hasta alcanzar el catre[1] donde ocasionalmente haya depositado mis huesos.
El procedimiento es simple. Me siento sobre el colchón apoyando los brazos sobre mis rodillas. Mi cabeza, lentamente, asoma su vergüenza oculta aún de los rayos lumínicos del día. Acto seguido busco donde vomitar. No todo va a parar al lugar previsto y otro poco vuelve siempre a su lugar de origen. El espeso líquido que desciende por mi garganta me reconforta impulsando lo que resta de mi cuerpo. A partir de aquí comienzo a recordar, reconstruir como me gusta decirlo.
Existen ocasiones en que mis esfuerzos no son suficientes. Los recuerdos vagos apenas me permiten obtener alguna persona amiga que compartiera parte de la noche conmigo. En estos casos abandono mi escondite para buscarle. Una etapa ya más vergonzante pero no menos necesaria.
La última vez que esto sucedió el afortunado fue Roberto, un amigo chileno que llevaba como yo unos años viviendo en Barcelona. Lo llamé para quedar en vernos y nos encontramos en un bar de esos que el solía frecuentar. Le interrogué primero de manera sutil pero ya luego abierta y descaradamente. Saber que existía un espectador de actos que yo no podría reconocer era demasiado para mi frágil existencia.
Compartiendo un par de cigarrillos, yo en aquel entonces intentaba dejarlo, me contó que todo lo interesante de la noche se redujo a una fiesta, más bien a la terraza de la casa en que ocurría, precisamente en una discusión que trencé con un compatriota. Alex, el peruano, y yo atravesamos distintos momentos en nuestra charla. La inicial camaradería compartiendo intenciones genuinas de algún día regresar a nuestra patria. Los matices de profundizar sobre la orientación política y sexual de uno y otro. Aclaraciones en ambos aspectos completamente innecesarias y una pasional discrepancia sobre la concepción del arte, su representación y sus representantes. Todo ese caos organizado puede resumirse en que mi compatriota no reconocía mi diferenciación entre arte burgués y arte popular. Argumentaba fastuosas explicaciones técnicas dignas del buen estudiante que mostraba ser. Menospreciaba mis argumentos sobre todo por la falta de estas y se partió de risa cuando puse sobre la mesa el mejor de mis ejemplos.
En este punto tuve que intervenir a Roberto. No me digas que largué el rollo de la música clásica en oposición al jazz, consulté avergonzado. Así es, fue todo lo que me brindó como respuesta. Entonces, le dije, las dos chicas simpáticas también estaban en esa fiesta. ¿Cuáles?, consultó ahora el. Las de las preguntas ridículas, tienes que recordarlo. Que si Shakira era mejicana, que si García Márquez era argentino. ¿Es que acaso tienen algún problema las mujeres de aquí con Colombia?
Ya estaba conforme. Tampoco podía manejar mucha mas información. Con la ayuda de mi amigo logré recordar lo más importante, mi partida. Me fui solo de la casa luego de abandonar a Alex en medio de su discurso en favor del mecenazgo. Argumenté que necesitaba usar el baño. Me retuvo un tiempo más la improvisada orquesta de músicos rumanos que a pleno concierto habían ocupado la sala. Les dedique mis últimos reflejos de comprensión, me volví y orienté mis pasos a la puerta de calle. Cuando la estaba cruzando, sobre mis espaldas, sonaba el comienzo de la canción de The Godfather.
[1] Hasta el año 2001 lo mas usual era acabar la noche en un pensión de la calle Lavalle esquina Montevideo conocido como "El rebenque", pensión familiar.
Por Dr. Garpesiano
6 comentarios:
Querido doctor:
Cada vez me alegro más de que esté usted con nosotros. Sus historias refrescan nuestra a veces atrofiada cálida mediterranía con su fresca brisa del Atlántico.
Oiga doctor, ¿su texto debe interpretarse como continuación del anteriormente publicado? Por supuesto que nos honra con su concurso narrativo.
Estimado Burrot, complementario diría yo... partes, ambos, de algo así como unas crónicas migratorias.
...andamos haciendo malabares con varias pelotas.Dos las conocemos bien, tres sabemos bien què es, cuatro va de la mano, y una quinta que desconocemos pero sabemos que juega. Es esa, la quinta, la que motiva el juego, la que se cae y es recogida...es la desconocida la que pide e impide el paso.
Bueno, yo creo que esta nueva aparición del Dr. se merece su inclusión en "Al pie del cañón", ¿o no? Pues ahí está ya, burlándose de los acusados y de los expulsados del paraíso...
arte o no arte, expresArte that's the question!!
Reunion, de Cortazar (con ilustraciones de Breccia) es tambien un firme candidato a nuestra biblioteca, no en vano uno de los guerrileros que iba junto al Che se llama "El peruano".
Sus pastillas me reconfortaron Doctor... otra dosis?
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