jueves, 27 de enero de 2011

El pequeño Max se acuesta después de un atareado día. Las actividades extraescolares, sumadas al rigor de los nuevos planes educativos, dejan mella en su fragil constitución. Está cansado, y aún así, no consigue conciliar el sueño. Se revuelve entre las sábanas, intranquilo. Intenta pensar en cosas que de normal lo apaciguan: ovejas degolladas, carneros violando a potras, las carcasas putrefactas de bovinos consumidos, mas nada funciona hoy. La noche se alarga, y el anhelado descanso no llega. De pronto, cae en la cuenta, qué obvio, cómo no lo pensó antes, abre el cajoncito de su mesita de noche y tomando entre sus deditos el cutter de la clase de plástica se raja la yugular con un tajo seco y feliz.

miércoles, 26 de enero de 2011

Pequeñas historias de un niño llamado Max

El pequeño Max empieza hoy el colegio. Sus padres le acompañan hasta la puerta recelosos de que le ocurriera algo en el autobús escolar. El pequeño Max sube las escaleras que le conducirán hacia el conocimiento y la sabiduría. La protección paterna ha quedado atrás pero Max no teme su destino. Entra en clase y ocupa su lugar en el pupitre del aula de plástica. Max se balancea suavemente en la silla apoyándo ésta sobre las patas traseras, se desestabiliza y cae de espaldas en el momento en el que el lápiz afilado de su companyero de atrás apunta hacia la pizarra. Irremediablemente el lápiz se clava en el frágil cráneo de Max creando, casi al instante, una nueva obra del a menudo tildado de no comprometido arte abstracto.

martes, 25 de enero de 2011

WG Episodio 14, por El Ogro del Sí

Al salir, disipado ya mi enfado fingido, fui directo al panel de anuncios. A decir verdad lo único que quería era desembarazarme cuanto antes de esa mujer y poner en marcha mi plan. No tenía tiempo para zarandajas económicas ni mujeres sensuales con sueños zoofílicos. Además, aquella hembra de rasgos disneyescos parecía tener una agenda oculta. No era solo que se aprovechara del género a su antojo. Había algo en su manera de conducirse, algo que no sabría especificar, salvo por la inquietud que me producía. Tal vez simplemente fuera porque era extranjera o quizás me daba la impresión de que me delataría a la policía, que me chantajearía con el recibo de la vacuna para que le ofreciera mis favores sexuales. Ya sabemos lo que se excitan las mujeres eslavas con un hombre moreno de metro sesenta, entradas en la cabeza y salidas en la panza.

En el panel se daba el nombre de un tal doctor Hoffmann y un número de teléfono en el que localizarlo. Abrí la maleta con la intención de comprobar el estado de Hans-Georg, manteniendo la inadmisible fe en que se habría recuperado y podría evitar más trances, huyendo de allí antes de que la enfermera me persiguiera con el recibo. Como no ocurrió ni lo uno ni lo otro, me puse en contacto con el doctor Hoffmann.

—Doctor Hofmann —dijo al contestar al teléfono.

—¿Doctor Hofmann?

—Doctor Hofmann, dígame.

—Sí, doctor Hofmann. Tengo aquí una rata con una coma inducida para prácticas antirrábicas.

—¿Prácticas anti qué? —dijo un estupefacto doctor Hofmann.

—Antirrábicas —repetí—. ¿Puede hacer algo con ella?

—Puedo extirpársela y usarla para hacer un injerto de pausas. ¿Por cuánto la vende?

—No, no la vendo.

—No la vende. ¿Y entonces qué quiere?

—Quiero que la saque del coma y le quite la rabia.

—¿Qué? —dijo prorrumpiendo al momento en una carcajada de sonoridades imposibles y cavernosas.

—¿Por qué ríe? Pensaba que eso era científicamente posible.

—¿Científicamente posible? Pregúntele a todos esos niños a los que han inducido al coma para nunca más regresar. Es científicamente posible. Pero ¿sabe usted cuántas ratas han sobrevivido al proceso?

—No.

—Yo tampoco. La idea del coma es mantener el cerebro protegido mientras el propio organismo crea las defensas retrovirales ¿me entiende?

—No del todo, no. Pero si han sobrevivido tan pocas tendrán que seguir investigando ¿no?

—Ese tipo de investigaciones ya no resulta rentable —dijo el doctor Hoffmann con aire taxativo—. Pero a decir verdad estoy muy interesado en la materia.

—¿Entonces qué? —pregunté bruscamente, ya cansado de que mareara tanto la perdiz.

—Me la quedo —dijo al cabo de un rato de deliberaciones.

—No, no se la queda. Se la presto.

—No entiendo.

—No hace falta que me pague nada. Yo se la presto. Usted la salva y me la devuelve.

—¡Ja! ¡Usted la salva y me la devuelve! Como si fuera cosa fácil.

—Bueno ¿sí o no?

—Tráigala al aula Robert Koch del Instituto de Microbacteriología de la Freie Universität. Y recuerde, mi nombre es doctor Hoffmann.

—Sí, claro, doctor Hoffmann.

—Recuerde… —dijo misteriosamente— No soy Gottmann ni Toddmann.

—Que sí, hombre que sí.

Hay que ver lo pesados que se ponen a veces los hombres de ciencia. Se creen tan especiales que piensan que su nombre tiene que pronunciarse con letras de oro.

—Tampoco Belebenmann —alcancé a oír cuando ya había apartado el teléfono de mi oreja para colgar la llamada—. Hoffmann. Simplemente Hoffmann —resonó su voz como un eco.

El doctor Hoffmann era un hombre de unos doscientos años en apariencia. Su aspecto vetusto en cierto modo me ofrecía una confianza que no habían proveído sus palabras al teléfono. Vestía una bata blanca impoluta sobre pantalones y camisa verde hospital. Esta tenía un bolsillo en la pechera en cuyo borde estaba inscrito su nombre con unas letras ridículamente infantiles que le daban el aspecto de una bata de niño de guardería. Me recibió en la puerta de su sección con cara de asombro. Su prusiano bigote nevado se torció tanto que tomó la apariencia de un signo de interrogación.

—Odiel Amor —dije presentándome.

—Yo también —replicó el doctor Hoffmann por encima de sus gafas de montura metálica.

—¿Perdón?

—Yo también odié el amor —dijo en un perfecto español para después soltar una carcajada. No dejaba de ser curioso que aquel hombre usara la misma broma con la que me habían congratulado mis compañeros desde la escuela primaria. Si bien el chiste era de lo más facilón, jamás habría pensado que lo oiría en boca de un alemán de aspecto prusiano. Aquello parecía una premonición—. Disculpe, no pude evitarlo —siguió ya en alemán—. Soy el doctor Hoffmann. Pase, pase.

Entré en la sala donde tenía su laboratorio. Había un orden y una pulcritud absolutas. Todo parecía oler a anestesia y ácido fénico, todo aséptico y esterilizado, gracias al mobiliario metálico y una esmerada diafanía. Hacía un frío como de sala mortuoria. A su espalda un gran ventanal que daba a un patio interior enorme con jardín iluminaba el espacio de tal modo que los neones resultaban inservibles. Sobre este había una balda en la que se mezclaban tarros con objetos de diferente naturaleza sumidos en alcohol o formol de los que solo distinguí uno en concreto. Se trataba de una bota de soldado de infantería de la Guardia Blanca.

—¿Así que habla usted español?

—Un poquino —dijo impostando el acento—. Pero dígame ¿dónde tiene a nuestra amiga? —Abrí la maleta y rebusqué a Hans-Georg en su interior. Tras sacar unos cuantos papeles, calzoncillos y calcetines sucios y desdoblar mi colección de bufandas la encontré, arrebujada dentro de un gorrito de lana. El doctor me miró con cara de incredulidad y casi diría que de pena.—¿Qué es eso?

—Esto es Hans-Georg, mi amigo, la rata de la que le hablé.

—Su amigo es de peluche.

—No, no. Es una rata auténtica. La encontré en la Teufelsberg.

—Es de peluche —insistió—. ¿Dónde diablos dice que la encontró?

—En la Teufelsberg.

—Ajá —dijo mirándome con suspicacia. No parecía fiarse en absoluto de cuanto le decía. Me miraba con la quebrada paciencia de quien ha invitado a un mormón a tomar el té—. ¿Le importaría mostrarme eso?

Se la ofrecí como si de un carnero se tratara. El doctor Hoffmann hizo el gesto de acogerla en su seno, pero después se arrepintió, me hizo señas para que esperara y dio media vuelta. Abrió un cajón de metal y sacó de él unos guantes de látex que se puso sin ceremonia alguna. Después volvió hacia mí y tomó a Hans-Georg entre sus manos. La examinó minuciosamente, con un continuo rictus de asco sobre el bigote en forma de interrogación. Palpó su pelaje y cada uno de sus frágiles cartílagos. Se detuvo en su ojo descolgado. Volvió otra vez a uno de los cajones y sacó un destornillador con el que revolvió el nervio óptico. Luego lo soltó y simplemente lo apretó con un dedo hasta que quedó encajado. Después le puso ese mismo dedo bajo el cuello. Desde mi posición me pareció ver que los dientecillos de mi amigo descansaban sobre su mandíbula inferior, completamente exánime. Tras unos segundos me la devolvió.

—¿Y bien?

—Lo que me temía, señor Amor —dijo creando suspense.

—¿Sí?

—Sí. Es un peluche.

—Le aseguro que no es así —dije indignado.

—¿Rajamos la felpa y le sacamos el relleno para que lo vea?

—No, hombre, no. ¿Está usted loco? —Solo entonces identifiqué el tufillo que venía de su cuerpo. Lo que en un principio creía ácido fénico se revelaba ahora como etileno hidratado con un cierto toque frutal amargo, algo que identifiqué como ginebra Hendricks con pepino—. Yo le digo que esa rata estaba viva hasta ayer noche. Estuve hablando con ella hasta la madrugada.

—De acuerdo. Entonces la abriré y le meteré un reproductor con un altavoz con algún discurso bonito.¿Quiere que haga eso?

—No. Es usted una vergüenza para la profesión, doctor Hoffmann. Está usted borracho.

—No estoy borracho.

—Sí lo está. Es más, le diré lo que ha bebido: ginebra Hendricks con pepino.

—Eso es una ordinariez. Jamás bebería Hendricks con pepino. Primero porque está sobrevalorada y segundo porque ya tiene pepino. Lo que he bebido es etanol puro con pepino. Ni en la mejor coctelería. Se lo recomiendo. Eso sí, procure cortar el pepino en tiras, y no en rodajas si usa alguna tónica. Yo soy un clásico: prefiero la quinina.

—¡Déjese de historias y resucite a mi Hans-Georg! —grité exasperado.

—¿Cómo ha dicho? —dijo con un cambio de rostro que lo convirtió al momento en el científico loco que se venía intuyendo desde el principio. Se volvió y cogió una jeringuilla con la que se dirigió hacía mí de modo amenazante—. ¿Recuerda nuestra conversación al teléfono? Se me olvidó decirle que tampoco me llamo Frankenstein —dijo con un brillo en los ojos que me aterró. Puso la jeringuilla ante mis ojos y apretó el émbolo haciendo salir una sustancia líquida que no supe identificar—. Traiga aquí —dijo aprovechando mi descuido para quitarme a Hans-Georg de las manos—. ¿Quiere que la resucitemos? —continuó prorrumpiendo en carcajadas—. Quiere que la resucitemos ¿eh? Yo se la resucitaré.

—¡No! ¡No! ¡Devuélvamela, monstruo!

Pero el doctor Hoffman sacó la lengua por encima de su bigotito inquisitivo y echó a correr haciendo caso omiso de mis desesperados gritos.

lunes, 24 de enero de 2011

La buena nueva

De entre las muchas facetas de estas Crónicas Autobombásticas hay una que no hemos explotado lo suficiente: la de la traducción como una de las más genuinas formas de exobombo. Así que me pongo a ello, fascinado por esta pequeña joya aparecida en el nº 14 de Le Correspondancier du Collège de 'Pataphysique (15 sable 138 E. P.) y titulada "La buena nueva". Se trata de un brevísimo texto de François Caradec (miembro del Oulipo y del Collège), que propongo entre a formar parte de nuestra rica y heterogénea biblioteca autobombástica:

"El 26 de agosto de 1900, el señor cura corrió hacia el altar y se postró de rodillas, con un periódico en la mano.
- Dios mío, no quería ocultároslo por más tiempo: hoy ha muerto Nietzsche".

¡Salud y autobombo!
Marta Polbín.

Recorte al autobombo

Qué susto me llevé el sábado pasado al abrir El País (ese periódico que publica a la vez a Mario y da apoyo a Assange): "Recorte al autobombo", decía un titular. Y me temí lo peor: seguro que después del indignado artículo de Rotura nos han censurado el blog. Pero no: hablaban de otras cosas. Ahí están, por si a alguien le interesan. Yo ni siquiera terminé de leer el artículo cuando me di cuenta de que no iban a por nosotros.
Marta Polbín.

domingo, 23 de enero de 2011

Pequeñas historias de un niño llamado Max

El pequeño Max ha encontrado unos preciosos caramelos en el armario donde su madre guarda la ropa de temporada. Los degusta poco a poco imaginándose que ese debe ser un gusto de mayores. Piensa que así tal vez debe saber la cerveza o el cognac i aunque no le gustan mucho está contento de haber encontrado el escondite de su madre y poder degustar los caramelos de la gente mayor.

Lo que no sabe Max es que esta primavera no llegará a ver la ropa apolillada que su madre descubrirá cuando vaya a sacar las mudas de verano.

sábado, 22 de enero de 2011

Me voy preparando para la vuelta...

jueves, 20 de enero de 2011

EL CONTROL DE PLAGAS LES DESEA UNAS FELICES FIESTAS

Estaba entrando yo en el portal de mi casa cuando justo antes de llegar al ascensor, a la altura de donde se encuentran los buzones atrincherados, me agacho, y recojo una graciosa tarjeta de felicitaciòn que llegaba con cierto retraso con respecto a las fechas en las que ya nos encontramos
"EL CONTROL DE PLAGAS LES DESEA UNAS FELICES FIESTAS"
Gracioso ¿no?.
Riàmonos.
"Ninguna democracia podrìa funcionar si desapareciera la confidencialidad de las comunicaciones entre funcionarios y autoridades ni tendrìa consistencia ninguna forma de polìtica en los campos de la diplomacia, la defensa, el orden pùblico y hasta la economìa si los procesos que determinan esas polìticas fueran expuestos totalmente a la luz pùblica en todas sus instancias"...Esto es uno de los apuntes que anota Mario Vargas LLosa en El Paìs del 16 de enero de 2011 en la secciòn La Cuarta Pàgina con el tìtulo "Lo privado y lo pùblico".
Igual esto ya no es tan gracioso (aunque si quieren pueden reirse).
No puedo evitar, yo una vez màs, acordarme de Angèlica Liddell...dice Combeferre, en Perro Muerto En Tintorerìa: Los Fuertes,
"-¡Habèis firmado al pie de la letra, al mismìsimo pie de la letra! ¡Habèis participado, sì señor, habèis participado! Habèis firmado al pie de la letra el Contrato, el Contrato, habèis firmado un Contrato en el que dice, dice muy claramente, tal vez con excesiva claridad, dice Rousseau: 'la conservaciòn del Estado es INCOMPATIBLE con la conservaciòn del enemigo, es preciso que uno de los dos perezca, y cuando se hace perecer al culpable es menos como ciudadano que como enemigo', lo habèis firmado, lo habèis firmado con creces, el Contrato de Rosseau, una y otra vez, el Contrato, gracias al Contrato habèis invadido paìses, habèis hecho saltar por los aires islas enteras, habèis aniquilado, sì señor, aniquilado, simplemente aniquilado al enemigo, una y otra vez, al enemigo."
Ellos diràn que nadie va a querer a la civilizaciòn como ellos.
Dice este premio nobel que acababa de leer un artìculo de Fernando Savater sobre Wikileaks y Julian Assange en el nùmero del 23 de diciembre de 2010 al 6 de enero de 2011 de la revista Tiempo. Comparto, yo con Fernando y el nobel,
que las "revelaciones...informaciones...opiniones" desveladas tal vez no sorprendan a casi nadie y que sean presumibles (incluso sabidas, como dice Savater)
...
pero de ahì a sentenciar con un
"que lo que prevalece en ellas es sobre todo una chismografìa destinada a saciar esa frivolidad que, bajo el respetable membrete de transparencia, es en verdad el entronizado derecho de todos a saberlo todo, que no haya secretos y reservas que puedan contrariar la curiosidad de alguien...caiga quien caiga y perdamos en el camino lo que perdamos. Ese supuesto derecho es, añade, parte de la actual imbecilizaciòn social"...suscribe esta afirmaciòn con puntos y comas "nuestro nobel".
Si no he comprendido mal (y no quiero pensar que estoy leyendo entre lìneas), dicen ambos que nuestros gobiernos, en petit comitè, traman una imbecilizaciòn social, pero que en realidad somos nosotros solos los que nos promovemos imbèciles. Miren, asì es como hablan y opinan los dictadores modernos, la nueva lìnea de dictadores (digo modernos y nueva lìnea porque lo que se lleva ahora es algo màs "sutil" y "elegante", ya no se llevan los golpes de estado, eso es cosa de otra època, da igual la ideologìa...de eso se aprovechan...la "democracia" es lo menos malo...). Aunque hay cierta verdad en sus palabras. Què peligroso es el campo de la fe y la esperanza.
Continuo.
Dice Mario que la desapariciòn de la demarcaciòn de lo pùblico y lo privado socavarìa los cimientos de la democracia, que inflingirìa un rudo golpe a la civilizaciòn.
(Seguro que a Mario le encantarìa decir que nadie como èl y nuestros gobiernos, pùblicos o privados, va a querer la civilizaciòn como ellos...seguro que le gustarìa y seguro que esto es asì...nadie la va a querer como ellos).
LO PÙBLICO Y LO PRIVADO. En vez de escribir en o leer la revista Tiempo, Fernando y Mario (sobre todo Mario) deberìan ir a ver las piezas de Angèlica Liddell.
Nuestro "entrañable" dictador Ricardo en El Año De Ricardo de la autora nombrada hace pocas palabras...cito..."Ricardo se siente enfermo. Catesby amasa sobre la frente de Ricardo paños mojados en agua frìa...(Ricardo comienza a hacer discurso entre delirios)
-...Dice que no seremos muchos para volver a empezar. Apenas un grupo de lisiados para reconstruir el mundo. Dice que no recibiremos ayuda. Dice que nos quedaremos solos. Dice que el calor romperà las reglas. El infierno lamerà las jorobas de la tierra embutiendo la ira en los brazos de los hombres. Parturientas moriràn en cuanto expulsen a sus hijos deformes, como les ocurre a algunos paràsitos nada màs desovar. Eso dice. Con esas palabras. Agorero del demonio. Maldito profeta. No sabe que yo amo a los seres deformes. No sabe que yo hago todo esto en nombre de los seres deformes. No sabe hasta què punto estàn relacionados mi ser privado y mi ser pùblico. Mi horrible infancia y el Estado. Mi guerra es una prolongaciòn de mi vida, como un brazo. No hay que dar explicaciones. Yo cuidarè y amarè a cada uno de mis monstruos. Los escritores, los escritores...no sè còmo mierda lo hacen. A mì no me sale ni una sola palabra. No puedo escribir. Sòlo puedo copiar..."
No puedo màs que repetir exactamente el pàrrafo de lìneas màs atràs
"Dice Mario que la desapariciòn de la demarcaciòn de lo pùblico y lo privado socavarìa los cimientos de la democracia, que inflingirìa un rudo golpe a la civilizaciòn.
(Seguro que a Mario le encantarìa decir que nadie como èl y nuestros gobiernos, pùblicos o privados, va a querer la civilizaciòn como ellos...seguro que le gustarìa y seguro que esto es asì...nadie la va a querer como ellos)."
Ahì queda eso.
Y es que luego dice, sentencioso Mario, "En una sociedad libre la acciòn de los gobiernos està fiscalizada por el Congreso, el Poder Judicial, la prensa independiente y de oposiciòn, los partidos polìticos, instituciones que, desde luego, tienen todo el derecho del mundo de denunciar los engaños y mentiras a los que a veces recurren ciertas autoridades para encubrir acciones y tràficos ilegales."
Si nos fijamos en, literalmente, las palabras utilizadas en este pàrrafo, creo que no es compatible el uso de las palabras "sociedad libre" con las palabras "acciòn de los gobiernos", el uso de "prensa" con "independiente", y mucho menos "sociedad libre" con "partidos polìticos" e "instituciones"...y ¿què es eso de "tienen todo el derecho del mundo"?...Menos mal que Mario, finalmente, le diò a la literatura y no a la polìtica.
Y no pensèis que aquì acaba su artìculo (que lo parecìa ¿eh?). El nobel continùa, "lo que ha hecho Wikileaks es destruir brutalmente la privacidad de las comunicaciones en las que los diplomàticos y agregados informan a sus superiores sobre intimidades polìticas, econòmicas, culturales y sociales de los paìses donde sirven. Gran parte de ese material està conformado por datos y comentarios cuya difusiòn, aunque no tenga mayor trascendencia, sì crea situaciones enormemente delicadas a aquellos funcionarios y provoca susceptibilidades, rencores y resentimientos que sòlo sirven para dañar las relaciones entre paìses aliados y desprestigiar a sus gobiernos...blablabla..."
¡JÒDETE CON EL COLEGA!(y perdonen la expresiòn, como dirìa Juan Josè Millàs) , la privacidad de las comunicaciones...¡intimidades polìticas, econòmicas, culturales y sociales!...joder joder joder...datos y comentarios cuya difusiòn no tiene mayor trascendencia PERO sì que crea situaciones enormemente delicadas...¡Ah! vale, entonces me quedo màs tranquilo...porque claro, no vaya a crear susceptibilidades, rencores y resentimientos y a la salida del "cole" no se vayan a "pegar"...¿pero tù a quièn te crees que te estàs dirigiendo, Mario? ¿a "observadores de la actualidad polìtica" como mencionabas al comienzo de tu artìculo?...¡venga no me jodas!...
Pero bueno, para no soliviantar los ànimos y refrescar el ambiente, prosigue Mario con el siguiente corta-pega-y-mezcla-just-do-it, "Si no existiera (refirièndose a Julian Assange), nuestro tiempo lo hubiera creado tarde o temprano, porque este personaje es el sìmbolo emblemàtico de una cultura donde el valor supremo de la informaciòn ha pasado a ser la de divertir a un pùblico frìvolo y superficial, àvido de escàndalos que escarban en la intimidad de los famosos, muestran sus debilidades y enredos y los convierten en los bufones de la gran farsa que es la vida pùblica. Aunque, tal vez, hablar de 'vida pùblica' sea ya inexacto, pues, para que ella exista deberìa existir tambièn su contrapartida, la 'vida privada', algo que pràcticamente ha ido desapareciendo hasta quedar convertido en un concepto vacìo y fuera de uso...(el que quiera acabar con este discurso de lo pùblico y lo privado que se meta en la web de El Paìs)..."
(Ruido aplausos). ¿A que pensabais que no se podìa superar?...y cuando lo pensabais, va y te suelta esta perlita. Me gusta como piensas, Mario, me gusta como piensas, me gusta esa capacidad tuya de mezclar sin pudor lo salado y lo dulce, ese uso tuyo indiscriminado de la lija los restos y el serrìn, porque tù lo vales, sì señor, prensa rosa polìtica circo entretenimiento y pilares de los valores humanos, como en un anuncio de Volkswagen o Nike o Mac Donalds o quèseyo...

Espíritu inalterable.


Los años pasan, la vida pasa, y hay algo que no cambia, un espíritu que despierta un deseo. Un espíritu único que produce más fascinación cada día. Concebido con el carácter inconformista de siempre pero con más dinamismo, mayor control en cualquier circunstancia y mayor deportividad. Libertad de movimientos en todos los sentidos.


Tù eres publicista, ¿no, Mario?.
En fin, como no quiero ser yo el centro de esta entrada, le cedo las ùltimas palabras a nuestro invitado
Que los gobiernos elegidos en comicios legítimos puedan ser derribados por revoluciones que quieren traer el paraíso a la tierra (aunque a menudo traigan más bien el infierno), qué remedio. O que lleguen a surgir conflictos y hasta guerras sanguinarias entre países que defienden religiones, ideologías o ambiciones incompatibles, qué desgracia. Pero que semejantes tragedias puedan llegar a ocurrir porque nuestros privilegiados contemporáneos se aburren y necesitan diversiones fuertes y un internauta zahorí como Julian Assange les da lo que piden, no, no es posible ni aceptable.


TE QUEREMOS MARIO.

viernes, 14 de enero de 2011

CADA VEZ QUE VOY A VEROS


Al final del corredor enmoquetado, un gris difìcil de mostrarse sucio, oigo la voz de una niña parloteando en inglès. Las voces de sus padres se suspenden tras su discursito infantil apenas entendible. Nos acercamos a la ciudad, cinco grados de temperatura en el exterior del coche seis, doscientos sesenta y nueve kilòmetros por hora cada vez que voy a veros. Miro a travès del espejo que se forma en la ventana y sòlo me veo a mì y luces veloces pasando como si no pertenecieran a nada en absoluto, sòlo luces

miércoles, 12 de enero de 2011







Acabò en la càrcel. Hasta entonces habìa corrido la suerte de la èlite del cuerpo, el templo del mùsculo bien ejercitado, pero el abuso continuado de drogas y el tiempo, sobre todo el calmoso tiempo, habìan dado con èl, y todo ese culto al cuerpo habrìa llegado a su fin. Cuando volviese a ver la luz del dìa traspasados los barrotes de su celda, los niños acabarìan con èl. Porque todos esos niños de los que èl habìa abusado habrìan crecido, pero seguirìan siendo esos niños de los que habìa abusado y le darìan caza con un arma en la mano...serìan como pequeños azotes de dios...suficientes para acabar con su vida de un navajazo o de varios tiros mal colocados pero definitivos...Porque aquellos golpes y aquella soberbia que en otro tiempo les inflingiò, aquella vulneraciòn de sus almas aguardarìa siempre del otro lado de sus pechos, en un lugar muy concreto de sus corazones...y cuando todo esto aconteciera, esos corazones malogrados lo devorarìan a travès de esos niños que se congelaron a base de rabia y venganza pura desde aquel punto de negrura que èl les hizo compartir. Asì son los barrios que no conocemos, los barrios que no frecuentamos. Asì es la voluntad.

viernes, 7 de enero de 2011

En el Papa & Sons, la bodega puerto-riqueña de al lado del metro y que no cierra de noche, que ni tan siquiera cerró por Navidad (habráse visto, los excesos del capitalismo, que no respeta nada), hoy venden las manzanas a dólar el par. Tomo dos manzanas verdes, que brillan tanto que parecen bolas de navidad para decorar el árbol, y más tarde dos más, acaso deslumbrado por su sugerente refulgir, como si al tomar esa bola esférica reflectante me sucediera como al grabado de Escher, que todo el mundo se comprime, incluyendolo a uno mismo, y lo diposita en la palma de la mano. Sigo por el pasillo (fruta, verdura, leche entera, medio entera, sin ninguna entereza) y cojo un brick grande de zumo de naranja de Tropicana, el de 'Algo de pulpa', porque los hay con poquita pulpa y sin nada de pulpa. Las contradicciones de la comida sana, cómo va a serlo cuando le han metido tanta mano? *. Más contradicciones de la comida, la sana y la no sana, cada vez que cojo una de estos jugos, como con los plátanos Del Monte, me siento pagándole a una gran corporación que explota campesinos en islas del Caribe, que soborna caciques sudorosos y condiciona los acuerdos de la OMC. Pero que bien, tan solo tiene un poco de pulpa (yo también, tan solo tengo un poco de culpa). Sigamos. Capítulo aparte, la carne (girando al final hacia la izquierda, tras evitar los panes, esas baguetes industriales, esos panes portugueses (?), esos moldes rellenos de almidón de maíz). Para mí, español, pobre y compañero de una mujer con cierta aversión a ingerir animales muertos, la visión de la carne supone siempre una tentación: añoro las bacanales gastronómicas de una buena barbacoa (cualquiera que haya estado en casa de mis padres, no hace falta ser Freud, para que entienda mi condicionamiento familiar) o un asado argentino. Pero la carne buena es cara, y comida en solitario no ofrece ni la mitad del placer (bueno, miento: sí que lo ofrece pero es algo melancólico). Con lo cual uno se ve relegado a las carnes baratas, ya lo sean porque el animal es tan común como este pollo mutante que puebla brevemente los criaderos de todo el mundo encerrado en diminutas cajitas, o ya lo sean porque, además de eso, los animales están clambuterolados, infestados de antibióticos o alimentados con harina de pescado. Quedan además los cortes raros, los que se usan para caldos o rellenos: la espalda del pollo, el pecho de cordero, el cuello de cerdo. Si son tan baratos será por algo, pero aún así carne es carne y frita toda grasa es costra. En fin, cerdo que luce tierno (grueso, con mucha grasa, seguramente poco sutil, pero luce tierno). Girando a la izquierda aparece el pasillo de las mañanas, digamos: cafés, tes, cereales y mermeladas, mayormente. Me medio obligo a coger unos cereales para intentar seguir con un régimen alternativo a mis desayunos más mediterráneos (con pan, con fiambre o queso) que percuten mis triglicéridos arriba, hacia afuera de los parámetros recomendados. Dónde quedan esos cereales guarros, tipo Cornflakes, que de pequeño, en España, le sonaban a uno a película de adolescentes americanos, a gente atlética despertándo con energía mientras uno se amorraba, somnoliento, a la caja para leer algo, esa lacónica lista de ingredientes, esa promesa incumplida de premios? Ya no hay nada de eso. La frescura risueña de los ochenta ha dejado paso a la ansiedad aséptica del siglo XX, y todos los cereales, aparentemente, son organícisimos, sanísimos. Por cinco dólares no solo compras tu ración de grano diario, esa fibra que limpia tus cañerías intestinales y ofrece un asiento para tu flora intestinal, si no que además compras limpieza, piel tersa, pureza moral y tranquilidad espiritual. Por cinco dólares, está tirao'! Así que, antes de irme me doy un premio por ser tan sano y añado al cesto dos cervezas, dos Negra Modelo Especial, oro líquido mexicano. Y ya para la caja, donde la chica que suele trabajar las noches está extrañamente locuaz y simpática: le está haciendo broma a una mujer negra de mediana edad, o eso me parece, porque por estos barrios míos de boricuas y caribeños, de trinidanios y tobaguenses, de poblanos y jamaicanos, no siempre me queda claro cuando la gente se toma el pelo, se hace una broma o se menta a la madre. La verbalidad es fluída y ruidosa, tanto en la broma como en el enfado. Por otro lado, la agresividad verbal es frecuente pero rarísimamente va acompañada de las manos. (Inciso: la noche que Pere Rovira me invitó a cenar en su casa temporal de Harlem, encontré al salir del metro una de estas peleas-creo que era una pelea. O sea, un grupo de chicos y chicas de no más de 16 años vociferaban, se desgallitaban a unos gritos que parecían salir del mismo origen del dolor y el odio. Pero las bocas, los dientes y las manos, como si hubiera una extraña pared invisible, como un perro luchando contra si mismo en un espejo, nunca llegaban a cruzar hacia el otro, los otros, los odiados. Sónicamente: la guerra, la muerte, la destrucción. Corporalmente: una charla entre chavales en medio de la calle al salir de clase. Acaso por eso llegué medio atolondrado y me acabé todo el vino, me llevé el queso y le robé una foto a su casero). Pero parece que la señora no se indigna, aunque la otra le diga que no da golpe, no como ella que empezó a trabajar a los siete (?) años, y ésta tampoco se ofende cuando la señora le dice que con ella sus papás la explotaron para ahorrarse un trabajador. En fin, lo que cuenta es que la cajera está simpática y ella, como el tipo que vende el fiambre y hace bagles con queso, bacon y mermelada por las mañanas, bailan tras sus respectivos mostradores al ritmo del Black or White de Michael Jackson. Hay días que salir de casa es una aventura.

______
* O como dice Zizek (y yo traduje, ADVISORY AUTOBOMBO, pulse aquí):
"En el mercado de hoy en día, encontramos toda una serie de productos a los que se les han quitado sus propiedades malignas: café sin cafeína, crema sin grasas, cerveza sin alcohol. Y la liste sigue: que me dicen del sexo virtual, ¿acaso no es sexo sin sexo? La doctrina de Colin Powell sobre la guerra sin víctimas (de nuestro lado, claro), ¿no es una guerra sin guerra? La definición contemporánea de la política como el arte de una administración experta, ¿no es política sin política? Lo que nos lleva al multiculturalismo tolerante y liberal de hoy, como una experiencia del Otro a la que se le ha restado su Otredad—el Otro descafeinado."

jueves, 6 de enero de 2011

WG Episodio 13, por El Ogro del Sí

Cuando desperté ya clareaba en el exterior, aunque desde mi posición apenas llegaba la luz. El fuego se había consumido y la rata estaba dormida, o al menos eso parecía. Otra posibilidad, dado que el cordón estaba tensado y parecía tirar fuertemente de su cuello, era que estuviera muerta. Aquello me apenó sobremanera. A la luz del día aquella especie de estación espacial abandonada tenía un aspecto más espectral si cabe. Había nevado durante la noche y el bosque daba entrada a la ciudad con una fina capa de azúcar glaseado. Ahora me daba cuenta de que el sitio en el que me encontraba era un complejo enorme. El descanso le había sentado fenomenal a mi rodilla, que apenas se resentía, así que decidí dar un pequeño paseo por mi fascinante entorno. Me resultó curioso advertir que la mayoría de señales y carteles de los múltiples edificios estaban en inglés. Al momento pensé que aquello debía ser una estación espacial en colaboración con los alemanes, de los tiempos en los que una parte de la ciudad estaba ocupada por el ejército americano. Esto me fue confirmado al encontrar un cartel que decía nsa, la agencia aeroespacial americana. Los edificios estaban numerados. Primero me encontraba en el 1458, y desde él accedí a otros con números 1475 y 1455 hasta que finalmente me encontré en el edificio número 1425. La relevancia de aquellos números probablemente era insignificante, pero por alguna razón se me metieron en la cabeza y no había manera de sustraerse a ellos. Este último tenía todo el aspecto del edificio en el que había sucedido mi odisea con Hans-Georg y los murciélagos, pero estaba mucho más limpio. En mi camino atravesé un sinfín de puertas blindadas con cerrojos que cruzaban de lado a lado de los marcos, extrañas cámaras, todas ellas abiertas y abandonadas y un sinfín de salas que daban a aquello la apariencia de una central eléctrica, con cableado por todas partes, máquinas de compresión, conductos metalizados que iban de una cámara a otra, salas de incineración… En una de las puertas que franqueé se leía la siguiente leyenda: lead, follow or get the hell out of the way. Otra de ellas era más misteriosa aún: berlin is no place for energy waste. Al igual que la noche anterior cuando cruzaba el bosque a tientas como hipnotizado, sentía en ese momento, cruzando aquellos umbrales, que estaba en conexión con una parte del universo jamás descubierta, que estaba a punto de entrar en una nueva dimensión que me llevaría a lugares jamás imaginados por mí, ni después de salir del ejército, ni tras marcharme de la universidad. Sentía que un ser nuevo crecía en mi interior. Entonces, atontado por esta perspectiva abierta en mi cerebro como naranja pelada, desgajada y lista para comer, me golpeé con uno de los bajos dinteles en la cabeza. Nada demasiado fuerte, lo justo para reparar en una nueva señal: do not attempt to repair by yourself. every machine has its separate serial number. in case of failure call 6666. Me llamó la atención lo extraño del número, pero no crean, no reparé realmente en ello hasta que hube salido del recinto y al mirar hacia atrás para grabar la fabulosa estructura en mi cabeza, me encontré con un cartel de letras negras sobre fondo azul en el que se leía el nombre de aquella estación: teufelsberg. Estaba sobrecogido por toda la información desplegada ante mí, de modo que no pude ponerle nombre a mis pensamientos ni hacer nada con ellos. Lo único que comprendía es que aquello era sorprendente y revelador. Por qué me sorprendía y qué revelaba eran imponderables a los que no era capaz de llegar.

Volví al edificio 1458 y recogí mis cosas sin hacer mucho ruido. Metí la ropa sucia en una bolsa de plástico que tenía en la maleta y guardé también en ella un par de carpetas que habían sobrado de la candela para examinarlas con tranquilidad más adelante. Estuve a punto de meter también en ella a Hans-Georg para tirarlo a la basura o hacer lo que fuera con él, pero quién sabe si movido por el sueño de la noche anterior o por la compasión, lo tomé entre mis manos, dispuesto a llevarlo conmigo y procurarle sepultura en una tierra digna de su condición, tal vez en los jardines de la biblioteca. Emprendí el camino de vuelta hacia la estación. Eran las ocho de la mañana cuando llegamos a ella. Una hora más tarde ya estaba a las puertas del hospital. Aunque los síntomas tardaran en presentarse, tampoco había que dejar aquel asuntillo de lado. Coloqué a Georg dentro de la maleta y entré a que me pusieran la vacuna.

—¿Así que le ha mordido a una rata, eh? —dijo la enfermera que me ponía la inyección con un acento que parecía del este de Europa —. ¿Trabaja usted como desratizador?

En realidad dijo desarratizador, con un quiebro fonético digno de un triple mortal. Se trataba, como todas las enfermeras de hospitales que se precien, de una auténtica tentación vestida con una bata blanca de una pieza ajustada que dejaba ver una extensión de medias del mismo color, larga como una pista de aterrizaje nevada y unos apenas insinuados pechos con la forma del perfil de Mickey Mouse.

—No, no. Yo no he sido. Ha sido… un accidente doméstico.

—Ya. Pues algo haría, que las ratas no atacan sin motivo.

—Las rabiosas, sí —dije ofendido.

—Ya, ya. Pues bien que viene usted hoy, si tarda mucha más habríamos tenido que inducirle una coma para arreglarlo.

—¿Una coma?

—Sí, y que se sepa solo ha funcionado una vez en toda la historia de la medicina.

Era divina la forma en que aquella mujer conjugaba todos los verbos de una manera impecable mientras confundía los géneros más básicos. Me habría gustado explicarle que casi todas las palabras terminadas en -ma son de género masculino, repetirle esa terminación una y otra vez hasta que la aprendiera, pero me pareció del todo impertinente y que incluso podría ser contraproducente. Además aquella pequeña incorreción en los jugosos labios de esa rubia de portada de Playboy resultaría sumamente sensual para cualquier persona con atractivo por el sexo femenino.

—Joder, no me extraña. De menuda me he librado —contesté en cambio.

—Rece porque no se complique el asunto.

Recé como dios manda y después de aquello se me ocurrió una idea para compensar a Georg. La muchacha ya había terminado su labor y me esperaba en el mostrador con todo el papeleo. Se trataba nada menos que de 180 € del ala, dinero que por supuesto no llevaba conmigo. Esperé a que se bebiera su lata de Coca-Cola para contraatacar y distraerla.

—Oiga, y eso que dice de la inducción de la coma. ¿Se ha probado con animales?

—Pues claro. ¿Acaso es usted idiota? Todos lo ensayos se hacen con animales, generalmente, ratas, cobayas de laboratorio. ¿Qué se creía? ¿Que íbamos a probarla directamente en una humana, para que se nos muera a primeras de cambia? Vamos, hombre.

—Claro, claro —dije ya pensando en mi próximo movimiento—. No, es que tengo un amigo...

—Si también le ha mordido un rato dígale que venga de inmediata. Están llenos de infecciones.

—Sí, sí. Se lo diré —dije con expresión taimada—. ¿Pero sabe usted cómo se hace la inducción de la coma?

—Hombre, no soy médico, solo enfermera. Pero inducción de la coma es peligroso, pero sencilla. Se trata de un muerte clínico. Se detienen constantes vitales y se opera.

—Ajá. ¿Y no necesitarán voluntarios para someterse a esa operación?

—¿Se quiere ofrecer voluntario?

—No, yo no. Es que tengo un amigo…

—¿Pero no ve lo que le he dicho, que es muy peligroso?

—No, pero es que mi amigo —empecé a explicar sin darme cuenta de lo que decía— es una rata.

—Ah, hombre. ¿Por qué no empieza por ahí? Entonces no hay problema. Aquí mismo hay panel de anuncios con letreros de voluntarias para pruebos. ¿Una pregunta puedo hacer?

—Diga.

—Entonces la mordedura esa… ¿es de su amiga? —preguntó con un interés en el que se adivinaba la lubricidad—. Estaban jugando a algo, ¿no?

—De ninguna manera, señorita. De ninguna manera —dije lo más ofendido que pude—. No sé cómo se puede usted imaginar que uno pueda prestarse a tales juegos con… con… con una amiga. Adiós muy buenas, señorita. Habráse visto. —dije aprovechando para abandonar la consulta como si estuviera enojado.

· La rabia tarda, como bien dijo la rata Hans-Georg de sesenta a quinientos días en presentar sus síntomas. Un paciente solo se demuestra irrecuperable cuando padece rabia sintomática. Es decir, cuando los síntomas de la rabia comienzan a afectar al sistema nervioso.


Ver: Episodio 14

Episodio 12

Episodio 1

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