domingo, 11 de julio de 2010

WG Episodio 1, por El Ogro del Sí


La corta historia democrática de la ciudad, la tan anhelada reunificación de las hermanas, la congregación de borrachos desempleados en el parque al otro lado del muro, llevaba ya mucho tiempo siendo la excusa perfecta para la creación de una ciudad joven para jóvenes, algo así como la utopía de una juventud eterna, en la que el espíritu de los cincuentones seguía luciendo con el mismo resplandor y brillo que en la adolescencia. No obstante, uno podía darse cuenta en cuanto se topaba con alguno de esos pocos que pertenecía a la generación oscura, la de los que rondaban los ochenta, o con cualquiera de aquellos de mediana edad del otro lado del muro que habían sido víctimas de las privaciones y los abusos de un régimen castrante que solo mejoraba gracias a la delación, de que no se pasa del terror a la alegría, del gris al color, de la mueca a la sonrisa, en una mera par de décadas, por más que los vestigios de la muerte y sus representantes masculinos yacieran la mayoría bajo un manto de cenizas sobre el que todos habían optado por plantar flores cada año a la llegada de la primavera.

Ya llevaba un par semanas en aquel cochambroso hostal en el que chinches y pulgas pugnaban por el control de las pocas migajas que dejaban escapar sus míseros inquilinos, así que empezaba a quedarme sin recursos. Cada mañana me levantaba a las siete para poder llegar a tiempo de disfrutar del frugal desayuno. Tras una noche colmada con los ronquidos, ruidos y efluvios varios que proyectaban mis compañeros de situación, aquel zumo agrio de naranja industrial me daba la vida. No negaré que a mí también se me escapaba alguna ventosidad que otra y que, de algún modo, a falta de otra cosa, me satisfacía poder colaborar al desapacible ambiente que allí se creaba. Y sí, también yo me guardaba de dejar caer las migas de mi pequeño cruasán, aunque estaba claro que lo hacía más por tener la sensación de aprovechar todas las posibilidades ofrecidas que por una necesidad real.

Una vez desayunado, iba directo al ordenador a mirar las ofertas de las paginas de empleo y de búsqueda de piso. Contaba con algo de efectivo, así que decidí que lo más urgente en ese momento era encontrar un sitio en el que vivir y escapar cuanto antes de aquel antro que hacía mella en mi espíritu e incluso parecía haber trastornado mi personalidad hasta el punto en que a veces olvidaba mi procedencia y qué había venido a hacer a la ciudad. Entre tanto extranjero, había días en los que no sabía cuál era mi nacionalidad ni qué lengua hablaba. Esto era algo que se acentuaba los fines de semana durante el turno de Gregory, el recepcionista políglota húngaro, que insistía en hablarme en finés, danés, griego, turco y farsi fingiendo entender parlamentos enteros de una lengua que yo misma inventaba. Y todo porque tenía propensión a la diarrea y le venía bien que le sustituyera durante sus continuas escapadas para evacuar.

Lo malo de buscar trabajo o alojamiento en la red es que sueles olvidarte de que necesitas desplazarte de la silla para conseguir lo que buscas. Me pasé horas y horas intentando encontrar la ganga perfecta. Pensaba que si invertía buena parte del dinero que poseía en esta minuciosa búsqueda, acabaría dando con un buen precio que compensara el tiempo y estipendio gastados, y que a la larga saldría ganando. Pero por más minutos y nervios que me dejara en ello, los precios no acababan de bajar. Pagar trescientos euros por una habitación minúscula en una ciudad en la que la mayoría decía estar compartiendo piso por doscientos, e incluso menos —eso es lo que había leído yo en los foros de internet—, era algo que, aún cuando podía entrar en mi presupuesto, no estaba dispuesto a permitirme. Empezar así habría sido rendirme antes de participar en la primera batalla.

Aún no era consciente de que un extranjero siempre parte en desigualdad de condiciones aunque combata en el bando aliado. Parecía que hubiera un rasero diferente para el trato con los recién llegados en razón de su procedencia, como si vender la ciudad tuviera realmente un precio, y no fuera el mismo según vinieras de Baden-Württenberg o Baviera que de Cataluña, Liguria o el Algarve. Estaba claro que yo no era precisamente uno de esos rezagados que volvían a la ciudad para ayudar a reconstruirla después de la segunda guerra mundial. Ni tan siquiera había llegado a tiempo para ocupar alguno de los edificios abandonados de la zona este tras la caída. Hasta aquellos con las fachadas más deterioradas, esos que parecían haber sido arrasados por las ametralladoras de los americanos, no estaban ahora en poder de grupos desfavorecidos o familias arruinadas. Ni mucho menos. Miles de edificios habían quedado desocupados y abandonados, con sus antiguos propietarios enterrados en alguna fosa, deportados o exiliados en países remotos, pero incluso lo que a mis ojos parecían casas ocupadas por colectivos marginales antisociales, eran viviendas protegidas por el ayuntamiento, al cual sus habitantes pagaban religiosamente una renta acordada cada fin de mes.

Había llegado a la ciudad empujado por una especulación cuyos precios abusivos finalmente habían conseguido expulsarme de mi tierra de origen. Buscaba un paraíso de construcciones deshabitadas que anhelaran un morador, unas calles desangeladas que necesitaran pies para estampar sus huellas, pero a mi entrada en la tierra prometida me encontré con que el sueño ya había sido explotado años atrás. Sentí en mí la maldición del que siempre llega tarde para la cena. Y era de esperar. Habían pasado ya veinte años tras la caída. Desde entonces venían llenándose los barrios más pobres, aquellos de los que habían huido las fábricas, aquellos de los que con tan poca visión de futuro habían escapado los trabajadores de la otrora república democrática, perseguidos por la sombra de los soviets y la Stasi, en busca del sistema de producción de bienestar del capitalismo, sin saber que tras ellos no corrían bolcheviques a lomos de caballos rojos enarbolando naranjas en la punta de sus sables como si se trataran de cabezas cortadas, sino turistas deseosos de vivir la experiencia prefabricada del desasosiego, de la caída del símbolo al precio económico de un billete para una sesión doble. Así que ahora hasta los barrios más descuidados, fuera por puro simbolismo, por razones económicas, o por las fluctuaciones de la migración, acababan convirtiéndose en lugares de moda.

Sentía que formaba parte de un ejército de inconscientes, una legión de estúpidos bohemios europeos que había llegado tan solo un año tarde, lo justo para que la ciudad que me interesaba se acabara por todas sus fronteras, es decir, las marcadas por la línea de transportes de la ciudad, del anillo ferroviario hacia adentro. Así pues, no. No era esa la capital ideal que yo imaginara alegremente con ilusión y nerviosismo mientras metía en la maleta todo aquello que consideraba imprescindible para mi viaje. No obstante, ni tan siquiera llegué a preguntarme por qué demonios no volvía inmediatamente a España o a cualquier otro destino. Frente al ordenador, y perseverancia aparte, conseguí no una habitación, sino un estudio completo por tan solo doscientos euros. El anuncio estaba en la sección de pisos compartidos. Pero pronto me quedaría claro que los términos implícitos en esa categoría no se adaptaban lo suficiente a la apertura conceptual de la oferta que se presentaba ante mí:

WG

ICH SUCHE MANN FÜR EINE WOCHENTAGEN WOHNGEMEINSCHAFT LEBEN 200 €
(GENAU BEDINDUNG)

4 comentarios:

leli dijo...

hummm, me quedo con ganas de saber...¿qué encontraremos en ese piso? ¿Qué puerta del infierno, o del paraíso, se esconde tras esas siglas WG?

colectivo autobombo dijo...

Aclaradción: WG son las siglas de Wonhgemeinschaft, que significa piso compartido. Claro, a veces tienen palabras tan largas que o les queda otro remedio que hacer abreviaturas. Aunque cierto es que suena un poco como WC, lo cual le da otro tufillo al asunto.

zoz dijo...

gracias

Anónimo dijo...

Aclaración: WG es solo piso compartido en el oeste de Alemania (West Germany), en el este es, obviamente, EG.
Siglas aparte, yo he deborado el texto de un bocado, y no creo que sea sólo porque en breve me tocará también a mí buscar piso...
Gracias, Ogro, por seguir escribiendo!!!

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