Mis aspiraciones literarias sufren periódicamente vaivenes y zozobras, más motivadas por elementos externos que por mis propias aptitudes o inventiva. Actualmente vengo estando muy productivo—lo que me alegra, aunque eso signifique atesorar la secreta y mórbida ilusión de que la cantidad me acercará a la calidad—por el efecto que un nuevo grupo de amigos literatos, de grandes creadores y excelentes personas, ha tenido en mis ganas de escribir. Sergio Alevín, por ejemplo, además de ser un paciente opositor en el ajedrez y preparar el mejor Bloody Mary, ha escrito un conjunto de relatos, titulado Historias de Clonopios y Quillas, que, en un diálogo con los Cronopios y Famas de Cortázar, crea universos sorprendentes e inquietantes. Alberto Pioje, por su parte, es un gran conversador y bailarín de swing, así como un finísimo poeta, capaz de enhebrar versos ígneos de una elegancia cosmopolita (“Teresa: vamos a comenzar por el final,/una nueva carta hacia atràs/comenzada por el final.”).
Sin duda Carmen, mi esposa, lleva razón (aunque su recelo también se alimento de celos hacia las musas del grupo, Dora, o la inevitable Beatriz) y estas nuevas amistades, charlas en bares e incentivos creativos—los de imitar, ser escuchado y criticado con afecto—me perturban mucho, hasta niveles casi obsesivos. Sin embargo, quiero contarles algo para mostrar como, objetivamente, el mundo conspira contra mi estabilidad—también matrimonial—regenta mi camino y me oscila hacia mis nuevos amigos. En un puesto de libros de viejo encontré hace unos días una edición de Historias de Cronopios y Famas, la clásica de Edhasa, de lomos morados. Hace ya mucho que tengo mi ejemplar, y como suelo hacer con los libros así—como esa Rayuela firmada por Núria Espert en el 1978—miré la portadilla en busca de una firma, dedicatoria o curiosidad que me resolviera a comprar de nuevo el libro. Esta vez tan sólo encontré un nombre, sin firma ni garabato, y una fecha: “José Ángel Pioje, 11-XI-78”. Aunque no se trate de una celebridad, recordarán sin duda lo que les conté unas líneas más arriba: Pioje, apellido sin duda curioso y poco habitual, es también el nombre de mi correligionario Alberto, el ínclito poeta, por lo que rumie—desee—si este José Ángel acaso sería un padre o un hermano que yo desconociera. Ojeando el libro, descubrí algo que, si cabe, llamó más mi atención. Uno de los relatos del amigo Sergio Alevín, titulado “El timo de Lenin”, lleva como epígrafe unas líneas de Cortázar, pertenecientes al final del cuento “Simulacros” (página 31):
“y el colectivo 108 que pasaba cada tanto; nosotros ya nos habíamos ido a dormir y soñábamos con fiestas, elefantes y vestidos de seda.”
Siempre me inquietó ligeramente esa frase, ese colectivo irregular que pasa ‘cada tanto’, como una caprichosa sorpresa más que un servicio público. Y ese elefante en la fiesta, que una sinalefa mental me presentaba a veces vestido de seda. Ahora, acrecentado mi asombro por momentos, mis dedos buscaron y encontraron ese párrafo, pero destacadísimo sobre un subrayado firme. Aún más, alguien— ¿José Ángel?—había dibujado pequeños elefantes rosas, sutilmente diferentes, en cada una de las esquinas inferiores, por lo que al pasar velozmente las páginas uno podía ver, cinematográficamente, al pequeño elefante subir y bajar la trompa, guiñarle un ojo al lector y mirar el texto, o reír bajo una lluvia de confeti que caía desde su misma trompa sobre su lomo. Finalmente, mientras meditaba la cuestión y el precio, pasé hasta la última página, que debajo de la fecha y lugar de terminación de la impresión (el omnipresente Romanyà/Valls, 25 de mayo del 76) me deparaba lo siguiente:
"Tengo el inmenso placer de invitarlo al Guateque que tendrá lugar el próximo sábado 1 de marzo en el Ático Parnásico de Casanova 85.
Se ruega respeten el código de vestir, que será de etiqueta, vestido de noche largo, lentejuelas, boas; frac, pajarita o derivados: en todo caso exclusivo, elegante y/o extravagante al gusto.
Asimismo, traigan consigo esta invitación, y una tapa, ración o bandeja de canapés de su elaboración, o un cocktail, ponche o brebaje excepcional."
Sin fecha ni firma, pero la casualidad ha querido que este sábado siguiente también sea 1 de marzo. Yo, por lo que sea, he venido, y conmigo mi chaleco de seda violeta y mi corbata de elefantitos. ¿Encontraría a Alberto, acaso a José Ángel? ¿Tendrá mi bloodymary— destilado de todo lo que hay de Drácula en mí—que competir con un inigualable cocktail preparado por el maestro Alevín? Aunque seguramente mi esposa lleve razón y estoy delirando y no hago más que soñar con fiestas, elefantes y vestidos de seda.