jueves, 25 de marzo de 2010

historia zoomórfica III

No vemos. La entrada ha sido cerrada abruptamente con una doble estructura infalible, compuesta por una pared blanca de dientes afilados y una membrana carnosa y suave, pero que no permite entrar ni un destello de luz. El lugar es asquerosamente húmedo, y apesta. Nos han traído aquí empujados por un tridente plateado, clavados a él como un Jesucristo. No podemos salir. Una angustia terrible se apodera de nosotros. Presentimos que va a llegar el final. Nos acordamos del sol, el aire fresco, de la tierra olorosa, del huerto de Juana Terroba, de la dependienta rubia del colmado que aquella tarde había maquillado sus ojos como una egipcia. Ya nada existe, ya nada importa. De repente, un cataclismo hecatómbico estalla en esta terrible cavidad. Nos obligan a movernos, de un lado a otro, nos hacen chocar contra las paredes, nos torturan, nos trituran, nos machacan. Cuando la batalla ha cesado, caemos en picado por un tobogán de pesadilla que nos ensaliva, nos gastrifica, nos absorbe la energía. Éramos aceite, arroz, nata, queso parmesano, pimiento rojo, puerro, berenjena y zanahoria a la vez.
Al otro lado, allá afuera, la piel suda, los músculos abdominales se ensanchan por la comilona dominguera de verano. El lino del vestido floreado de Antonia parece adherirse a su cuerpo. Ella se siente incomodada. Disimuladamente, palpa con sus dedos dentro de su bolso blanco. La funda de las gafas de sol, la cartera, el lápiz de labios, las llaves de casa, ah si, ahi está el espejito. Lo agarra cuidadosamente con sus manos acaloradas. Lo abre. Frente a ella, una mujer de unos cuarenta, de piel morena de cala ibicenca, con ojos celestes como el mar balear, nariz respingona de clase media y lunar seductor cerca de la comisura de sus labios. Antonia los mira. No tienen tintes de comida. Sonríe aprovechando que Ana ha contado una graciosa anécdota de su viaje a Tailandia. Perfecto: ni un rastro de alimentos entre sus dientes.
Tras un movimiento fortuito de su mano, el espejo desvía su reflejo hacia la explanada que queda a espaldas de Antonia, detrás del restaurante. De un deportivo rojo baja su marido. También la conductora, una morena despampanante que tras estirar sus interminables piernas se acerca al esposo de Antonia y lo besa. En ese instante, una gaviota que rastreaba el tejado de uralita del chiringuito en busca de alimentos inicia su vuelo. Sobrepasa a la pareja de amantes y a su coche y se aleja de la costa. Cruza varios palmerales, huertos secos, y divisa rápidamente el campanario de la iglesia, a lo lejos. San Rafael parece un pesebre a esas alturas. Como una maqueta de casitas blancas con techo plano, a veces con terrado. El sol, ya vago, se va acercando al horizonte. Con calma. El cielo es como la acuarela anaranjada de un escolar. Un olor llega súbitamente. La fritanga que Juana Terroba cocina para la cena en honor de su cincuenta aniversario. La gaviota sigue el perfume como un perro. Y aterriza en picado en la ventana de la cocina. Su llegada espanta a una paloma aburrida que paseaba por el jardín de la casa. Echa a volar, y recorre el mismo camino que la gaviota, de vuelta. Al posarse sobre el techo de uralita, que todavía quema debido al sol de mediodía, ve a una mujer gritar nerviosa. La gaviota que la ha sustituido en su visita al pueblo había dejado antes de marcharse un regalito sobre el Porsche nuevo de esa modelo.
A pocos metros, un espejito doble se cierra como una claqueta en las manos de Antonia. -Jódete.


Más vale tarde que nunca.
Su Majestad

5 comentarios:

roturito on the rocks dijo...

yeahyeahyeh!!!!!!!!ye-ye!!!!!ol``e!!!!!

zoopolbina dijo...

Hacía tiempo que no veía un final tan contundente... "Jódete", eso sí que es acabar poniendo toda la carne en el asador! ;-)
Viva el zoomismo, el zoomorfismo y la zoofilia!!

R. dijo...

comparto tu zoo, Polbina...

Guarro del Sí dijo...

Mmmm... se me desrecomponen los jugos gástricos con esta historia, de la zoomía a la endomicroscopía de la literatura. Nunca había asistido a la narración de un relato desde el interior de una barriga humana que se transmuta en cloaca de gaviota y de ahí en cloaca de paloma para enmierdarlo todo. Mmmm... ¿me...gusta?

leli con todas las letras para que conste dijo...

Majestad, a su pies. Nunca más quiero oir comentarios que menosprecien su capacidad de escribidora. Este pequeño texto destruye, con su exhuberancia narrativa, con sus perfectas metáforas, con su vaivén perspectival, su segura postura en los márgenes del autobombismo más creativo y la sitúa en el centro mismo del parnaso. Tremendo.

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