domingo, 24 de mayo de 2009

EL RESPETO DE LOS HUMILDES by Opán Órale

Para suerte y regocijo de todos nuestros compañeros, El Gordo Lies se encontró con un nuevo miembro de este conspicuo grupúsculo, que dada su vasta erudición en materia oral indígena nos deleitará  sin duda de aquí en adelante con suculentas narraciones de su nativa Centroamérica. Aquí sin más se los presento con el más admirado de los respetos que me infunde su persona y sobre todo su relato de muestra y entrada. Ahí lo tienen, para todos ustedes: el sin par genio y talento narrativo de Opán Órale.

 

 

El suceso que nos preocupa aconteció en Tela, pequeña ciudad de muelleros en la que los trabajadores del puerto pasan doce horas diarias cargando y descargando las cajas de plátanos de sus protectores amigos patriarcales de la United Fruit Company, para después aliviar su sudor en la barra del «Paraíso», famoso establecimiento conocido por poseer la única rockola del pueblo. No es que mi padre soliera ir mucho por allí en el año 1958, en que contaba tan sólo diez años.  Los poco usuales pasatiempos a los que se dedicaba en aquella época se resumían en tres. Uno de ellos era robar los huevos de las gallinas que la familia criaba para luego vendérselos a su propia madre por un lempira la docena. El segundo era el de aprovechar la cultura de los velorios, dado que los fallecidos del pueblo ofrecían buena pitanza  y unas suculentas cocacolas. Siempre era el primero en salir detrás del féretro para acompañar a su anfitrión camino del cementerio, como símbolo del dolor que sentía en su interior porque se acababa con este muerto el buen yantar. Pero en el que empleaba más tiempo, dada su trascendencia ontológica, era el chismorreo, al cual dedicaba todas las tardes —siempre y cuando no hubiera velorio ni las gallinas hubieran puesto huevos— desde su más tierna infancia. Tenía el cometido familiar de estar asomado al balcón y quedar pendiente de las conversaciones de los transeúntes para luego dar cuenta de ello durante los cenáculos, ya que al no haber transistor para escuchar la radionovela, había que montar alguna como carajo fuera.

En una de esas calurosas tardes teleñas en las que hasta el viento se retorcía del calor mi padre se encontraba captando y armando con sus orejas parabólicas el siguiente capítulo de su particular obra maestra cuando vio pasar un rayo de dos patas que levantaba más polvo que una tormenta de arena. Si aquel rayo le era conocido es porque bajo él se encarnaba Luis Moncho Coronel Urtechu, insigne admirador de Rubén Darío y loco oficial del pueblo. Lo que más le llamó la atención es que su mano derecha estaba adornada con un resplandeciente cuchillo de carnicero. Ante el potencial surgimiento de nuevos acontecimientos mi padre no se lo pensó dos veces y fue tras él. Y este fue el relato que después haría de los hechos que allí acontecieron:

 

«Estaba yo asomadito en el balcón cuando empiezo a escuchar a un maje que dice “¡Válgame Dios, qué barbaridad! ¿Dónde va ese alma perdida?”, en lo que veo al Moncho zumbando con un pija de cuchillo, no me lo pienso dos veces y salgo detrás de él a toda maceta. Durante dos manzanas corrí detrás de él como alma que lleva el diablo encima, porque sabía que ese iba a cometer un buen cagadal. ¡Ese cagadal se estaba viendo ya con los gritos que estaba pegando la gente, que no se meaban encima porque Dios es grande! ¡Puta, mano!, cuando ya no podía más ir detrás de él voy viendo que se va metiendo al «Paraíso». Cuatro muelleros se acodaban en la barra llorando sus miserias al son de la canción “El jinete”: 

En la lejana montaña 

va cabalgando un jinete 

 vaga solito en el mundo 

 y va deseando la muerte.

 

 Por lo que contaba el robagallinas de mi padre el único foco que alumbraba el pobre local acompañaba los también pobres ánimos de felicidad de los parroquianos. Desde la puerta vio que el Moncho se abalanzaba hacia uno de ellos con el adorno mentado en su mano derecha, más decidido que Aquiles en su venganza contra Héctor. Aquel hombre al que se dirigía este paps de los locos de Tela era especialmente reconocible  por tener unas espaldas anchas como el tronco de una ceiba, curtidas al peso de toda una vida cargando y descargando toneladas de plátanos. Nunca tenía tiempo para distraer su faena con tragos ni tragedias, pero aquella noche no había ido para llorar las penas de su precaria vida sino que derrochaba lágrimas de alegría por el nacimiento de su primer hijo. Si sentía pena solo era por los parroquianos  que  se apostaban a su lado que, ya con familias compuestas a las que mantener y con las espaldas rotas de preocupaciones, se bañaban en guaro hasta olvidar la desgracia de tener que haber nacido.  Según siguió contando mi padre se encontraba  el pobre individuo apurando su vaso cuando sonaban los últimos versos de la canción:

 

«Ahí fue cuando el Moncho se le tiró encima con el cuchillo y le atravesó todo el tórax y el pulmón cortando de golpe el trago que se había embuchado. El infeliz se dio la media vuelta en un intento de explicarse de dónde putas venía aquella punzada que le estaba asfixiando.  Tan sólo logró ver la cara del loco que en ese momento le miraba con ojos de estupefacción, y en el instante en que sonaban los últimos versos de la cantinela:

 

La quería más que a su vida

 y la perdió para siempre

 por eso, lleva una herida

  por eso, busca la muerte,

 

el Moncho no tiene más que mirarle, y le dice: “ Huy, perdón. Me equivoqué”».

 

 Podrán decir que en Tela hay mucho loco, pero no se puede negar que son educados.



Opán Órale (con la inestimable ayuda de El Ogro del Sí)

7 comentarios:

Anónimo dijo...

me quito un bombín humilde ante una prosa ligera y rica que ennoblece este Colectivo. Ópan, bienvenido, por muchos años nos atravieses el corazón mientras nos cantas al oído.
siempre suya, Leli

Y tras esto, como imagino que suscribes el dECÁLOGo aUTOBOMBÁSTICo, te hago miembr@ del Colectivo.

Di conmigo: Yo Creo

Opán Órale Carnalito dijo...

Yo creo.

Acepto sumisamente tan honorable distinción.

alevín bom bín dijo...

siguiendo las costumbres del papá de nuestro Opán, ayer fui de cortejo fúnebre en busca del buen yantar y los macabras chismorreos, pero como no conseguí ni lo uno ni lo otro, al llegar al ático parnásico me hice un revuelto con los huevos que había comprado, y por lo menos tuve el inmenso placer de releer el tronchante y aleccionador relato, estremecedoramente bien narrado, de un asesinato educado.

Anónimo dijo...

Muy bien definido, alevín: bien narrado el asesinato educado. Yo también me hago fan de Opán, órale (y del que haya escrito el texto introductorio, al que sospecho también de esa nativa Centroamérica, más que nada por el lindo anacoluto ese de "se los presento"...).
¿No será Opán miembro del CREA, el Comité por la Recuperación del Espíritu Autobombástico? Sea como sea, creo y CREA.

Anónimo dijo...

¡Ay! Me los embauqué con una expresioncita bien de mi tierra.

Perdón...es que... dijo...

estás leyendo esto por un acto de fe, porque crees en el I be...live.

qué haces sino leyendo un comentario tan tardío... has entrado pensando... ojalá haya entrada nueva

y en vista de que no, has bajado pensando...alguién quizá ha dicho algo...algo para quitarme el mono.

El primer punto del decálogo del yonki reza:
el buen yonki pone buenas excusas

Así que ahí vamos, se abre la sección...

Qué excusa tienes para no haber publicado en autobombo sabiendo que el colectivo necesitaba tu dosis:

Anónimo dijo...

Lo confieso. Soy el último publicante.

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