sábado, 5 de septiembre de 2009

LA CONTEMPLACIÓN PROFANA, UN MUNDO DE EXTRAÑEZA.


Hay momentos en los que soy un sueño de mi mismo capaz de invertir horas en no hacer y no pensar nada.
Ayer por la noche mientras observaba un grupo de golondrinas e intentaba seguir a una con la mirada me pregunté en qué pensaba y no pude dar con nada. Tal vez pensé en lo difícil de ser un animal y lo difícil que es ser animal-hombre.* Pero no quiero apartarme del propósito de este texto. Ayer no pensé todo esto mientras miraba a las golondrinas. Tal vez, mirarlas ayer sirviera para tener algo en lo que pensar hoy, pero ayer, ayer no pensaba.

Intuyo que a muchos les sucede lo mismo y siento curiosidad por saber qué piensan ellos de esos momentos en los que son conscientes de no ser excepto por los impulsos eléctricos que sus sentidos propagan por su cuerpo. La realidad se aleja y todo parece tan familiar, como cercano y distante.

Hace años que me interesa este tema, aunque para no parecer pretencioso pocas veces lo comento con otros. Puede que lo que me intrigue sea el reposo. Un momento de silencio interno que provoca la saludable contemplación.

Me reconozco desde pequeño absorto en trozos de realidad que me parecían agradables: la montura de un espejo, las protuberancias del estuco, el punto en el que se unen dos papeles de pared, unas escaleras, el dibujo romboide de la barandilla de la terraza de mis padres... no estoy hablando aquí de los ejercicios Amélie Poulain que todos practicamos de una forma feliz, sino de algo agradable y enrarecido en los objetos.

Creo que mi forma de proceder en esos momentos no es la de observar el objeto como tal, sino, de una forma misteriosa, acabar siendo parte de él o tal vez acercándolo hasta que es parte de mí. Intentaré explicarlo de una forma más clara: hay un momento en el que el objeto se vuelve tan reconocible, tan cercano y la vez tan inmóvil que me causa un rechazo instintivo porque sé que por mucho que lo mire o lo toque no podré abarcarlo. En ese momento, el objeto entra en mí provocándome una sensación de angustioso rechazo que cautiva mis sentidos. Algo parecido al pánico celular que siente el adicto cuando le falta la droga. Uno quisiera penetrar el objeto con los dedos, entender de qué está hecho, de dónde viene, cómo funciona o es posible que sea así. Un asco asciende entonces mis nervios ante ese objeto que se convierte en parte de mí como algo ajeno y familiar a un mismo tiempo.

No creo que tienda a personificar los objetos que contemplo aunque es cierto que tiendo a ponerme en su lugar. Por ejemplo, mientras escribía el párrafo anterior he estado mirando las hojas de un árbol; en seguida mi mirada se ha detenido en una hoja e inmediatamente he pensado en el sol que incide sobre ella y en como, mecida por un suave viento, absorbe esa energía y la transforma en crecimiento; he pensado también en el hecho de que esté ahí suspendida y en cómo crecen los árboles, todos los árboles de mi vida, el tacto de las cortezas, los juegos alrededor de su tronco; el viento que los zarandea y a veces los rompe, pero éste no se quebrará hoy, éste sigue creciendo, tal vez indiferente, a los coches que lo rodean y los gritos de la ciudad.

Conforme avanzo en el detenimiento y la observación, la hoja del árbol va cobrando entidad y su relación conmigo aumenta hasta un punto en el que me digo: "es tan sólo un árbol, es tan sólo una hoja" pero sé que no es sólo una hoja porque su inmovilidad, a pesar del balanceo, es ya mi inmovilidad y ese acercamiento, ese reconocimiento, comienza a ser insoportable cuando la hoja ocupa todo mi mundo y ahí empieza el rechazo, el asco, el pánico celular hacia la realidad observada. Instintivamente aparto la mirada e intento distraerme para que esta no caiga sobre otro objeto.
Si en un principio la contemplación me alivia de la conciencia, llegado un punto ésta reaparece con redoblada fuerza para arrancarme del objeto diciendo: "déjalo, es incomprensible, es tan sólo una hoja".

Tal vez me asusta la certeza de que mi debate interno tendrá como respuesta la inmovilidad indiferente del objeto.

Reviso las definiciones de contemplación y meditación y se habla de "tranquilizar la mente", de "silencio interno", de "desapego de pensamientos y sensaciones". La contemplación que practico, o mejor dicho que me sucede, es: azorar la mente, un silencio lleno de ruido, un flujo de pensamientos y sensaciones.

Pero no es tan sencillo, al menos no es tan plano. Como decía al principio de este texto, lo primero que me sorprende es no poder decir en qué he pensado tras uno de esos momentos contemplativos, la sensación de no hacer y no pensar nada. Es cierto que si los reviso, puedo describir ciertos procesos mentales que llevo a cabo durante esos espacios de tiempo; pero esos procesos están ocultos cuando la contemplación me sucede. Durante el proceso, una parte de mi mente sigue la definición y se tranquiliza, se silencia, pero hay otra muy activa.

Si la contemplación busca partiendo del mundo, ausentarse de él, mi forma de mirar se evade del mundo adentrándose en él. Una, parte de lo externo para llegar al interior del sujeto; la otra, parte de lo externo para llegar al interior de lo externo. La diferencia básica es ésta: adentrarse en el cuerpo o en la materia; silencio o diálogo. Podría decirse que practico, involuntariamente, una contemplación profana, ajena a toda concepción clásica de un método que, en principio, persigue acallar la conciencia.
La contemplación profana se adentra en la materia para encontrar el silencio y desembarca en un mundo de extrañeza.



Notas
* El clásico argumento de los que dicen: "es un animal, no piensa, tanto le da ocho que ochenta" no me sirve porque equivale a decir del hombre que por ser un animal racional no hay problema al que no encuentre solución.
La Zozobra Non Liga


7 comentarios:

ZoZ dijo...

Un tanto largo, lo sé. Pero bueno, ya sabéis que los mecanismos compensatorios son inescrutables.

andando cabezabajo dijo...

se me unió a mi también lo externo a lo interno en la epifanía de esta lectura,

.. y se me quedó el bombín del revés..

La lectora bruta dijo...

Un chute de la mejor mística zozobriana, el viaje de una mirada desalejadora. No se lo pierdan. Desasosegador.

la crítica dijo...

Una mirada profana que enturbia nuestro propio modo de ver las cosas al tiempo que aclara la noción que teníamos de nosotros mismos y nos invita a volvernos hacia nuestro interior. Una gota de agua de lluvia que vemos rebotar y dividirse en millones de pequeñas partículas de hidrógeno en cada una de las cuales vemos reflejado nuestro propio rostro.

la critica adendum dijo...

Pues entonces una mierda pinchánunpalo (sin acritud)

polbina dijo...

Uno de los mejores textos que se han publicado en este blog, no me cabe la menor duda.
Solo siento haber tardado tanto en leerlo.
M.P. dixit.

zoz dijo...

os quiero.............

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