CRÓNICAS NEOYORQUINAS
Sí. Ya tienen mi foto esos mamarrachos. Y todas mis huellas digitales. E incluso una imagen estroboscópica (esto no sé qué es, pero suena bien) de la córnea de mi ojo derecho. Al menos eso es lo que yo creía. En mis fantasías orwellianas había imaginado que tomaban una fotografía de mi ojo, pero en realidad no era más que una fotografía de frente rutinaria. La cola no fue muy larga, no llegamos a esperar veinte minutos. Y ni tan siquiera registraron mi bolsa, así que los dos kilos de coca que llevaba en el doble fondo de la mochila para que Leli los repartiera por todo Brooklin estaban a salvo. Como también lo estaba mi culo, por el cual no hubo de pasar mano enguantada alguna. Nada más salir nos encontramos con el comité de bienvenida del Colectivo, que había preparado una susodicha por todo lo alto: banderolas rojigualdas, bombos y bombines, fanfarrias, panderetas, navajas albaceteñas, morcillas de Burgos, capotes con sus estoques y mundos por monteras, todos allí reunidos para dar un caluroso comienzo a nuestro viaje. Como conmemoración hicimos una foto distinta. Sí, una foto en la que bromeábamos con ser nuestro propio comité de bienvenida, nada más autobombástico. Tras una cruzada casi interminable a través de trenes y subterráneos atravesamos unos pasillos de nieve perfectamente delineados y nos refugiamos en la casa de Leli Vorratxes. Abrimos el whisky e hicimos honor al nombre de nuestra anfitriona. Tras esto fuimos a comer las primeras hamburguesas de la ruta planeada. Muy sabrosas, aunque si he de decir la verdad, demasiado naturales y biológicas para mi gusto, parecía que las hubieran hecho en aceite de oliva. Sentíamos como que nos faltaba grasa, así que decidimos repetir lo pedido. Tras esto marchamos a casa y dormimos hasta el día siguiente. A las 7 de la mañana ya estaba en pie buscando los huevos fritos y el beicon. No daba con ellos. Maldita sea, tendría que conformarme con las patatas fritas que sobraron del día anterior.
Una vez todos despiertos nos encaminamos hacia el Guggenheim. Se había levantado una tormenta asquerosa, el agua te abofeteaba la cara sin piedad y hacía un frío húmedo que no tenía nada que envidiar a los 15º bajo cero que habíamos vivido en la sede de Berlín. Por suerte no tuvimos que nadar mucho desde el metro hasta el museo. Leli llevaba una cazadora de goretex que se convertía en una barca inflable cuando la abotonabas, así que usé los bastoncillos de los oídos que siempre llevo en mi bolsa de viaje a modo de remos para propulsarnos y nos dirigimos hacia la milla de los museos. Al entrar en la rotonda nos encontramos con una pareja de enamorados que se besaba locamente en medio del vestíbulo. Nos quedamos un poco anonadados, pues aquello no es la costumbre local, y además ambos estaban de muy buen ver. Al cabo de un tiempo observándolos nos dimos cuenta de que formaban parte de una instalación. Ah, el arte moderno, siempre sorprendiéndote. Subimos la espiral que lleva hasta las salas de exposiciones y nos encontramos con un grupo de niños y niñas entre los que había una de apenas nueve años y pechos incipientes (los pederastas pueden chupar mi pija de ogro de nueve años, perdón si soy soez) que nos acorraló para preguntarnos si queríamos seguirla a no sé dónde. Al principio no entendimos la pregunta, pero luego, dándonos cuenta de que se trataba de una nueva sorpresa del arte contemporáneo, decidimos marchar con ella. El miedo que sentimos al percatarnos de que aquella niña de pechos incipientes hablaba como una mujer madura, de noventa, tal vez ciento veinticinco años, fue algo terrible, indescriptible. La niña preguntó qué era para nosotros el progreso. Nos quedamos mirando y, tras un largo rato de deliberaciones tácitas, me arriesgué y pronuncié mi veredicto: "Going in advance", dije, sin saber muy bien de qué se trataba eso exactamente. La chica dudó un poco pero no perdió los papeles en ningún momento, y me hizo recapacitar sobre aquello que había dicho. Yo no podía dejar de pensar en que eso que ella repetía de "going in advance" no tiene ningún sentido en inglés, porque en realidad significaría algo así como "anticiparse" y yo tan solo quería referirme a un movimiento de avance continuo (o discontinuo, ¿no?). Cuando iba a intentar explicárselo se esfumó para traspasarnos a otra chica, esta de trece o catorce años y con los pechos ya más desarrollados, a la cual informó de todo lo que habíamos hablado. Continuó un poco con la charla mientras seguíamos caminando y ascendíamos por la espiral del edificio del viejo Lloyd Wright. Tras esto nos preguntó qué pensábamos nosotros de los americanos. Silencio absoluto y sepulcral. Nadie sabía qué decir. En nuestras cabezas, en la mía al menos, solo había insultos, y me parecía de mal gusto proferirlos frente a una chica tan mona y tan simpática. "Podéis decir lo que pensáis sin problemas", dijo la chica. "Ah, vale", respondí yo aliviado. Entonces me vino a la cabeza aquello que decía Arturo Pérez Reverte de los soldados americanos y del americano medio en general, que son unos cobardes ignorantes y que cuando ven la realidad se cagan de miedo y llaman a su mamá, que son intolerantes, que no intentan comprender, que no son capaces de integrarse en ningún sitio, que todo lo quieren adecuar a su propio interés y por eso no salen de sus fronteras, que son arrogantes, y que la arrogancia mezclada con la ignorancia resulta muy peligrosa. En vez de esto le dije que creía que los americanos pensaban demasiado en ellos mismos. Debatimos un minuto en torno a ello, en torno a lo que conocían los americanos del mundo exterior a sus fronteras, hasta que nos dejó con un chico de unos veintitantos años, esta vez sin pechos, que nos habló de Blaise Pascal , e intentó convencernos de que éste tenía un cinturón de pinchos con el que se castigaba cada vez que sentía placer. Al parecer los rigores morales del erudito jansenista llegaban hasta límites sádicos, pero no alcanzábamos a comprender qué sentido tenía aquella alocución con el resto: progreso, americanos y demás. Nos dejó un minuto en suspense hasta que continuó con: "¿Y no os parece que eso es lo mismo que hacemos ahora nosotros cuando vamos al gimnasio y machacamos nuestros cuerpos?". Después de mucho aturdimiento y patidifusión llegué a la conclusión, seguramente equivocada, de que intentaba decirnos que nosotros, mundo civilizado de occidente, o americanos en general, no teníamos por qué sentir ninguna culpa de vivir bien y en progreso, que no debíamos sentirnos mal por más que hubiera otros que no lo pasaran tan bien. ¿Acaso es eso culpa nuestra? No pude comunicárselo, sin embargo. Para cuando quise hacerlo ya habíamos ascendido más en la espiral y estábamos en manos de un señor con bigote de unos cincuenta largos (sí, sus pechos estaban algo desarrollados, lo justo). Este nos convenció de que la gente, la juventud de América, supuse, está ahora más convencida que antes (en la época hippy imagino) de que el progreso es algo positivo, algo bueno para todos en un sentido amplio. La Enana le dijo que no entendía que hubiera que preguntarse tanto por el progreso, yo le dije que no entendía por qué había que ponerlo todo en términos de bueno y malo. Lo veía más bien como ¿inevitable?. Pero al tipo no le gustaron estas cuestiones, que consideró impertinentes, así que se dedicó a lanzar su discurso y a hablar sobre política (permiso mediante) con Leli. La pobre tuvo que aguantar su perorata, sus lecciones sobre historia de España y sus planteamientos sobre la invulnerabilidad de la Constitución hasta que el tipo miró su reloj y se despidió cortésmente con una clara decepción en la mirada. Llegamos al final de la espiral: una sala en la que había varias obras impresionistas, otra sala con obras vanguardistas, y el vacío más absoluto que se puede encontrar en un museo de arte moderno. Los pocos cuadros de Monet, de Picasso, de Braque, las esculturas de Brancusi, jamás tuvieron menos sentido. Leli nos abandonó para ir a la universidad. La Enana y yo bajamos por aquella espiral como un caracol encerrado en sí mismo incapaz de encontrar la salida, mallarmianos en busca del maestro, totalmente abandonados, bibelots abolidos por una inanidad sonora de la que ya no pudimos salir en todo el viaje. Al mirar por la barandilla vimos los pequeños cadáveres de los enamorados manchando la esterilidad del suelo del vestíbulo.
Dejamos aquella espiral cerrada y marchamos a casa, mojados y compungidos. Pasamos por el supermercado y compramos avíos para hacer un estofado. Había que llenarse de alguna forma. Con el estofado ya al fuego nos quedamos leyendo en la acogedora habitación de Leli, esperando que regresara para sacarnos del paroxismo, y viendo como la nieve caía en plomizos copos espesos y llenos de agua que nos hicieron desear que volviera a aparecer la lluvia.
6 comentarios:
Qué ganas tenía de volver a quitarme el bombín a lo grande. Y a fe mía que lo estoy haciendo esta vez, a riesgo de que se me llene la coronilla de esos gruesos copos de nieve rellenos de agua que ponen la puntilla a un texto precioso (perdónenme la cursilería), pero también sobrecogedor. Si esto va a seguir así, propondré a la comisión económica del Colectivo Autobombo recaudar fondos para que os quedéis becados en Nueva York paseando y escribiendo, emborrachándoos y escribiendo, comiendo y escribiendo, y escribiendo, y escribiendo...
Os quiere,
M.P.
Por cierto, el enlace de Pérez Reverte no me lleva a ninguna parte: ¿no será que habéis puesto en boca de arturo lo que pensáis vosotros de los americanos? ;-)
ejem.. ya está arreglado. Nosotros jamás haríamos gala de ideas propias. Yo al menos lo considero una falta de respeto, además de ser petulante y arrogante.
...en momentos asì uno desea la Navidad como desearìa a una jovencita de tez blanca,culminada por gruesos copos de nieve bronceados por el sol y la tierra, un horizonte de cabellos retorcidos...ah! Nueva York, Nueva York!...gorgeus cunt!
PD. Ya sè que la jovencita serìa màs bien islandesa, pero...
esto sólo nos hace confirmar que QUEREMOS MÁS OGREDADES EN AUTOBOMBO!!(esperando la crónica Enanística, Selbstverständlich...)
Sí, hay que ver cómo le despabila a uno una entrada de las que merecen que el bombo y toda la orquestra toquen al son de nuestro recuperado grito: I belive!
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