La libertad que más estimo (by Marta Polbín)
Obligar y prohibir son dos verbos perversos y adictivos, que funcionan como el anverso y el reverso de una misma y codiciada moneda, bajo cuyo brillo han sucumbido a lo largo de la Historia millones de seres humanos. Desde Nerón hasta Hitler, pasando por Napoleón o Stalin (por citar solamente los nombres con mayúsculas), todos ellos se vieron arrastrados por el poder de ambos verbos, y bajo su influjo cometieron las mayores atrocidades que puedan imaginarse, plenamente conscientes de que quien tiene el poder de obligar y de prohibir puede llegar a ser el amo del mundo. Ni siquiera se libró de sus garras aquella paradoja sesentayochista del “prohibido prohibir”, y todavía hoy la fascinación del prohibir y el obligar sigue encabezando las listas de los verbos más codiciados. Pero si su uso a gran escala desemboca irremediablemente en el abuso, hay que romper una lanza en favor de su empleo en una parcela mucho más restringida: la de los íntimos y discretos confines del Yo.
“Nunca pude concebir una Utopía que no me dejase la libertad que más estimo: la de obligarme”, me dijo un día Chesterton desde la palestra de un azucarillo degollado. Hace ya tiempo que no los veo, pero durante una época se pusieron de moda en los bares unos sobres para el azúcar que iban acompañados de citas, máximas y aforismos de los más diversos y universales escritores y filósofos, desde Nietzsche hasta Tolstoi, pasando por Santa Teresa de Jesús o Léon Bloy. Yo nunca he tomado café, y raramente opto por el té, pero recuerdo que durante algún tiempo me obligué a pedirme algunos por el simple placer de que me trajeran aquellos sobrecitos dulces y eruditos: cambiaba la amargura del café por la dulzura y el placer de una buena sentencia. Otras veces las prohibiciones u obligaciones eran mucho más arbitrarias, como cuando decidí que no comería ningún plato que contuviese dos ingredientes con las mismas iniciales. Se daba así el caso de que en una suculenta paella apartaba concienzudamente los guisantes (prefería comerme las gambas, faltaría más) o que ante una ensalada mixta me tenía que decidir entre el atún y las aceitunas. Dejé esta práctica tan divertida cuando me di cuenta de que no podía comer churros con chocolate…
Así pues, y reclamando desde aquí mi afiliación chestertoniana, debo reconocer que sólo hay algo comparable al furor que experimento cuando alguien intenta imponerme o prohibirme algo: el inmenso placer que siento cuando soy yo el que me obligo. Y esto, llevado al ambiguo y resbaladizo terreno de la escritura, me ha salvado en no pocas ocasiones del abismo de la hoja en blanco y de ese “laberinto del No” del que, sin embargo, afirma Vila-Matas que tal vez surja la escritura por venir. Y así, sin ir más lejos, espero que este artículo que aquí hoy publico se convierta en el acicate que nos obligue a escribir de manera regular en este cuaderno de bitácora textos autobombásticos de toda índole. “Me obligo, luego escribo”, será la rima asonante que deberá hacer de estandarte de este nuevo y constringente proyecto literario. A ver si así conseguimos desatar de una vez por todas la escritura que llevamos dentro, obligándola a liberarse.
(Apostilla: Queridos camaradas, mi propuesta es que nos obliguemos a publicar un texto por semana, un texto hebdomadario, como vacilé en cierta ocasión; de modo que pediría que, en un plazo no superior a tres días, algún miembro del Colectivo Autobombo asuma la responsabilidad y tome la batuta públicamente, comprometiéndose a publicar un texto –o foto, canción, etc.– la semana que viene. Si pasados los tres días, nadie hubiera asumido dicha responsabilidad, me vería obligado a elegir a la persona arbitrariamente; esto valdría también, por supuesto, para los siguientes turnos: la persona elegida tendrá el poder de escoger al siguiente miembro que deberá publicar en el blog del Colectivo Autobombo en caso de que nadie se preste a ello voluntariamente. Huelga decir que, en caso de no cumplir con sus responsabilidades, la persona elegida tendrá que acatar las duras represalias que puedan venirle de parte de la Asamblea Autobombástica, que pueden ir desde el repudio unánime por parte de los demás miembros hasta la publicación de una foto suya en paños menores, sin descartar cualquier otro tipo de medidas –por denigrantes que sean– que tengan a bien tomarse.)
2 comentarios:
Sin más ni más. Nunca hubo mejor líder que el que impone la ley dictatorial. Como a eso me refería y me referiré en un futuro próximo no seré yo el que escriba. Bien sabéis que me faltan reservas de bosques chinos para toda la tinta que puede derrochar mi privilegiada pluma virtual, pero como disfrutaré viendo como se obliga a alguien a hacerlo, pospondré mis publicaciones. Y si soy soy yo el elegido para tal obligación, bienvenido sea: creo en esa filiación chestertoniana.
Joder! Esto empieza a tener tintes demasiado Chestalinianos. Voy a tener que llamar a Claudio (estaba en Bombay?)...un par de cables...un poco de chicle...y hala... a ver que guapo se erige antes. Gerifaltes!!!
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