domingo, 5 de agosto de 2007


¿¡A modo de preámbulo!?[1]

A Don Florencio, porque me enseñó a leer


No es tarea fácil sumergirse, con ojos críticos, en el terreno ilimitado –y muchas veces sobrecogedor- de la literatura autobombástica, especialmente de aquella surgida durante la primera etapa de gestación del colectivo. Casi seis siglos han pasado (volando) desde la publicación de ese decálogo –hoy mundialmente famoso, sobre todo entre los adolescentes conflictivos y los ecologistas catellianos - que dio pie a un río de antologías, convocatorias, epístolas y exabruptos. El largo tiempo transcurrido desde la producción de esos textos y la ambigüedad que los caracteriza hace que hoy en día resulte más que considerable la dificultad de delimitar tanto los fundamentos teóricos que los sustentan como de interpretar con éxito el sentido último de los mismos.

Por estos motivos, y por tantos otros que merecerían una segunda tesis doctoral, nos hemos visto obligados a tratar aquí sólo algunos de los textos y autores que conforman la babélica –y subrayada- producción literaria del colectivo de Autobombo. Otros estudiosos de la materia trataron en su tiempo de abarcarlos todos y la desesperación terminó con sus carreras (y sus vidas): unos acabaron acurrucados de inactividad en un psiquiátrico de mala muerte (como Vila-Matas, en el de Sant Boi, después de publicar un único ejemplar sin dedicatoria de Aproximaciones completas (y otros ensayos) a Autobombo. O me cago en el amor y los profesores sustitutos)[2]; y otros se quedaron sordamente postergados -hasta la momificación- en la silla central de una librería –también de mala muerte- (como Luci Llovet, hija del hijo del hijo adoptado por un catedrático de Teoría de la Literatura, que trató de sacar infructuosamente al mercado Mi bisabuelo y Adorno: después de Autobombo ya no puede haber poesía. Después de Llovet, tampoco crítica). Con la intención, pues, en nuestro caso, de fallecer durmiendo con placidez y con los dos hígados intactos, el trabajo que sigue a continuación se presenta como una humilde y concisa –aunque rigurosa- lectura de una pequeña parte de las ciento una antologías autobombásticas publicadas hasta la fecha.

Teniendo en cuenta que, según conversaciones registradas en los encuentros alcohólicos del colectivo[3], el nacimiento de esta anti-escuela tuvo lugar en un coche conducido por el Ogro del Sí, Leli Vorratxes y el Sargento Pioje[4], dedicaremos el primer capítulo de la investigación a la obra –y a los actos delincuentes- de estos tres autores. A pesar de que eran de estilos (en la escritura y en el vestir) completamente contrapuestos y de influencias infinitamente contrarias –el Ogro era, sin saberlo ni él, profundamente bartlebiano, Vorratxes tenía un algo de caligráfico y Pioje no era más (que es mucho) que crípticamente unamuniano-, por contra a menudo se desdoblaban entre sí de un modo más que admirable: el Ogro encontró trabajo bajo la identidad de Pioje, y éste –que parecía chino-, se metamorfoseó en Vorratxes al subirse en un triciclo pequinés. Basándonos, pues, en esta alter ególatra conexión, intentaremos desarrollar en este apartado los vasos y las cañas comunicantes entre esta tríada de talentos desalentados.
El segundo capítulo, titulado “Los polvines de Marta y las catalanadas del Burro” trata de poner por primera vez en relación los cuentos y poemas métricos de dos de los integrantes más Defectuosos –por feos- del grupo: Marta Polbín y El Burrot Català, artífices ambos de un corpus metaliterario y palindrómico que creó y sigue creando escuela aquí y en Saturno. Influido el primero por el irreverente, pero francés, grupo Olipoiano, y el segundo por lo que actualmente se conoce como Alpinismo Paratexto-Samurai, salta a la vista que la tercera etapa –y última- de la producción literaria del Burrot es, como veremos, poesía métrica pura, dura y subterránea; mientras que, paralelamente, el postrer texto de Polbín es, todo él, una infinita nota al pie de una dedicatoria (que curiosamente reza “A Paula”).

Finalmente, el tercer capítulo, “Los olvidados”, está dedicado a todos los integrantes del colectivo que nunca llegaron a publicar nada y que, no sabemos si por ello (porque las cuotas las pagaban religiosamente y con creces), fueron injustamente marginados. Es el caso de Pere Rovira, que malgastó sus años limpiando con prisa los aseos de una multinacional mientras trataba de demostrar (en sus horas libres, que no eran muchas), que lo que oficialmente había publicado su padre (también Pere Rovira) lo había escrito él bajo su pseudónimo anagramático (de nuevo, Pere Rovira); el colectivo nunca aceptó sus argumentos (que además de verdaderos, eran verosímiles y que, por ello, hacían que la causa fuera totalmente convincente) y Pere Rovira tuvo que ceder su nombre a su progenitor (Premio Nobel 2020 y Doctor Honoris Causa de la Universidad Rovira i Virgili) para que pudiera iniciarse a la escritura. O también el de Eza Quilla I, a quien no sólo la degradaron al nivel de plebeya hurtándole ese I que la convertía en la primera reina de una nueva dinastía, sino que ella misma se vio obligada a robar –en venganza y porque le dio la gana- un ejemplar de la primera antología autobombástica -en la que, para más INRI, no había ninguno de los textos que, para más INRI todavía, todavía no había escrito. En este sentido, algunas de las feministas más prestigiosas (y radicales, por agresivas) de la tercera ola sostienen que la ideología y el modus vivendi de Autobombo eran fundamentalmente patriarcales:

“Autobombo sería hoy inaceptable en nuestra sociedad (afortunadamente) matriarcal. No sólo los autobombines machos subsistían –miserablemente, eso sí- gracias a las aportaciones pecuniarias de las autobombinas –que cedían sus restaurantes y sus sueldos a tan degradante asociación-, sino que además los editores del colectivo –no por casualidad, autobombines machos- las obliteraron de modo insultante en prácticamente todas las antologías. Por el contrario, y no es necesario especificar el por qué, las invitaban a todas las fiestas animalarias que periódicamente organizaban en sus varias sedes centrales. Tal es el caso de El Sapo Treze y de Eza Quilla I, lamentablemente ausentes en la primera antología, y de Lenyn Timar, a quien los autobombines machos sólo destinaron 200 caracteres (con espacios) en la misma para disimular (sin éxito) su marcada misoginia lacaniana” (Fresa Rodrigo: 2034: 13).

Así pues, también al Sapo y a Lenyn –y a todas las mujeres infravaloradas del mundo- va dedicada esta última parte del trabajo. Para alcanzar con éxito el final de esta travesía crítica –y también para tomar aliento (y unas copas) y proseguir con más firmeza (y con los órganos intactos) nuestra ruta-, debemos agradecer –por avanzado- las aportaciones y subrayados de la Bella Catelli, el camarero invisible del Frankfurt y Eza Quilla V. Sin su futura ayuda el desarrollo de los fracasos, comas etílicos y eructos teóricos que hemos planteado en estas líneas nunca serán del todo posibles.Esperemos que no lo sean y también, y a poder ser, morir naciendo en el intento.

L. Q., Berlín no es Pekín, un día nublado de 2666


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[1] El texto que aquí transcribo corresponde a la parte introductoria de la tesis doctoral de L. Q., que debía leerse el 11 de diciembre de 2666. La autora me hizo llegar el preámbulo un año antes, rogándome que, como quilla que era (yo, no ella), le diera mi opinión sobre la estructura del trabajo. En una nota holográfica que acompañaba el manuscrito, se comprometía a enviarme en unos meses el documento completo. Desgraciadamente, nunca me llegaron los capítulos que ella describe en este apartado, aunque sí uno de sus hígados marchitado por el alcohol. Como bien puede suponer el lector analfabeto, me fue imposible retomar cualquier tipo de contacto con ella. El resto de su cuerpo sigue desaparecido y la academia jamás ha vuelto a tener noticias de su labor investigadora. Nota del editor.
(Todo lo que a partir de ahora aparezca en cursiva, lo he escrito yo). Nota del mismo editor.


[2] Por desgracia, el en su tiempo conocido –y hoy justamente olvidado- escritor español nunca pudo evitar leer literalmente uno de los textos del colectivo: “A Paula”, de Ogro del Sí. El comentario de esa confesión onírica, y por otra parte completamente autobiográfica, viene desarrollado en el primer capítulo.

[3] Este sería uno de los pocos puntos que tendrían en común los integrantes del grupo: todos eran unos borrachos. Así lo corrobora en sus memorias “Con bombos y platillos” E. Zaplana: “Paseábame yo en mi BMW por la Ciudad de las Artes y las Ciencias, cuando una avalancha de delincuentes empezó a tirarme latas de cerveza en los vidrios (tintados). Don Florencio, mi chofer literato, apuntó discretamente que se trataba de los integrantes de un desconocido colectivo anti-literal y anti-literario. En mi opinión (modesta) creo que Don Florencio sabía menos de anti-literatura de lo que presumía en los bares: aquello no era ni un colectivo ni era nada, simplemente se trataba de un grupo de borrachos comunistas”. (Zaplana: 2018: 567). O bien se trata de una errata, o L. Q. comete en esta nota aclaratoria un error bibliográfico, pues Zaplana, que no tenía ni puta idea de lo que era la filosofía dao, murió accidentalmente en sus vacaciones estivales de 2007, atropellado en Pekín por una bicicleta china. Su entorno más directo afirmó en su momento que con seguridad hubiera salvado la vida si no hubiera despreciado a Autobombo y hubiera leído sus textos (al menos, la primera antología) (Acebes: 2009: 54; Aznar: 2012: 10; Mayol: 2014: 69). En todo caso, sin embargo, esto hubiera sido del todo imposible, pues Eduardo, como Florencio, no sabía leer –aunque sí escribir.

[4] El hecho de que fueran estos tres personajes y no otros los que ocupaban el auto, explica, como luego se adivina en el punto 10 del decálogo, que la idea no terminara en bombo. Sin embargo, este mismo punto no da cuenta del por qué no se estrellaron, pues nadie sabía conducir (sólo Leli Vorratxes, y únicamente bicicletas chinas –en relación a esta información, es intrascendente añadir que hoy se sigue especulando sobre la posibilidad de que fuera precisamente Vorratxes quien atropellara, accidentalmente y como occidental (y comunista) que era, a Eduardo Zaplana).

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Brutal! Jamás me habían vacilado tanto y con tanto gusto. Me quito el bombín lo piso y me lo vuelvo a poner. Orgásmico.

Anónimo dijo...

CREO EN AUTOBOMBO

Anónimo dijo...

¿Para cuándo la institución de los Premios Bombín de Terciopelo?

colectivo autobombo dijo...

Yo babeo, tú babeas

colectivo autobombo dijo...

Entre Exclamancios y Preámbulos este listón no se lo salta ni Sotomayor. Vaya sapiencia divina ("de vino", en latín vulgar) brota por nuestras venas... Me cago en la puta... vaya rapapolbín, como dice el Ogro, nos han dao las nuevas generaciones de PP (Pelusilla Panfletaria).

Raudo de paz anal (en honor a Jamás Razoné, Verbigracia #3.)

Anónimo dijo...

JobabeJo
jobabejobabejobebajojabeboja..... hip! Ei,Quillaza...Salut!

Anónimo dijo...

Eza Quilla I, la gran.

Quasi em foten fora del Telecentro de Echo pels riures que m'ha provocat aquesta magna obra AUTOBOMBÀSTICA.

Burrot -aplaudint amb les orelles-.

Anónimo dijo...

Desde mi retiro santanderino (en el que espero vuestras propuestas para perpetrar actos autobombásticos de toda índole), lloro de emoción al leer a la reina fundadora de la dinastía de los Quillas. Y pido desde aquí la creación inminente de un comité que se dedique a rastrear el paradero de los capítulos extraviados de la citada tesis. Me quito el bombín, lo piso, me meo encima y me lo vuelvo a poner!
CREO EN QUILLA I!!!

Anónimo dijo...

me sumo a tan quillos estertores de goce. Que na Quilla i un servidor no haguem estat formalment introduïts, per bé que trista i espero que breu circumstància, nogensmenys m'autobombeja dramàticament cap a les pàgines de la Història, on un desconegut critica, matxaca i lloa les meves bicicletades. Olé, olé, ganbei! Jo gairebé wosile!!!!

Anónimo dijo...

MAKE UP: ...i al Sebastià Serrano!!! :-D

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