Centón autobombástico elegíaco y cadavérico (o exquisito)
A continuación, la contribución de Leli al encuentro luctuoso, pero sumamente agradable, que tuvo lugar en la guarida del Ogro el pasado sábado. pensándolo bien, publicar esto es un enorme contrasentido, pero a estas alturas, por otro más...
En los comentarios, encontraréis las soluciones.
“No es tarea fácil sumergirse, con
ojos críticos, en el terreno ilimitado—y muchas veces sobrecogedor—de la
literatura autobombástica. Me había transportado a regiones del sueño nunca
antes visitadas, y aùn asì no se extinguen las irrefrenables ganas de
masturbarme. Y tú no eres precisamente de los que se miran en el primer espejo
que encuentran. Mis aspiraciones literarias sufren periódicamente vaivenes y
zozobras, más motivadas por elementos externos que por mis propias aptitudes o
inventiva. Yo veía, o más bien atisbaba —apuntó en un giro lleno de
complicidad—, todo ese conjunto de conceptos como un juego con unas reglas
inventadas por nosotros mismos, ¿entiende? El juego solo existe si alguien
quiere seguir unas reglas ¿comprende? Y si no seguimos las reglas pues ya se
trata de otro juego ¿no?
Mis únicas armas eran dos porros
preparados con mucho amor, y seis latas de cerveza. ¿Sería suficiente? Todo me
sonreía, sin embargo mi familia nunca me aceptó, me dijeron que no supe ver la
tragedia del artificio y que había cruzado la barrera de forma antinatural.
Dicen que soy un monstruo, y tal vez tengan razón. Lo que ninguno de ellos dice
es que la mayoría ha tenido, cuanto menos una sola vez en su vida, el deseo
inconfesable de hacer realidad aquello que Dios ha posibilitado a mi persona. Y
les digo sin ningún género de dudas que por más cadenas perpetuas a las que me
pudieran condenar volvería a hacer lo mismo que hice una y otra vez, pues así
estaba escrito y así debía ser. Mis pies una vez mercúricos, zozobran; ya
no recuerdan por dónde deambularon y sin quilla mis manos se resquebrajan,
arena entre los dedos. Me doy asco, quería estar enfermo, enloquecer levemente,
pensaba que eso me haría mejor escritor; mentira, ya no necesito mentir más,
pensaba que eso me haría escritor Tal vez sean los cegadores ojos de la
muerte los que ahora me iluminan e impulsan a escribir, no lo sé…”
Aquí la nota acaba abruptamente. El
resto de la historia, camaradas, ya muchos la habéis contado de insuperable
manera. Algunos de los obituarios son muy buenos, como el de David Gates
(excelente narrador y periodista), quien teoriza acerca de las particulares y
decisivas diferencias entre escritores geniales (Shakespeare) y genios
escritores (Wallace, quien le pidió prestado a Shakespeare y a su Hamlet la
línea esa donde se le habla a la calavera de un bufón y se dice aquello de
“Alas, poor Yorick! I knew him, Horatio: a fellow of infinite jest...”)
¡Mierda!¡Esto no es más que una mierda!¿Pero dónde estabas cuando se
impartieron las clases de cohesión de texto? ¿Dónde cuando enseñaron a los
demás a explicarse correctamente? No basta con saber decir algunas palabrillas
inteligentes. No basta con latinajos. No, niña no. No, no y no. Los excursus
tienen el peligro de desviarnos y si, como meandros, perdiéramos el rumbo de
este río del relato bélico, perderíamos también el fin último que es el mar que
es el morir que es el fin de este juego, va dicho: fatal.
Ahora que las señales se han roto,
ahora entro en miles de cabezas a las pocas horas de entregar un texto y ahí
llega otra tentación: la del arma cargada de pasado. Marta Polbín había
publicado un novelón rosa en forma de cómic y firmaba todos sus ejemplares en
el Corte Inglés. De aquí he deducido que la susodicha ha llevado el autobombo,
como concepto y como modus vivendi, a su extremo más radical. No vamos a
comentar ahora el extraño género literario que Marta Polbín había resucitado en
el sueño. Lo chungo es lo del Corte Inglés. Ahí ha estado Bustamante. Era tal
su empeño, sin embargo, que pasaba gran parte de su tiempo entre diccionarios
enciclopédicos, a la pesquisa de una palabra o de un nuevo hilo para su última
novela, que a esas horas era ya una madeja indescifrable escrita casi por
entero en subjuntivo. “¿Cayó?”, dice el hijo. “Sí, se calló”, responde el
padre. La monotonía de un mismo esfuerzo y unas mismas palabras de aliento y
una única e ingraduable sensación de agotamiento, y otro paso. Mire, los
hombres postmodernos somos muy tontos: cuando vemos que algo no funciona rápido
lo dejamos de usar Tranquilo, nos lo harán todo ellos y nadie se
enterará. Venderemos una exclusiva del divorcio como siempre y aquí no ha
pasado nada.
"Oh, Proxeo, dios de los
manotazos/ y de las hostias bien dadas en el ring de la página en blanco .Yo te
rindo el homenaje del verdugo, escondiéndote bajo una hoja que ayer pinté de
azul y juntando tu cabeza y tu cola con mi goma de cabello. La sangre empapa la
tierra, cada vez más roja, que la absorbe sedienta bajo el tórrido sol de
mediodía. ¡Combatid con las huestes venecianas contra el caliente
desamor! Si no atajamos
pronto este atentado/ Agita el cóctel bien… ¡y que arda todo! Inexorablemente expirar.
¿? Será el paso del ¿ al ¿? La
transición clave de la historia del pensamiento occidental, verdadero momento
de inflexión epistemológica¿¡ Esperemos que no lo sean y también, y a
poder ser, morir naciendo en el intento.