domingo, 12 de julio de 2009

El octavo pasajero, por El ogro del Sí

Caminaba yo por el paseo sin prisa pero sin demora con mis pensamientos al viento y algún que otro remordimiento en la recámara. Llevaba la mirada gacha y casi no quería levantar cabeza para no tropezar con ninguna piedra. Entonces como no había tiempo que perder decidí encontrarme con un bombín y el bombín, que había decidido quedarse allí tal vez con la intención de confundirme sacó una voz de su interior de fieltro y me dijo:

-Patéame que no llevo piedra dentro.
-¿Y eso cómo puede ser? Serías el primero -le contesté yo sabedor de lo peligrosos y embaucadores que pueden ser los bombines- en la historia de los sombreros con sorpresa.
-Que no hombre, si no me crees mira en mi interior. Yo no tengo nada que ver con sombreros que se tragan serpientes que se comen elefantes, ni tengo tres picos, ni soy de copa. Si ni tan siquiera me ha hecho un sombrerero loco, hombre...
-Pues no sé yo ¿eh?. Es que si intento mirar debajo a lo mejor me muerdes, que sois muy traicioneros los bombines. Además anoche estuve viendo El condón asesino y me da cierta paranoia. ¡Quién sabe si no me transmites alguna enfermedad!
-¡Que no hombre, que no! Que debajo de un sombrero siempre hay una buena cabeza, la mayor parte de las veces calva, pero eso ya es otra historia.
-No sé yo, no sé -le contesté todavía pensando si merecía la pena seguirle el juego.


Entonces, sin previo aviso, le di un patadón tremendo y salió volando por encima del pretil del paseo hasta que fue a dar con su absurdo cadáver (yo pensaba en ese momento que lo había asesinado del puntapié) en la superficie del mar y allí siguió hasta que yo, con mis remordimientos renovados, me lancé también al mar y me agarré de su ala. Entonces el ala comenzó a tirar como si se tratara de una lancha motora y me arrastró con él. Cruzamos el charco y llegamos a Mar del Plata. Los argentinos me cansaron y pronto me fui a Marsella donde conocí a un pintor tonto pero que hacía bien su trabajo. Tras esto me fui a Isla Mauricio a abrir una sucursal bancaria, pero como no me salían las cuentas pronto me agarré de nuevo al ala y seguí navegando hasta Australia. Allí me hice amigo de un aborigen barbudo que me obligó a comer unas yerbas y a darme cuenta de que mi destino estaba en Europa. Me compré una caracola menorquina que me teletransportó mágicamente hasta la isla. Conocí a un alemán que había sido chamán en Méjico y me dio a probar el peyote. Nos caímos bastante bien y hacíamos el amor todos los días enroscados en las olas que rompían mansamente sobre los riscos de la playa. Me llevó con él a Berlín, donde conocí a una bombina de la que me enamoré locamente. Kreuzberg me flipó. Y no, no eché de menos a la rana.

5 comentarios:

la prensa dijo...

Un texto lleno de referencias enigmáticas que desborda ironía hasta ahogarnos en el propio mar en que se baña el protagonista

mp dijo...

Vaya, viendo los dos últimos especímenes, habrá que acabar reconociendo que la sabiduría popular tiene razón: lo bueno se hace esperar!!
En fin, que me saco la rana tres veces y me la vuelvo a poner...
Vamooos!

rotura encandilado por la tripita del ogro dijo...

...por encima del pretil del paseo...
jo, gordito! haces que vivir sea algo bueno...està es tu manera de hablar y contar las cosas...me emociono...no sè que màs decir

zo dijo...

Maestría desenfadada.

Anónimo dijo...

toda una sutileza la de mardel... tirar del hilo que el sombrero elefante conduce a pmadryn (ver isla de los pájaros)... sin rencores, mas que cansar aburrimos pero lo de ironía me parece demasiado... de otro vuelo quizás
your dr's

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