martes, 4 de septiembre de 2007

Vacaciones



Miraba un escarabajo abandonado a su suerte en medio de una legión de pequeñas hormigas. Algún desalmado le había arrancado las patas y lo había arrastrado hasta la salida del hormiguero. Me vino a la cabeza entonces una historia que me contaron unos amigos. Probablemente Vera y Aurelio son los anfitriones más perfectos que nadie haya conocido. Siempre consiguen hacer que sus huéspedes prolonguen su estancia y no quieran abandonar las dependencias de su encantadora casa de campo. La casa de la pareja se encuentra en uno de los parajes más pintorescos e idílicos de esta isla mediterránea. Enclavada entre riscos sobre el mar, abrazada por las rocas y arrullada por el rumor constante de las olas, que ejerce un efecto anestésico e hipnotizador en los habitantes, el edificio pone cerco a una calita en forma de cuerno, como una pequeña bahía a la que tan sólo se tiene acceso a través de un largo y tortuoso paseo, que hace imposible la llegada a persona discapacitada alguna. El señor Moneddi había disfrutado de un apacible sueño hasta media mañana. Los anfitriones le esperaban con una mesa de desayuno exquisitamente preparada en la que el café humeaba bajo la sombra del techado de cañas. Lamentó haberse levantado tan tarde y buscó el periódico en vano.

- Uh, aquí te olvidas de todo. Debíais haberme despertado antes. Tenía que consultar algo en el periódico ¿No lo habéis traído? Era muy importante. Lo olvidé por completo.
- No, no hemos ido al pueblo. Lo siento, ya sabe que no nos lo traen tampoco - contestó Aurelio.
- Vamos al bosque en misión naturalista¿Quiere usted venir?
- Gracias Vera, me temo que tengo que mirar unos análisis en esta revista. Me quedaré aquí . Este ambiente es perfecto para el trabajo.

Así quedó leyendo en la hamaca bajo el silencio de las cigarras. Sólo al rato reparó en que había alguien más en la casa. El sirviente bajó la rampa que daba acceso al jardín de césped descuidado, asomó la cabeza y le preguntó desde allí abajo si quería hacer un decanso y tomar algún refrigerio. "No, no se preocupe. Así se podrá usted dedicar al jardín". El sirviente prorrumpió en una carcajada horrible que no parecía salir de su caja torácica. "¿El jardín?-dijo entre risas. Sí yo antes también pensaba siempre en trabajar, y lo hacía. Ahora sólo me dedico a las bebidas. Nada más decansos y bebidas ¿No quiere una?" "No gracias. Debo seguir con estos índices". De nuevo se escuchó un estruendo cavernoso que por la cara del hombre hubo de interpretar como risas. "¿Ìndices, dice? Sí, yo también solía pensar mucho en los índices" dijo mientras volvía a subir la rampa, ahora con un poco más de dificultad. No se había percatado hasta entonces de que el hombre iba en silla de ruedas.

Cuando ya acababa con el New Rights Review (New Economics on a Brave New World), abrumada su cabeza con la cantidad de tantos por ciento asimilada, se presentaron los anfitriones de vuelta. Aurelio traía dos cajitas de metacrilato con sendas hermosas mariposas aún revoloteando en el interior, impregnando la paredes transparentes de un polvillo dorado.
Habían preparado un suculento almuerzo a base de marisco recíen recogido en la ensenada y ofrecido al invitado toda clase de favores y atenciones, halagándolo con divertidos juegos e invenciones. A la tarde dieron un paseo por los bosques de su propiedad hasta el momento de la caída de sol. Moneddi no paraba de hacer comentarios acerca de los descubrimientos que había hecho en la revista. Se dirigieron a los riscos más altos para contemplar el ocaso. No se veía tierra alrededor. Sólo un inmenso manto azul que comenzaba a atraer una preciosa fulgente naranja, las olas lamiendo los oídos y la aún poderosa luz acariciando los ojos semientornados. Subidos en aquel promontorio ante el reflejo de decenas de pequeños soles que ponía su impronta sobre las rocas, el mar, o cualquier parte del cielo a la que mirara, el huésped no pudo reprimir su condescendencia y aprovechó para agradecer a los anfitriones el simpar trato brindado y expresarles "la terrible consternación que me supone comunicarles que lamentablemente he de volver a mi monótona vida de trabajo diario. Me quedaría toda la vida, pero ya sabéis, las cuentas mandan. Si las dejas solas, son ellas las que te agarran a ti. No sabéis lo difícil que es para mí volver y daría cualquier cosa en mi vida por evitarlo... pero, en fin, no hay remedio". No respondieron nada. Quizá ni tan siquiera le escucharon. Parecían absortos en la puesta de sol, como absorbiendo los últimos rayos. Hicieron la dificultosa bajada en completo silencio. De hecho nadie abrió más la boca hasta el final de la cena. El chirrido de las ruedas del sirviente hizo entrada en la sala del comedor apareciendo de la nada.

- Vera y yo hemos estado pensando en lo que nos dijo esta tarde, Sr. Moneddi - comenzó Aurelio. Si n me equivoco tiene usted intención de marchar mañana. Llegó ayer. La verdad es que sería la estancia menos prolongada de las muchas y buenas visitas que hemos tenido. Es evidente que usted no tiene las agallas suficientes para hacerlo. Pero como se expresó usted con tal sinceridad en nuestra presencia y nos preciamos de ser los mejores anfitriones a este lado del Mediterráneo, casi nos vemos obligados a velar por su bienestar, si es que usted así lo desea. ¿Continúo?
- Sí por favor, estoy ansioso por escuchar su propuesta.
- Bien, como usted parece obligado a marchar por circunstancias ajenas pero lo que usted desearía sería vivir aquí para siempre, haremos por usted algo muy especial, algo a lo que sólo hemos accedido con uno de nuestros huéspedes en todo este tiempo en el que ciertamente no tuvimos que persuadir a nadie más para que no marchase.
-¿Y bien? - contestó risueño un ingénuo Moneddi.
- Le cortaremos las piernas - soltaron ambos al unísono con entusiasmo.
- Supongo que el señor querrá ahora más café - adivinaba el serviente.


El ogro del Sí

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Hace tiempo q no oigo nada sobre el camarada Lenyn. Lo propongo como próximo publicante

Anónimo dijo...

me gusta, me gusta, y me gusta. Olé, Ogro!
Rex

Anónimo dijo...

Inquietante. Me lo pensaré dos veces antes de tomarme un cafelito en la costa mediterranea, por lo que pudiera pasar...

Besitos y Ugy Hensilev (como sea!)

Anónimo dijo...

Inquietante, Ogro. Y más si pensamos que Aurelio tiene las cinco vocales del alfabeto. Como el murciélago...

Anónimo dijo...

Yo me dejo cortar las piernas con tal de que me sirvan gin tonics durante el resto de mi vida.
Propongo al señor Herralde -seguro que empedernido lector de las letras autobombásticas- que incluya este excente cuento en "historias para no dormir". Al menos en mi caso, me he pasado la noche en vela.
Ogro, estás hecho un monstruo.

Esa chiquilla que chilla

Anónimo dijo...

Ando, y en el camino un bulto, y del bulto un quejido, y el quejido un ogro. Un ogro chiquitito.

-Que Ogro tan encantador. Que precioso ogro.
Me lo llevaré a casa, le daré de comer, le daré de beber,le daré alas pero no lo dejaré volar, como toda buena madre.

(Ven a la isla, ven...
ya estamos poniendo las rampas..)

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