lunes, 22 de marzo de 2010

Práctica zoómica de la historia de la literatura II

Desde lo alto vemos una vasta extensión marina en la cual despuntan pequeños destellos de espuma blanca, cicatrices de un mar callado cuyo rumor no cesa. Unas olas chocan contra otras y de ellas nace una nueva fuerza que empuja de nuevo otra porción de masa marina. Se crean corrientes y mareas; y el mar, en constante movimiento, embiste los acantilados y ensancha las bahías. Nada puede permanecer quieto, ni callado.
Si ahora nos acercamos un poco perdemos la mirada genérica pero vemos un navío. Nuestro patrón es un ser perdido, un vagabundo, navegante que busca la estela de otros barcos para no perder su rumbo, para entender el mar desde unos circos que jamás permanecen y que jamás cesan. Tiene ahora unos dos mil novecientos años y sin embargo su pecho es vigoroso y su mirada clara. Con la vista en alto, incapaz de fijarla en un punto conciso, recuerda el sonido de olas antiguas, compañeras fieles de su viaje por cuyo envite nunca detiene el bajel ni echa ancla que no le permita ladearse a la deriva. Tiempos ha habido más calmos cuando en un puerto podía permanecer seguro, pero siempre algo, una marea, un oleaje imprevisto le arrollaba el áncora y le llevaba de nuevo a mar abierto. Esos espacios calmos, en los que se entretenía, dejándose mecer suavemente por las leves olas que débilmente giraban el navío, esos remansos tranquilos en los que sentía el mar como suelo firme que uno pisa sin miedo a terremotos o desprendimientos, esos tiempos pasaron, cuando uno sabía cuál era su destino, el destino de un pueblo, y la lucha era sólo un modo de vida, cuando el mañana era suyo y la vida se arrojaba a las fauces de la Fortuna sin más deseo que ser gota de sangre en ese mar inmenso. Y entonces la violencia y el amor eran inevitables y el mundo tenía las respuestas que uno jamás buscaba porque las encontraba en el afuera, en la lucha y en el pueblo. Era el tiempo en que los dioses eran próximos y uno mismo era inconfundible. Después los dioses empequeñecieron y fueron a esconderse en las entrañas de los hombres, entonces los barcos se tornaron navíos de guerra, o solitarios veleros que surcaban el mar en busca de aventura, alguno había que sólo deseaba llegar a tierra dónde esperaba encontrar el resguardo de un pecho cálido. Hubo una vez un barco que surcó todos los mares guiado por un marine loco. Y hubo una época en la que sólo se pudo cantar el horror; y en el que la desesperanza y el descrédito lo cubrían todo. Alguno pronosticó que el mar se secaría, que ya no sería navegable y los marineros quedarían varados, aterrorizados por lo que sucedía en tierra. Pero ahora, si nos acercamos un poco más, ya no con la vista, al interior del patrón, vemos que está vacío, no lo habita un ser sino sólo recuerdos de olas y voces que chocan reclamando el espacio que los pequeños dioses abandonaron.

3 comentarios:

Bozal Roza dijo...

Envidiable. Un zoom sin saltos ni sobresaltos. Un ritmo bien definido y con matices.

Vate Serrox dijo...

Increíble viaje. El zoom nos lleva de los cielos azules hasta el oleaje interior de un marinero cuyo vacío fragmentado describe excepcionalmente las mareas de la posmodernidad. A la vez, el resultado de la magnificación telescópica produce su complementario reverso, la mayor de las perspectivas, que en el texto se siente como vasto marco, histórico y poético, a la manera de Heidegger, para englobar la historia de la literatura, más allá de la Grundriss del presente, como la historia del deseo desde una perspectiva mítica a la vez que moderna.

mar(ta) dijo...

Después de tanta violencia en entradas anteriores, a mí este remanso de paz casi me ha dado modorra... Mmm, qué gustito...

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