miércoles, 6 de agosto de 2008

Tarot y nacionalismo II (Fenomenología y pesca)

Estimados colegas de la comunidad científica, sin embargo alguno de la emoción, no obstante sí algo nervioso, mas ante tal ilustre e ilustrado auditorio que en tan señalada fecha se reúne durante este simpar congreso, forzosamente cómodo, aunque vaya por delante inicialmente lo que no ha podido ir por atrás: el estoque que ha realizado determinado recorte o, en otras palabras, el enfoque o punto de vista adoptado, aquí y ahora, abordará la cuestión de esta dupla de conceptos precisamente por su punto de articulación, bisagra de la dicotomía, hiato de la estructura bimembre, fiel de la balanza, sí, lo que amables oyentes os imagináis: tomaré la cuestión por la y que le sirve de nexo, a sabiendas de que todo lo que une puede estudiarse a partir de la intersección de todo aquello que los separa (ai la diferéance, Hypocrite lecteur, mon semblable!) Por ende, la conjunción copulativa –esperemos que copuladora de un discurso no del todo estéril- será el eje de esta humilde disertación que empiezo sin más preámbulos ahorita.
Espero que coincidamos todos en que el nacionalismo, enfermedad del siglo XIX para unos, bandera de lucha contra las desigualdades fiscales para otros en el XX y para unos terceros y más numerosos, intento de sacarse de encima la garra colonialista y sus múltiples formas de dominación, parte de un valoración preponderante de algo que podemos llamar –no sin riesgo de ser precisamente imprecisos- como el origen.
El concepto de origen engloba aquellas nociones sacadas para hacer relucir la pureza o la autenticidad de un pueblo como las raíces, la tradición, el folklore, las danzas populares, la lengua, la butifarra amb seques o el merito paliacate. Es decir, nos gustaría argumentar que el nacionalismo es una forma de lectura del pasado, de interpretar los signos pretéritos, de rescatarlos, para llevarlos al presente. Pero, ojito, siempre la estrategia de lectura nacionalista pasa por subrayar un periodo de tiempo determinado, poniéndolo en su centro, eje de su discurso, obviando, por lo tanto, el hecho de que antes existieron otros pobladores o habitantes en la región. En otras vocablos: se trata de una interpretación más o menos arbitraria en su elección de aquellos hechos que se convertirán en signos y en símbolos –dotándolos de sentido- que deben unificar una región o una comunidad bajo el espejismo de un pasado común, ilusorio ayer, que funda el origen del relato histórico, el íncipit escogido del cuento del nacionalismo. Como es sabido, toda narración se basa en dos ejes: el de selección y de combinación. Si bien en el primero de ellos puede escogerse, en el caso del relato nacionalista, uno u otro hecho histórico (“Batalla del calcetín agujereado”, “Decreto de las sopa tibia”, etc.) o bien centrar la acción en una u otra figura (el "prócer latinoamericano", el "timbaler del Bruc", etc.), no menos destacado es el trabajo del plano sintagmático, que se encarga de coordinar y subordinar los hechos, juntarlos en contactos significativos.
¿Qué tiene que ver todo esto con el Tarot? Sea: si bien el nacionalismo hunde sus raíces en una mirada ilusoria que rescata signos del pasado, el Tarot se basa en la predicción, conjetura, adivinación a partir de un símbolos ya tipificados que en sus despliegue –la tirada- van uniéndose según los dos ejes señalados. Si se piensa de forma conveniente, puede verse la tarea del tarotista como la del narrador, el cual a partir de una disposición determinada de las cartas –por ejemplo en cruz- intenta en su adivinación conjurar en un mismo hilo los actores, los objetos, los acontecimientos, prefigurados en las figuras de la baraja.
El futuro anunciado en las cartas, leída la tirada, no nos parece menos ficticio que el pasado que algunas naciones pretenden echarse a cuestas. Cada tirada del tarot depende de las condiciones personales de quien es sometido a tal arte adivinatoria, de forma que el presente se proyecta hacia delante con sus anhelos y miedos, frustaciones o deseos, a la vez que los pueblos piensan su pasado en función de las cirscunstancias y avatares del presente.
Y aquí entramos en el verdadero núcleo del problema. Precisamente la y que coordina los dos miembros, el nacionalismo y el tarot, el futuro ficticio y el pasado ilusorio, el subjuntivo conjetural y el pasado indefinido, son la marca de las coordenadas desde las cuales el sujeto -el cliente o el historiador- lanza su interrogante que resuelven en forma de narración adivinatoria uno, y en forma de relatos de hechos pasados, el otro. La y arrastra hacia su presente los hechos o los símbolos y los actualiza. Ah! Seres de tiempo y lenguaje: tarot y nacionalismo. La y es la persona andante por el eje del tiempo, que anhela proyectando hacia el futuro sus esperanzas y miedos, y que a cada paso redefine su pasado en función de lo que imagina en el futuro y que a cada paso redefine su expectativa en función de lo vivido.
Sitos en Premià, pueblo costero y de pesca, podemos evocar la figura del pescador como síntesis de lo dicho: el pescador, siempre en movimiento con la corriente, lanza hacia su anzuelo de forma que cuando atrapa aquello que anhelaba ya no es lo que pensaba; e igualmente, aquello que esperaba alcanzar hacia atrás, ya se ha convertido en otro.

El Burrot Català.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Si hace falta montar congresos para desatar el conspicuo verbo del Burrotis Majestaticus, que así sea!! Debo decir que tuve el placer de asistir a la lectura de este texto con el que ahora aquí se nos deleita en el mismísimo rancho de Premià, leído por otro de los grandes del autobombismo secular, cuya conjunción nos hizo olvidar por un momento que existía vida más allá de la "y"... En fin, bombines al aire!

Anónimo dijo...

Ni la griega ni la latina

Visca la I burrotiana!

y punto.

Anónimo dijo...

Yo también. Es cierto, aunque no podía creer que esa muestra oral pudiera mejorar, ahora me siento, leo, y me doy cuenta de que el anzuelo con el que me enganchan no es más que una y...

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