WG, Episodio Regalo 25
No digo que no fuera bueno para la espalda, pero lo problemático de estar suspendido en la postura del conejo con una argolla en el cuello que tira de él hacia arriba, es que enseguida pierdes contacto con el mundo real y dejas de ser persona para pasar a ser objeto. Al menos ese fue mi caso. Saber que me las podían dar y meter por todos lados dejaba mi cuerpo a merced de la tortura, impávido, exangüe, abierto en canal a cualquier sugerencia que pudiera ocurrir en la mente de mi atormentadora. No estaba en disposición de oponer resistencia alguna, pero de haberlo hecho no conseguiría más que acrecentar el dolor, así que me deje llevar por el bamboleo con el que me mecían las cuerdas tras sus recios guantazos. En defensa de Valeria hay que decir que tenía una técnica de golpeo bastante depurada y nunca se contentaba con asestar un golpe directo, sino que prefería la fricción, el desgarro visual y primoroso con el látigo. Al pensar en los arañazos que notaba surcando mi cuerpo, aunque no podía verlos, pendiendo en alto de aquella ingeniosa manera, no pude evitar pensar en la técnica de salpicado de pintura que usaba Max Ernst y que Pollock haría suya. No obstante, como la cuerda tiraba de mi cuello hacia arriba, era imposible saber si mi sangre se derramaba de manera artística o simplemente caía en cruento reguero.
—¡Los nombres! —gritó Valeria con energía.
Me quedé preguntándome por ello.
—¿Qué nombres?
—Todos los nombres. Dime lo que sepas acerca de todos los nombres —dijo propinándome un diestro latigazo.
—¡No sé de qué me hablas! No me pegues más, zorra. Cuando baje de aquí te voy a sacar todos los dientes.
—¡Todos-los-nombres! —repitió propinándome un zarpazo con cada una de las palabras.
—Pero, ¿qué nombres? -repliqué tartajeando y descompuesto- ¿No serán los nombres de Cristo? Porque te los recito uno a uno: «De las calamidades de nuestros tiempos, que, como vemos, son muchas y muy graves, una es, y no la menor de todas, muy ilustre señor, el haber venido los hombres a disposición que les sea ponzoña lo que les solía ser medicina y remedio; que es también claro indicio de que se les acerca su fin, y de que el mundo está vecino a la muerte, pues la halla en vida» .
—¿Qué crees que es esto, un trapalengua? ¿Quieres juegos? Yo te daré juego —dijo cogiendo un garrote con pinchos que parecía sacado de una baraja de Fournier.
—¡Está bien! ¡Está bien! —respondí iluminado de repente—. Te diré todo lo que sé.
Al final parecía que las clases en la Universidad de Melilla servirían para algo. Había hecho un trabajo exhaustivo sobre el tema y aunque me pareció de lo más aburrido, al menos conseguí que me pusieran la única mención de honor que obtuve en la carrera. En ese momento, comprender por qué motivos podía parecerle aquello tan vital no engrosaba la lista de mis anárquicos y agarrotados pensamientos.
—Más te vale —dijo Valeria en tono conciliador.
—De acuerdo. Ahí va: año 1997
Me quedé en silencio para calibrar el efecto que tenían esas palabras en mi interlocutora.
—Sigue.
—Todos os nomes en portugués original. Editado por Alfaguara en España. Un individuo que trabaja en un registro civil caótico y disfruta de una vida anodina y sin objetivos, aparte de su labor entre los papeles desordenados, descubre el sentido en la búsqueda de una mujer de la que ni tan siquiera ha visto el rostro. Esto le hace salir de su burbuja de papeles y enfrentarse al mundo como no lo había hecho antes. Una novela que llama a la rebelión y a la búsqueda de nuestro propio camino fuera de los cauces opresivos de los poderes fácticos y los aparatos de gobierno. ¿Satisfecha?
Su respuesta llegó en la forma de un mazazo tan rápido que apenas pude verlo venir. Mi mente se quedó en blanco por un momento y pensé que no volvería a funcionar nunca más. Me imaginaba en un coma profundo que duraría más allá de mi propia vida, un flotar eterno en la más absoluta de las nadas para regodearme en mi inexistencia. Pequeños destellos surcaban mi visión interna a derecha e izquierda y revoloteaban allí, haciéndome creer que mi cuerpo vagaba por los aires a sus anchas, en busca del equilibrio celestial. Cuando volví en mí seguía suspendido, ahora con el cuerpo repleto de pinzas y una presión continua en la zona genital que me preocupaba más que cualquier pinzamiento.
—Rudi Mitig —dijo Valeria mientras estiraba de una cuerda que conectaba directamente con la base de mi escroto.
—Grrrrl —repuse ya estrangulado.
—Gunter Guillaume. ¿No te suenan de nada esos nombres? —Asentí, simplemente por calmar sus ánimos. En cierto sentido me sonaban de algo, pero tampoco sabía de qué—. Bueno, parece que ya nos vamos entendiendo. Quiero que me digas todo lo que sabes de ellos. ¿Quién más estaba implicado? ¿Para quién trabajas?
—Escúchame, Valeria. El alcohol te hace ver cosas que no se corresponden con la realidad. Yo solo llevo aquí un par de meses. Conozco a muy pocos alemanes.
—Será mejor que empieces a tomarte esto en serio. Como ves, tengo muchos instrumentos con los que trabajar y dispongo aún de más tiempo. ¿Ves esto? —dijo enseñándome una pera metálica con un largo asa que accionó para que viera cómo se abría cual flor carnívora dentada. Ocho pétalos serrados se accionaron con violencia convirtiendo lo que parecía pera en un artilugio de desgarramiento infernal. Volvió a cerrarlo, se colocó tras de mí, donde no podía verla, y pegó el siniestro aparato a mi culo. El frío me hizo cerrar todos los esfínteres—. Imagina. Simplemente imagínatelo —dijo introduciéndolo levemente en el agujero—. Cuando vuelva quiero respuestas.
El terror que aquello me inspiró hizo que dejara de pensar y me pusiera en acción. Pensar era una actividad insensata y de escasa utilidad, cuando me encontraba suspendido en el aire sin poder animar mis pensamientos con incansables caminatas que los refrescaran. Procuré balancear mi cuerpo de modo que llegara a alguna de las paredes, en un intento desesperado por comprobar la dureza de su superficie, sin saber realmente para qué, tal vez simplemente con el objeto de noquearme y no tener que responder de manera consciente a los estímulos tan aciagos que estaban por venir. Así, impulsé mi cuerpo con la propia inercia proporcionada por el oscilar de la cuerda y comencé un baile de recorrido cada vez más largo, hasta que por fin, di con mi cabeza en la base de ladrillos de la pared y conseguí impulsarme con más fuerza para asestarme un golpe definitivo que me dejara dormido. Pero no lo conseguí. Ni al primer golpe, ni al segundo, ni al tercero, tan lejos de mi propio umbral de dolor me encontraba. De hecho, llegué a pensar que aquellos dolores eran placenteros y el frenesí que los acompañaba me llenaba de una euforia que hacía indoloros los golpes. Una revelación me hizo dirigir los esfuerzos al contacto directo con esa imagen piadosa y a la vez irreverente que colgaba frente a mí, con los pechos desnudos y las manos sobre el regazo. Llevaba ya tanto impulso que no me cabía duda de que quedaría inconsciente o atravesaría la pared por completo con la cabeza. Puse la frente en la posición supina adecuada para tal menester, consciente de que la dureza del cráneo debía ser allí más acusada. Me pareció alcanzar una velocidad exagerada, que las ventanas de la nariz se me abrían al contacto con la fuerza del viento, y que el pelo se me encrespaba como a un puercoespín atacado por un niño insidioso. El rostro piadoso de la virgen se hacía cada vez más grande, sus facciones virtuosas un polo magnético capaz de borrar toda la infamia de mis actos pasados y la magnitud del castigo que estaba a punto de recibir. Pero entonces bajé la vista hacia sus pechos y vi un extraño tatuaje que me perturbó hasta la demencia: las mismas aspas en forma de sotuer con una araña vagando sobre ellas. Quise buscar el refugio en la bondad de esos ojos de nuevo para deshacerme de la turbadora imagen. Alcé la vista hacia su rostro de nuevo, pero ya los tenía tan cerca que tuve que conformarme con el negro consolador del impacto inminente. Apreté los dientes con fuerza, casi esperando oír cómo crujían al partirse, lleno de curiosidad por saber si quedaría inconsciente antes de advertirlo. Pero no pasó nada de esto. Cuando el dolor ya tendría que haberme cegado seguía yo atravesando el muro con una liviandad inimaginable para ser un bloque de ladrillo y cemento. Mi cabeza traspasó limpiamente la pared y recibí el impacto allí dónde menos lo esperaba, en la base de los hombros, quedando encajado en lo que parecía un agujero practicado en la pared con fines torturantes. Pensé entonces que podría conseguir ayuda al otro lado, pero mis ojos no parecían ser capaces de detectar luz alguna, tal vez se me hubiera desconectado el nervio óptico con el impacto, como le había pasado al pobre Hans-Georg tras su riña con los murciélagos.
—¡¿Hay alguien ahí?! ¡Ayuda! ¡Hilfe! —grité buscando compasión. —Oí el sonido de mi voz reverberando a través de las paredes como única contestación—. ¡Hijos de puta! ¡Cabrones! ¡Sacadme de aquí! —Carraspeé con violencia y escupí con toda mi rabia un esputo lleno de sangre—. ¡Chusma!
Mi proyectil tuvo un recorrido mucho más corto de lo que esperaba. Parecía que se hubiera detenido justo frente a mi cara. Entendí que aquella pared no daba a la calle, sino hacia un vano interior entre muros.