El tendón G de Aquiles (El Sargento P)
(Me asaltó una cuestión familiar: la capacidad que tenemos los humanos de matar y gozar sin escrúpulos. Aunque dicen que a veces nuestra empatía, condescendiente, llega a límites sospechosamente estúpidos.)
Empiece finalmente, me dijo. ¿A qué se refería? ¿Querría saber el desenlace de todo para así psicojuzgarme de manera trivial, sin haber hecho un estudio previo, sin conocerme? [que me apeteció golpearle la cabeza contra el espejo, que lo hice y que mientras la olía por detrás le arranqué la cola de caballo para fustigarla y perfumarme, una vez muerta] no se lo pondría tan fácil, en tal caso que leyera A sangre fría. ¿Le molestaban los preámbulos? o tal vez se refería a que no contase detalle a detalle hilvanando lo que sucedió y fuera directo, sin desgranar. En realidad no tenía ni idea que quería decir con ello y, molesto, decidí contárselo tal cual me viniera. Volver a aquella mañana orgásmica y fatídica sin apresurarme era primordial pues hay un antes y un después, eso sin duda, y en el transcurso, mientras pensaba lo que se escondía en sus palabras, buscaría respuestas para saber dónde me quería llevar, con estos tipos ya se sabe, te encuentran si les dejas que te busquen y yo intentaría, cómo decirlo, parecer normal, nublarle, divertirnos sin entender porqué, quizá por eso mismo: por diversión, como cuando uno es pequeño.
Me llamo Ed, dije. Y me inventé un sueño:
“Mis cuatro sentidos me decían que iba a haber un tsunami, tal vez lo escuchara en la tele pero el recuerdo se mantenía presente. Rato después, el augurio se desvaneció y me encontraba de forma plena en el cielo, un blanco ebúrneo empañaba mis ojos y apenas veía el oasis del fondo, me aposté en la taza intentando saber que era lo último que habría comido, pues no reconocía el olor (la mierda huele siempre diferente, y sabe) y todavía dudaba si acercarme. Fue entonces cuando abrieron el grifo que una gota límpida cayó sobre mi, la noté en abundancia pero no me importó, era un tanto refrescante y siempre es necesario en estos sitios donde uno no para de agitarse; y atrapado aunque pataleara no habría podido liberarme. Me quedé unos segundos regocijándome cuando vi que un enorme trozo de papel de doble capa y blanco se acercaba sobre mi, creí ver el principio del fin pero en lugar de eso me empujó hacia el abismo, hacia el fondo, allí me esperaban, supe que se trataba de heces de espinacas, lo había intuido pero ya se sabe que a veces las apariencias... No pude más que alambicarme inútilmente entre aquellos enormes icebergs flotantes y luchar para no dejarme arrastrar por la marea, por el torbellino rumbo al Averno. Fue en vano, una vez allí recubierto de mierda y hasta el cuello de cerote me perdonaron la vida, un Sapo supremo, con su espeluznante trecenazgo, entre llamas me sugirió la idea de cambiar de identidad pues no había sabido captar lo esencial del individuo e intuí que no iba a perder el tiempo torturándome, supongo que simplemente no creía en el insecticidio. Me prometió que al despertar lo haría reencarnado en Aquiles, el farmacéutico, y pasé de esta forma a ser uno de los camellos más conocidos del barrio. Todo me sonreía, sin embargo mi familia nunca me aceptó, me dijeron que no supe ver la tragedia del artificio y que había cruzado la barrera de forma antinatural (¿!). Escapé, recogí unas cuantas perras gordas y me fui a venderlas al chino de la esquina, cuando hube contado las monedillas me compré un billete de tren de la bruja y me di lo que sería mi último tango. No había pasado todavía un segundo me dieron tal escobazo que terminé, craneoencefálicamente hablando, tocado. Vi unas cuantas lucecitas de colores como seis o más y recordé mis años mozos cuando, colocado, pasaba horas mirando el enorme edificio coronado por una luz roja que avistaban los aviones a punto de tomar tierra. En aquella colina solíamos hacer muchas pellas, nos escondíamos entre los matorrales intentando que el viejo del caserío no nos viera tras haberle partido el espinazo en dos a Alfredo, su espantapájaros. Las cosas nos iban muy bien entonces, nos divertíamos como niños hasta que aquella mañana la señorita de naturales, Patricia, me gritó que nunca llegaría a nada, que era un deshecho molesto y que Siempre revolotearía entre la mierda.”
Pero no pude, supe que su frase había sido capciosa y adrede… me preguntó si era anósmico!
Nunca he entendido a estos tipos, soberbios petimetres, encorbatados y deleznables que en realidad me repelen tanto que los quiero, como otros que dicen haber leído mucho. Como si todo estuviera en las palabras. Lo único que hacen los libros, todos, es decir lo mismo en diferente modo y bien es sabido que las ideas propias provienen de los hechos, las acciones, con todos los sentidos, y eso es, su señoría, lo que me encanta: Gozar de la vida.
¿Ha leído usted mucho, señoría? Yo sí, en el instituto. Siempre recordaré el primer día que me corrí, diseccionando una rana, pobrecita.
Empiece finalmente, me dijo. ¿A qué se refería? ¿Querría saber el desenlace de todo para así psicojuzgarme de manera trivial, sin haber hecho un estudio previo, sin conocerme? [que me apeteció golpearle la cabeza contra el espejo, que lo hice y que mientras la olía por detrás le arranqué la cola de caballo para fustigarla y perfumarme, una vez muerta] no se lo pondría tan fácil, en tal caso que leyera A sangre fría. ¿Le molestaban los preámbulos? o tal vez se refería a que no contase detalle a detalle hilvanando lo que sucedió y fuera directo, sin desgranar. En realidad no tenía ni idea que quería decir con ello y, molesto, decidí contárselo tal cual me viniera. Volver a aquella mañana orgásmica y fatídica sin apresurarme era primordial pues hay un antes y un después, eso sin duda, y en el transcurso, mientras pensaba lo que se escondía en sus palabras, buscaría respuestas para saber dónde me quería llevar, con estos tipos ya se sabe, te encuentran si les dejas que te busquen y yo intentaría, cómo decirlo, parecer normal, nublarle, divertirnos sin entender porqué, quizá por eso mismo: por diversión, como cuando uno es pequeño.
Me llamo Ed, dije. Y me inventé un sueño:
“Mis cuatro sentidos me decían que iba a haber un tsunami, tal vez lo escuchara en la tele pero el recuerdo se mantenía presente. Rato después, el augurio se desvaneció y me encontraba de forma plena en el cielo, un blanco ebúrneo empañaba mis ojos y apenas veía el oasis del fondo, me aposté en la taza intentando saber que era lo último que habría comido, pues no reconocía el olor (la mierda huele siempre diferente, y sabe) y todavía dudaba si acercarme. Fue entonces cuando abrieron el grifo que una gota límpida cayó sobre mi, la noté en abundancia pero no me importó, era un tanto refrescante y siempre es necesario en estos sitios donde uno no para de agitarse; y atrapado aunque pataleara no habría podido liberarme. Me quedé unos segundos regocijándome cuando vi que un enorme trozo de papel de doble capa y blanco se acercaba sobre mi, creí ver el principio del fin pero en lugar de eso me empujó hacia el abismo, hacia el fondo, allí me esperaban, supe que se trataba de heces de espinacas, lo había intuido pero ya se sabe que a veces las apariencias... No pude más que alambicarme inútilmente entre aquellos enormes icebergs flotantes y luchar para no dejarme arrastrar por la marea, por el torbellino rumbo al Averno. Fue en vano, una vez allí recubierto de mierda y hasta el cuello de cerote me perdonaron la vida, un Sapo supremo, con su espeluznante trecenazgo, entre llamas me sugirió la idea de cambiar de identidad pues no había sabido captar lo esencial del individuo e intuí que no iba a perder el tiempo torturándome, supongo que simplemente no creía en el insecticidio. Me prometió que al despertar lo haría reencarnado en Aquiles, el farmacéutico, y pasé de esta forma a ser uno de los camellos más conocidos del barrio. Todo me sonreía, sin embargo mi familia nunca me aceptó, me dijeron que no supe ver la tragedia del artificio y que había cruzado la barrera de forma antinatural (¿!). Escapé, recogí unas cuantas perras gordas y me fui a venderlas al chino de la esquina, cuando hube contado las monedillas me compré un billete de tren de la bruja y me di lo que sería mi último tango. No había pasado todavía un segundo me dieron tal escobazo que terminé, craneoencefálicamente hablando, tocado. Vi unas cuantas lucecitas de colores como seis o más y recordé mis años mozos cuando, colocado, pasaba horas mirando el enorme edificio coronado por una luz roja que avistaban los aviones a punto de tomar tierra. En aquella colina solíamos hacer muchas pellas, nos escondíamos entre los matorrales intentando que el viejo del caserío no nos viera tras haberle partido el espinazo en dos a Alfredo, su espantapájaros. Las cosas nos iban muy bien entonces, nos divertíamos como niños hasta que aquella mañana la señorita de naturales, Patricia, me gritó que nunca llegaría a nada, que era un deshecho molesto y que Siempre revolotearía entre la mierda.”
Pero no pude, supe que su frase había sido capciosa y adrede… me preguntó si era anósmico!
Nunca he entendido a estos tipos, soberbios petimetres, encorbatados y deleznables que en realidad me repelen tanto que los quiero, como otros que dicen haber leído mucho. Como si todo estuviera en las palabras. Lo único que hacen los libros, todos, es decir lo mismo en diferente modo y bien es sabido que las ideas propias provienen de los hechos, las acciones, con todos los sentidos, y eso es, su señoría, lo que me encanta: Gozar de la vida.
¿Ha leído usted mucho, señoría? Yo sí, en el instituto. Siempre recordaré el primer día que me corrí, diseccionando una rana, pobrecita.
4 comentarios:
Pioje inmundo... como me hubiera gustado haber nacido en el sur y compartir pupitre contigo...
Quiza leia I
p.d. Y que ganas tengo de fumarme un porro..!
no sé a q venía ezo Quilla. Por cierto Sargento debería usted tener cuidado. Tiene usted el cerebro desparramado
Sargento, eres el padre fundador del "autobombismo sucio" y la beat-generation tiene los días contados! Me saco el bombín por tu cerebro desparramado y me congratulo de tu inspiración ebúrnea y anósmica. Olé!!
hubiera deseado ser anósmico, pero no lo soy, y este texto ha impregnado mis narices con su repugnante fantasía genial. sargento, mejor escribirlo que convertirse en un ogro
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