jueves, 2 de abril de 2009

El montañero

III

Vamos a abandonar unos instantes al sorprendido periodista y a nuestro aterrado protagonista en ese auto que desciende hacia el llano y el destino. Sí, como este inicio ya muestra claramente, he estructurado el relato en dos espacios claramente diferenciados, de manera que traspasar el umbral que los separa supone para nuestros personajes un cambio, un reverso, incluso la muerte. La liminalidad, pues, del camino en el que nuestros personajes se encuentran en este momento, merece que aflojemos un poco el paso de la narración, y no sólo para que nuestro protagonista no se asuste, sino para que el camino de tránsito entre los montes y el llano revele todo su potencial narrativo.


Qué mejor que situarme yo también allí, en esos caminos tortuosos que suben hacia las ariscas piedras de las cimas. Digamos que soy un montañero, uno de esos que no se amedrentan con los cuentos para viejas; al contrario, cuando llegó a mis oídos, mientras me tomaba un café con leche en el bar del pueblo, que en el Pedregal sólo vivían las brujas y los ogros, me pareció un destino perfecto.


Ahora estoy subiendo por un torrente, aproximadamente a un kilómetro del coche del periodista. Ni nos vemos ni nos oímos. El bosque se cierra sobre mí, y sólo deja abierto el escarpado camino que voy siguiendo. No atisbo claros ni prados, y el sol de la tarde se hace cada vez más tenue; aunque no sería la primera vez, no me apasiona la idea de dormir en medio del bosque. Es un bosque muy virgen, muy poco caminado. Numerosos excrementos animales atestiguan una fauna copiosa y despreocupada. Me acuerdo de mi estudio en la ciudad, mi sofá, mi nevera, mi colección de películas y cds. No, no cambiaría de lugar, estoy donde quiero estar. Pero a la vez tampoco puedo encontrar ningún motivo para estar aquí, rodeado de árboles y de arbustos espinosos. Tan sólo uno: llegar arriba.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Y este de dónde sale? Que se os va la chaveta, hombre. Nada, nada, añadiremos enjundia a la historia con un mirón obsesivo. Mientras, al otro lado de la montaña... jeje, cómo mola.

Anónimo dijo...

¿No querías morbo? Pues ya tienes al voyeur. Seguro que esto acaba en un trío...

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