miércoles, 8 de abril de 2009

El montañero agazapado

VII

Tal vez no les parezca verídico que les diga que a pesar de escuchar el motor del coche, el frenazo, los gritos que profería aquel hombre y después aquel otro intentando tranquilizarle, no me acerqué al lugar de donde procedían. Quizá les extrañe más aún si les digo que sabía que al cabo de un par de horas ya no me quedaría agua y que aún tenía que encontrar un refugio en el que dormir. Bueno, tal vez lo lógico hubiera sido presentarme allí y preguntarles. Pueden pensar que tuve miedo, y no estarían lejos de la verdad. Los gritos de aquellos hombres no los hacían del todo amistosos y no sé por qué, a pesar de no creer en cuentos de viejas, había una frase que rechinaba todo el rato en mi cabeza y que no me permitía hacerme más visible de lo necesario:

—Cuídese del ogro de la montaña —había dicho aquel viejo a la salida del pueblo, para después quedarse callado y no volver a dirigirme la palabra.

—Se refiere a algún animal, el lobo de la montaña querrá decir.

El viejo me miró con compasión. Tenía unos ojos verdes vidriosos hundidos en las cuencas, con un mar de arrugas circundándolas que, a pesar de dirigirse al infinito más que a mi propia persona, inspiraban ternura y confianza. Su pelo oxigenado hacía pensar que él mismo podía ser el abuelo de algún que otro trol desaliñado. Apartó la vista y siguió su camino. Por más que lo llamé ya no volvió a dar señal, como un fantasma, como un ángel que viene a dar una mala nueva, un adivino ciego que quiere avisar de la catástrofe. En aquel momento no le di importancia. Bastante tenía con dibujar mentalmente el mapa que me habían dado en el refugio, parco, lleno de vacíos, con una línea de puntos y un sinfín de cruces marcadas en los espacios sin explorar. No era momento de supersticiones. Pero ahora sopla el viento helado y trae la voz de aquel hombre que me desgarra los tímpanos como si estuviera aquí mismo, delante de mí, pidiendo un auxilio que no podré suministrar. Y el ogro de la montaña se transfigura. Su cara de lobo viudo me mira desde el collado, y tengo todos los músculos paralizados, si de frío o de miedo ya no lo sé decir. Subo la pendiente intentando hacer el mínimo ruido, con un miedo inexplicable, hasta que caigo en la cuenta de que están bastante atareados y no van a percatarse fácilmente de mi presencia. Me olvido por un momento de las fábulas de terror y dedico mis pensamientos a indagar en el camino que ha tomado el todoterreno. No acabo de explicarme cómo demonios ha conseguido llegar hasta aquí; terreno virgen me habían dicho. O bien en el pueblo intentan ocultar algo de lo que tienen en las montañas para que no se llene esto de turistas, o hay algún guardia forestal que se pasa de listo. En todo caso las paredes son muy escarpadas. Estoy en pleno desfiladero. No hay modo de llegar hasta aquí si no es en helicóptero. ¿Un paso al otro lado de la montaña? Todo esto cavilo mientras sigo subiendo con el piolet y los crampones, hasta que paso el falso camino que ha practicado el coche sobre el bosque. Maleza aplastada, varios troncos cedidos, y un camino que, a pesar de quedar casi expedito, se me hace imposible que pueda transitar ningún vehículo que yo conozca.

Desde lo alto del camino puedo ver sus figuras, pero no alcanzo a ver el magnífico vehículo. Uno de ellos, el que parece más nervioso, tiene aspecto de cabrero. Lleva el pelo largo medio recogido en una cinta y unas barbas pelirrojas que casi le llegan al suelo. El otro viste ropa deportiva de montaña pero no lleva achiperres ni parece un alpinistorro de los nuestros. La cuerda de las gafas de pasta se confunde con la cinta de la cámara de fotos que tiene colgada al cuello. Le pone la mano al otro sobre el hombro y comienza a hablarle en voz baja. Podría jugar a leerle los labios.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Vale. Pues supongo que el periodista y Yo se han peleado de alguna forma y Yo le ha robado el coche que conduce quitándole el freno de mano? Algo ha hablado con el montañero, que debía recoger un dinero por algún motivo. Ergo... ¿cabos sueltos?

Anónimo dijo...

En otro orden de tiempo, suponemos que pasado, el periodista se cita con alguien de Madrid en una capilla del Camino de San Jerónimo, que le da unas instrucciones.

Anónimo dijo...

Hasta donde yo intuyo Yo conducía un coche robado, sí, porque algo había pasado, sí, porque fue a buscar dinero y medicinas. Pero ahora el montañero sigue subiendo sin haber encontrado a nadie en la montaña, sin haber sido casi-atropellado, ni haber discutido con el periodista. Ergo... analépsis? Per San jeróniomo se nos ha colgado del cabo?

Anónimo dijo...

¿y si Yo, o el montañero, se han colado en los comentarios del blog y están opinando sobre el curso que su destino debería tomar?

Anónimo dijo...

No, no! Yo no soy Yo.
Yo soy anónimo!
Y no estoy intentando dirigir mi destino, pero tened cuidado conmigo porque no me hace ni puta gracia volver a entrar al bosque

El Montañero dijo...

A ver, de momento me han casi atropellado, gritado, robado, y necesito medicinas... ¿Os parece que puedo seguir dejando que rijáis mi destino? Vuestra fobia al deporte os hace cargar tintas contra mi. Hijos de puta, mandad a Yo para que me ayude, rápido!! Y decidme de una vez que coño me ha pasado!!

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